El comercio y control de datos es una de las fuentes de dinero más poderosas en la actualidad. Los grandes gigantes tecnológicos basan casi todos sus avances en ese control de datos. La Inteligencia Artificial, que tan famosa es y peligrosa parece, se asienta en buena medida en los datos que corren por Internet. Todas esas cookies que controlan lo que usted mira en la Red. Esas palabras que captan los dispositivos móviles y que le son devueltos en forma de anuncios especialmente diseñados para usted. Todo ello no es ajeno al negocio de la banca mundial.

El caso que hoy se presenta es una muestra más de la fetichización del dato y de la necesidad de controlar a los clientes de las distintas instituciones bancarias. Ramiro (nombre falso como pueden sospechar) era una persona que no tenía ninguna intención de trabajar con la banca electrónico. Demasiados casos de personas conocidas que habían sido estafadas o engañadas electrónicamente. Podía comprar tranquilamente y de vez en cuando cosas en la Casa del Libro u otras plataformas electrónicas. Pocas compras. Aquellas de las que no puede disponer en su entorno normal. No necesitaba tener en el móvil su banco, tan sólo con la tarjeta de débito le era más que suficiente. Hasta que…

dejó de poder utilizar la tarjeta de forma habitual. Al intentar alguna compra ya no le enviaban el código a introducir al teléfono móvil. Intentó, más por necesidad que por deseo, instalarse la aplicación del Banco de Santander (su banco). Bien la descarga. Bien encontrar en la web del banco el enlace para la obtención de los códigos. Parón a la hora de conseguir el código para firmar el contrato digital. “Los datos aportados no concuerdan con los que tiene el banco” le decía el mensaje. Siendo los datos el número cuenta, el número de la tarjeta y el número del teléfono móvil pensó que igual el último dato era incorrecto aunque el banco le envía mensajes de créditos baratos de vez en cuando.

Así, en un momento en que tenía un hueco libre, acudió a su oficina para ver qué ocurría. Tras esperar un buen rato (pese a ser cliente), al fin un empleado se dignó en atenderle. Ramiro explicó lo que sucedía y el empleado se puso a comprobar los datos. Todos eran correctos, así que debía estar bloqueado por faltar algún tipo de datos. Porque bloqueado le tenía el banco a Ramiro para un servicio que el propio banco le estaba cuasi exigiendo utilizar.

Revisaron los habituales como DNI, teléfono, dirección y… de repente pregunta el empleado del Santander si tiene trabajo y de qué tipo es. Esto comenzó a extrañar a Ramiro, pero tampoco le dio más importancia hasta que le pidieron el nombre de la empresa en la que trabaja. “Y ¿qué más da en la empresa en que trabaje?” preguntó Ramiro. El empleado balbuceando sólo atisbó a decir que “es un requisito”. Como no se acordaba del nombre legal pasaron a lo siguiente y esto fue más sorprendente. Le pidió una nómina o la última declaración de la renta.

Ramiro extrañado le dijo al empleado que mejor lo dejaban para otro día o ninguno. Realmente esto último lo pensó porque el empleado le había tratado con amabilidad. Pensando de camino a casa por la extraña petición, que no pensaba realizar (esto lo tenía claro desde el principio), cayó en el cuenta de que el Banco de Santander, por su edad y sus ingresos (tampoco altos), quería acceder a sus datos económicos. No cabe otra explicación cuando, en otros casos cercanos, no les han pedido nada de eso para darse de alta en la banca electrónica y ante las dudas del empleado bancario.

No pidiendo un crédito de cualquier tipo ¿para qué necesita el Banco de Santander los datos fiscales o laborales de cualquier cliente? En el banco se ingresan dineros y se utilizan. Luego hay otros servicios financieros que se pueden contratar o no. Pero saber qué propiedades se tienen, qué contrato laboral, el régimen matrimonial si lo hubiere, todos esos datos son muy jugosos para un banco. Mediante una treta, pues bloquean las compras normales con tarjeta en internet, el Banco de Santander pretende hacerse con jugosos datos para sus propios negocios, sus empresas subsidiarias o ¿para vender a empresas de otro tipo?

Controlar datos tan personales es un lujo en estos tiempos de la economía de los datos y el banco de Santander se apunta a ello. El problema es que lo hace obligando a los clientes mediante engaños y tretas un tanto mafiosas. Otros bancos no piden esas tonterías y Ramiro cerrará la cuenta en el Santander para irse a cualquier otro que no le toque las narices. Ya que obligan a tener banca electrónica que no molesten o, como sucede con el Santander, que no engañen para obtener datos que como banco, ni les va, ni les viene.

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