Aún sin haberse terminado el escrutinio, ya se podía afirmar que Pedro Sánchez será el nuevo Secretario General del PSOE. Los militantes socialistas así lo han decidido y lo han dejado claro. Cuando aún faltaba el 15% de los votos por contar, el candidato madrileño ya rozaba el 50% del escrutinio, lo que dejaba claro quién había sido el vencedor de este proceso de primarias. Ese porcentaje lo superó cuando terminó el recuento. Mayoría absoluta, apoyo abrumador. Ni siquiera la suma de sus rivales le hubieran hecho perder el proceso de primarias. Las bases habían hablado y su decisión es incontestable.
Los militantes han comprado el proyecto de quien llevó al PSOE a obtener los peores resultados históricos de su historia. ¿Por qué? Muy sencillo, por los errores cometidos por quienes han apoyado la candidatura de Susana Díaz y por la estrategia errática de provocar la dimisión de Sánchez con varios meses de retraso a cuando se tuvo que tomar esa decisión.
Sánchez ha ganado y, nuevamente, su secretaría general tiene la legitimidad que le otorga el voto secreto y libre de los militantes.
En este proceso de primarias del PSOE se ha visto un hecho que es una tónica de la sociedad actual: la gente de a pie, las bases, se oponen frontalmente al establishment, al poder establecido, a los aparatos. En el Partido Socialista siempre ha ocurrido así cuando se les ha dado la voz a los militantes, siempre ha ganado la candidatura que no estaba apoyada por el aparato. Hoy ha ocurrido lo mismo.
Hay otro punto que es fundamental para entender esa rebelión de las bases respecto al aparato: el número de avales de Susana Díaz que no se han convertido en votos. El aval es nominal, el voto es secreto y el porcentaje de voto oculto estaba en la candidatura de Pedro Sánchez.
El PSOE se enfrenta ahora a un futuro incierto. Ya hay Secretario General. Ahora ha llegado el momento de que se cree un proyecto realista, de izquierdas y que evite el rechazo de la ciudadanía hacia la socialdemocracia.