Este año la suerte del Nobel de literatura ha recaído en la editorial Acantilado. ¡Uy, perdón! Ha recaído en el escritor húngaro László Krasznahorkai, verdadero representante de una literatura dentro del «terror apocalíptico» y todas esas cosas que dicen los muy pedantes miembros de la Real Academia Sueca. A diferencia de otros años, en esta ocasión el premiado sí ha sido leído por bastantes más personas que los dos últimos —incluyendo a quien esto escribe— y como para gustos los colores, aquí no ha gustado. A otros sí.

Tras otorgar el premio a Bob Dylan, que escandalizó a todos los profesores de literatura del mundo mundial, se pensaba que la Academia acabaría por ser más cercana a las lecturas de las personas «normales», pero no. Siguen empeñados en escritores y escritoras en los márgenes de la literatura. Y no es porque la calidad sea menor o peor con algunos que son más leídos, mismo nivel, casi siempre normalito, sino porque les gusta lo excéntrico. Algo muy burgués, por cierto. Esto no es cuestión de dárselo, como les pasa a masas de llorones, a Haruki Mirakami o Don DeLillo, bastante pobres estilísticamente y muy postmodernitos —en sentido completamente peyorativo—, sino a gente que, no escribiendo mal, sabiendo lo que es una coma, una subjuntiva y que existen los verbos, aporten algo a la literatura universal. Sea japonés o sea francés.

Son bastantes los nombres que se podrían poner encima de la mesa de autores y autoras que, dentro de los diversos recursos literarios (novela, poesía, teatro) tienen obras serias, profundas —pero no de dormirse o no pasar de la página 30—, trabajadas… Ahí están Thomas Pynchon, aunque igual no se lo dan porque está escondido; Stephen King, por si alguna vez tienen la delicadeza de valor la buena literatura de terror; Gerald Murnane, quien hizo un palíndromo de 1.600 palabras para recitarlo con música de fondo —¿no les gustan las cosas raras? ¡Ah, que sólo cuando son postmodernitas!—; Michel Houllebecq, verdadero azote de bien pensantes y que también escribe poemas y reflexiones; Anne Carson, por si les gusta la reinvención de los modelos antiguos; Margaret Artwood… Existen muchos posibles candidatos con una buena hoja de ruta y aceptación, más o menos, generalizada.

Existía el temor de dárselo al enésimo cansino argentino, al decadente hispanoamericano, no vayan ustedes a pensar mal, y/o identitario. De los últimos premios, en verdad, se puede decir que solamente Jon Fosse ha sido algo así como un descubrimiento para las gentes que compran libros en cantidades industriales y de todo tipo, pero el resto ha sido para cortarse las venas. Leído uno, leídos todos.

Pese a todo lo anterior los lectores voraces, los amantes de los libros, seguirán comprando, buscando esa joya olvidada en pequeñas editoriales, asustándose con algunas excrecencias que se publican en las supuestamente grandes o medianas editoriales y esperando que ese autor que tanto le ha gustado sea leído por miles de personas. Para el resto están los perezreverte de turno y demás imitadores de los que en su momento sí fueron únicos. De hecho, si se fijan, de los últimos premios muy pocos se publican en las «buenas» editoriales que acaparan los premios de la crítica a final de año. A ver si Anagrama acaba mereciendo un premio de verdad con el francés más irreverente… Claro que peor es el premio de Economía y no hay tanto debate.

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