Imaginen, ¡Dios no lo quiera!, que el actual romano pontífice entregase la cuchara. Además de la alegría de todos esos tradicionalistas exagerados, la tragedia estaría lista para desarrollarse en la Ciudad del Vaticano. ¿En cuántos actos? Qui lo sa. La oscuridad se cerniría sobre la Iglesia católica con consecuencias insospechables y, es de suponer, nada queridas por la comunidad creyente. Y no, no se trata de que el Espíritu Santo influya sobre la elección de un cardenal más o menos conservador, o más o menos liberal, sino sobre las presiones y actuaciones de seres más cercanos, más mundanos, más peligrosos sin duda.
Si el papa Francisco no pudiese superar su enfermedad, que es de esperar que la supere por él y por el bien de la catolicidad, tendría que convocarse un Cónclave en un momento geopolítico tenso, posiblemente de cambio y con personajes que harían todo lo posible por influir en él de todas las formas posibles. Como deberían saber, los cardenales electores se reúnen y quedan semi-aislados del mundanal ruido exterior mientras dure la celebración del cónclave. Dejan de recibir noticias del exterior (o eso se supone) pero antes de comenzar el cónclave ¿qué pasaría?
Cabe imaginar que los distintos poderes mundanos harían todo lo posible por intentar que los cardenales fuesen al encierro con la lección aprendida. Elon Musk, que sólo apoya aquello que le puede dar más dinero —por acción positiva (gobiernos afines) o negativa (destrozar gobiernos que no le hagan ganar dinero)—, no se dejen engañar por este tipo, ¿creen que estará tranquilo en su mansión sin intentar que virasen las posiciones hacia alguien que le guste a él? Desde luego, ninguno de los últimos pontífices ha sido partidario del capitalismo y el individualismo que propugna el millonario, pero la carne es débil y alguno puede sucumbir a Mamón. O, en sentido contrario, podría utilizar todo su armamento ideológico, que es mucho, para deslegitimar la elección de cualquier pontífice y dañar a la Iglesia. Hundirla es complicado porque, como dijese Joseph Ratzinger (Introducción al cristianismo), se sobreviviría en pequeños grupos si hiciese falta, pero dañarla sí.
¿Piensan que Giorgia Meloni no intentaría que el trono de san Pedro volviese a algún purpurado italiano y, por ende, más compresible con los deseos de la presidenta? Una dirigente que está alineada con quien lo está ¿no haría algo? Lo mismo se puede decir del presidente español, Pedro Sánchez, que intentaría todo lo contrario con los cardenales españoles (obviamente a cambio de perras, porque no sabe negociar de otra forma) y sus amigos latinoamericanos. Y ¡qué decir de Vladimir Putin! Ya “influiría” algo entre los católicos de su zona de influencia para mover pieza en un sentido u otro.
Tal y como se está configurado el mundo, tal y como vienen moviéndose hunos y hotros, católicos o no, no sería el mejor momento para un Cónclave. Presiones de todo tipo antes de entrar y la posibilidad de un ataque sin precedentes, incluso bajándose los pantalones ante el islamismo, contra quien fuese elegido pontífice. Guste o no guste, el Papa de Roma sigue siendo una figura importante y neutra entre los distintos juegos de poder, ideológicos, sociales y económicos de lo mundano. La pelea entre tradis y liberales dentro del catolicismo es una simple nimiedad comparado con lo que podrían pretender estas bestias pardas.
Francisco debe aguantar un tiempo más por dos razones fundamentales. Una, obvia, porque no es cristiano desear la muerte de nadie. Y dos, porque hay fuerzas malignas que pretenden el asalto al trono de san Pedro, de una forma u otra. Sólo queda encomendarse al Señor, aunque a veces se ponga juguetón como en las novelas de Jardiel Poncela, y armarse frente a la batalla que se viene. Decía el obispo Munilla en una reciente entrevista que la Iglesia está en una guerra contra fuerzas poderosas, no sabe cuánto, ni puede entender que quienes pueden parecer amigos —J. D. Vance al frente de las operaciones— igual están guiados por el maligno. Muchos católicos, algunos de pose, preguntaban esta semana pasado si irían a una guerra o dejarían que fuesen su hijos, la realidad es que los católicos igual deben volver a las cruzadas contra quien menos lo esperaban.