«Mientras viví con mi maltratador sentía que mi casa era una especie de corredor de la muerte. Tenía conciencia de que el día en que me mataría llegaría pero no sabía cuándo llegaría el momento en que se le fuera la mano y me reventara la cabeza». Estas palabras son de una víctima que, pasados ya varios años desde que abandonó a su exmarido, habló para Diario16. Esta es la sensación que muchas mujeres tienen en España: saber que la persona con la que conviven, la persona con la que inició un proyecto de vida, es su asesino. Sin embargo, el miedo no se acaba cuando al maltratador es detenido, cuando se le encarcela, o la víctima inicia una nueva vida a cientos de kilómetros de distancia. «El miedo no se marcha nunca. Siempre estás alerta porque tienes la sensación de que en cualquier momento va a aparecer de nuevo y, si eso ocurriera, yo sé que intentará matarme».
Cuando hablamos de violencia de género, violencia contra las mujeres, o como lo quieran llamar, nos encontramos con que cualquier definición se queda corta respecto a la gravedad del problema. La violencia contra las mujeres no es algo nuevo, más bien al contrario, es un fenómeno que tiene la misma antigüedad que la propia raza humana. Según Soraya Vega, del PSOE, «esto es algo que viene desde la división sexual del trabajo. Nosotras éramos las cuidadoras mientras que el hombre era quien traía los recursos al hogar». Los comportamientos violentos han sido aceptados por la sociedad a lo largo de la historia hasta hace pocos años. El propio concepto de «crimen pasional» con el que se definían en el pasado estos crímenes da a entender que durante siglos se ha permitido el asesinato sistemático o el maltrato continuado hacia las mujeres y nadie hizo nada para evitarlo. Se veía como algo normal que un marido llegara a su casa y pegara una paliza a su esposa o que la matara. Es cierto que las coyunturas culturales han ido cambiando a medida que los tiempos pasaban y, sobre todo, a medida que las mujeres han ido conquistando espacios de igualdad. La educación en el patriarcado, la influencia de las diferentes confesiones religiosas, las sociedades que aún basan su cultura en el patriarcado hacen que la violencia contra las mujeres siga mostrando unas cifras escandalosas en lo que se refiere a asesinatos.
Oímos hablar de violencia contra la mujer y la mente se nos va a las que son asesinadas. «La agresión física es una parte del problema, la más visible e identificable, pero que está sustentada en otras cosas que son más cotidianas y que realmente la manera de combatir la violencia machista no es que todos estemos de acuerdo con que alguien pegue a otra persona, que es obvio, sino que seamos capaces de identificar cada vez más esas cosas que son invisibles pero que empiezan a aparecer en la sociedad como formas de violencia o como gestos que llevan a la violencia machista», afirma Clara Serra, Secretaria de Igualdad de Podemos. Según la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, la violencia contra las mujeres no es «un problema que afecte al ámbito privado» sino que «se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión».