La primera vez que fui a una reunión de Ortografómanos Anónimos fue una tarde de abril en la calle Marqués de Molins de Alicante. Apenas habíamos terminado las pruebas de nivel en Certificaciones Villena; entonces mi deformación profesional me había provocado que llevara siempre conmigo un rotulador rojo sangre indeleble que sacaba cada vez que veía una falta ortográfica en una señal de tráfico, en el rótulo de un negocio, en un cartel anunciando cualquier cosa o en el menú de un restaurante. Sacaba mi rotulador y ¡zas! Ofensa resuelta. Yo me sentía poco menos que el Nebrija del siglo XXI.
Todo empezó cuando, al entrar en el baño de un restaurante, me di cuenta de que ponía ‘CABALEROS’. Fue salir de ahí y un mundo nuevo se abrió ante mí. Antes había creído ver alguna falta pero en el paseo hasta casa empecé a advertir cosas en las que no había reparado como ‘BIENBENIDOS’, ’SE OFRESE SEÑORA’, ‘BENTA DE IELO’, ‘ÚLTIMA TEGNOLOGIA’, ’CANVIA TUS RRUEDAS Y TUS YANTAS’,’LOS ENCARGOS SE ARAN CON UN DIA DE ANTELACION’, ‘REBAJAS DE VERANO: LO QUE NESECITAS PARA TÍ’, ‘LO MEJOR PARA LA CALOR: AGUA FRIA MUY FRIA’, ‘RREFORMAS ENRRIQUE GARCIA’, ‘SE PERFORA EL OBULO DE LA OREJA’, ‘HOY MAMAS GRATIS’, ’PROIBIDO ARROJAR CADAVERES’… Lo de los cadáveres se lo perdono, lo de ‘proibido’ no. Y no digamos ya cuando fulanito o menganito se las dan de anglófilos y escupen más que escriben el inglés: ‘BEEF STICK’, ‘THE BEST PARTY OFF ALL PARTIS’, ‘FIS FILLET’, ‘BUFÉ LIBRE: ALL YOU CAN IT’, ‘I SHOW YOU ESPIK IN INGLIS’. Ese día llegué con palpitaciones a casa y fue entonces cuando empecé con esta obsesión correctora.
Tales eran los desatinos y el brío que tenía que me llegué a hacer un esguince en la muñeca. Fui a ver si me podían resolver el asunto en una clínica muy reputada, justo al lado de la sociedad musical ‘La Alianza’, y al ir a entrar por la puerta me vi ‘FISIOTERÁPIA’, así, con tilde. Me dio un vuelco el corazón y no pude más que darme la vuelta. Al llegar a casa lo tuve claro: tenía que poner solución a ese desatino.
Llamé a mi compañero (y sin embargo amigo) Ángel Moya, que había sufrido una crisis similar hacía algunos meses tras los exámenes de certificación de su academia y había entrado en un programa de rehabilitación en Ortografómanos Anónimos. Llegué al lugar convenientemente señalado, con las tildes en su sitio y correcta puntuación, y una secretaria con una dicción perfecta -cuyo nivel sería un B2 alto en el contexto de nuestra interacción- me ofreció un formulario para que lo rellenara. Acto seguido me invitó a unirme a la reunión que tenían en la ‘SALA DE REUNIONES’. Todo en orden hasta ahí. Allí me vi no solamente a Ángel sino, uno tras otro, a casi todos mis compañeros, ojerosos, renqueantes, con una media sonrisa, ajados de frustración, algunos como yo con una grave tenosinovitis de estiloides radial por la obsesión correctora y todos con un rotulador rojo sangre indeleble en su mano diestra o siniestra.
“Yo no pido mucho: que cuando terminen el colegio sepan leer y escribir” -así dijo Pedrito Ferrández, con lágrimas en los ojos mientras se le cortaba la voz de la emoción. Todos asentimos menos el psicólogo que nos atendía. “Lo vuestro se llama deformación profesional llevada al extremo. Tenéis que ser más tolerantes: el salto a la norma es parte de nuestra sociedad. Lo vuestro se llama hipercorrección” -Jose Luis, así sin tilde según el cartelito visible sobre el bolsillo de la camisa, nos dio una media sonrisa y soltó ese comentario socarrón. Y no, señor José Luis, lo nuestro no es hipercorrección sino ortografomanía… pero imagino que el comentario fue parte de la terapia. De todas maneras le informo por si me está leyendo: la hipercorrección es la deformación de una palabra o expresión por equivocado prurito de corrección, según el modelo de otras. Llevo únicamente una sesión pero ojalá que lo mío se cure pronto. ¡Esto es un sinvivir! ¡Que cada quien hable y escriba como pueda, que al hombre lo revelan sus palabras!
Nos queda ahora el proceso más laborioso en Certificaciones Villena, los exámenes de certificación de final de curso que prometen ser una prueba de fuego para nuestro proceso de rehabilitación. Estamos temblando. Ya daré cumplida cuenta.