Las cifras hablan por sí solas. Según diferentes organizaciones internacionales como la ONU o la Unión Europea, se calcula que en el año 2.015 fueron asesinadas por sus parejas, ex parejas, maridos o ex maridos más de DOS MILLONES SEISCIENTAS MIL MUJERES. Esta cifra, evidentemente, se queda corta con lo que es la realidad ya que existen países en los que el hecho de que una mujer sea asesinada en el ámbito del hogar es visto como algo normal y no refleja la violencia psicológica a la que se somete a la mujer. Hay Estados en los que no hay estadísticas. Por tanto, el número de mujeres asesinadas o víctimas de la violencia machista es mucho mayor que esos 2,6 millones. Entretanto, se calcula que el número de muertos causado por el Estado Islámico en los últimos diez años no llega a los 0,6 millones y, sin embargo, es el problema prioritario, que lo debe seguir siendo, pero que no debe desviar el objetivo hacia el hecho de que en base a un mal entendido sentido de la propiedad o de la superioridad del hombre son millones las mujeres en el mundo que sufren este tipo violencia o que, directamente, son asesinadas. ¿Por qué los Estados o las instituciones supranacionales no son lo suficientemente diligentes para terminar con esta lacra? En primer lugar, las mujeres asesinadas no son rentables para las empresas porque no generan grandes contratos como ocurre con la lucha contra el terrorismo internacional. En segundo lugar, porque la violencia contra la mujer no genera un estado de miedo global sino individual. Sin embargo, la respuesta ante estas cifras tiene que tener una respuesta por parte de los Estados muy distinta, tal y como nos comenta Marta González del Partido Popular: «La respuesta es mucho más difícil de dar que en el caso del terrorismo internacional. Cuando uno tiene un problema de terrorismo, tiene una banda organizada que tiene un sistema, una cabeza, una estructura, una pirámide y tiene un número de personas que forman parte de esa banda. Cuando hablamos de violencia de género estamos hablando de que hay un porcentaje importante de hombres que son potenciales maltratadores pero no forman parte de ninguna organización a la que podamos seguir el rastro, a la que podamos investigar. Son productos de una cultura machista que les ha considerado desde la cuna seres superiores a las mujeres. ¿Cómo se lucha de manera efectiva contra la violencia de género? No se puede comparar con el terrorismo».
Según la ONU y la Organización Mundial de la Salud se estima que un 35% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual tanto dentro de sus relaciones personales como de las laborales o por parte de personas ajenas a cualquier relación que pudieran tener. Sin embargo, en algunos países esa cifra se incrementa hasta el 70%. El porcentaje se eleva al 47% cuando nos referimos a la violencia psicológica. Si nos referimos a los nuevos tipos de violencia como, por ejemplo, el ciberacoso, un 10% de las mujeres de la Unión Europea entre los 15 y los 50 años ha denunciado haberlo sufrido. Cuando manejamos cifras que ya son escandalosas de por sí nos encontramos con que son sólo estimaciones ya que, por un lado, hay países que no manejan ningún tipo de estadísticas al respecto al considerarse cualquier tipología de violencia contra la mujer como un tema que no merece ser recogido en ningún tipo de informe oficial. Por otro lado, tenemos a las mujeres que no denuncian por la razón que sea y, por lo tanto, quedan fuera de cualquier tipo de estudio. En otro orden de cosas, vemos cómo no existe ningún tipo de baremo unificado para medir estadísticamente las consecuencias de la violencia contra las mujeres. Aun así, es obvio que nos encontramos ante una situación límite.
Ángeles Álvarez, del PSOE, lo dice muy claro: «Las cifras no muestran ni de lejos la realidad». Teresa Peramato, Fiscal de la Sala contra la Violencia de Género de la Fiscalía General del Estado, hace hincapié en que « España forma parte de la ONU, de la UE y con el convenio de Estambul se podrían hacer cosas a través de dicho convenio. Es necesaria una coordinación mayor» entre los Estados.
La tipología del maltrato. No sólo es el asesinato
La mujer sufre distintos tipos de maltrato, no sólo el físico que es el más obvio. No se trata sólo de la violencia de la pareja/matrimonio, sino que nos hallamos ante la violencia sexual, el sometimiento absoluto al hombre aceptado aún en muchas culturas, la mutilación o la falta de libertad de acción. En este reportaje nos centraremos en los tipos de maltrato que sufre la mujer en el ámbito doméstico.
Como hemos dicho, la violencia física es la que más alarma crea porque se hace evidente a quienes rodean a la víctima. Golpes, puñetazos, patadas, quemaduras, torturas o intentos simulados de estrangulamiento son algunas de sus formas ya que la imaginación torturadora de los maltratadores parece no tener límite. «Cuando teníamos cualquier discusión solía pegarme puñetazos en la tripa o patadas en las piernas porque así no quedaban heridas visibles. En una ocasión me tiró al suelo y me pateó las costillas. Me rompió alguna. En ese momento se asustó y me prohibió que fuera al médico y me tuve que curar yo sola en casa», nos cuenta una víctima. Ante la primera agresión, las mujeres no suelen darle la importancia que tiene y ese es su principal error, como nos reconoció una víctima: «La primera vez que me pegó lo tomé como un calentón porque habíamos tenido una discusión muy fuerte. ¡Incluso me culpé por ello porque le había gritado! Han pasado ya los años y me doy cuenta de que ese debió ser el momento en que tuve que marcharme de allí. Aquel día comenzó un infierno que casi me mata».
Un elemento muy común en las situaciones de maltrato nos encontramos también con el componente sexual. Todas las víctimas con las que hemos hablado nos han confirmado que fueron violadas por sus maltratadores. «Parecía que cada vez que le decía que no me apetecía hacerlo él lo interpretaba como un sí y que mi resistencia no era otra cosa que un modo de excitarle. Normalmente, cuando me violaba se corría en muy poco tiempo. Creo que verme sometida por la fuerza le excitaba muchísimo». Muchas víctimas al final se someten y se dejan hacer para evitar ser maltratadas después.
Pero la violencia contra la mujer no se circunscribe sólo al ámbito de la agresión. Hay maltratadores que jamás han utilizado la violencia física pero sí la psicológica, un tipo de violencia que no se ve más que por la víctima y de muy difícil demostración delante de un tribunal. El intento de controlar todo lo que hace la mujer, el maltrato verbal, el acoso, la privación de cualquier tipo de recursos, la humillación o la reclusión son algunas de las formas en que se manifiesta. El maltratador tiene un concepto de posesión sobre la mujer y lo aplica. Este tipo de maltrato se da desde el principio de las relaciones, en la época del noviazgo, y, también, es una señal para la víctima de que el intento de control absoluto de la vida de la mujer o el aislamiento respecto a familia y amigos que pretenden imponer muestran que ese hombre es un ser peligroso. «Cuando éramos novios me controlaba la ropa que me ponía, si me pintaba mucho, si me pintaba poco, si había estado en tal o cual sitio, si había hablado con otros chavales. Yo creía que esos celos eran una demostración de amor y me sentía halagada, así que le iba haciendo caso cuando me decía que no me relacionara con otros chicos, que estuviera más tiempo con él que con mis amigas de toda la vida. Hubo un momento en que estaba más tiempo con él que con nadie más. Lo peor vino cuando nos casamos. Estaba como obsesionado con que me quedara embarazada cuanto antes. Yo seguía viéndolo como amor. Cuando nació mi hija me convenció de que dejara mi trabajo porque con lo que él ganaba nos arreglaríamos bien y así me podía dedicar a la casa y a la niña. Yo me lo creí y a partir de ese momento él lo controlaba todo y me controlaba a mí con el dinero, con los horarios, con las veces que veía a mi familia. Poco a poco me fui sintiendo muy sola. Estábamos sólo la niña y yo. Y fue cuando se lo comenté, que necesitaba hacer algo fuera de la casa porque me iba a volver loca, cuando empezó a pegarme. Lo recuerdo como si fuera hoy, la primera bofetada diciéndome que era una puta que lo que quería era pavonearse por la calle para que todos la vieran».