Hay algo espeso y monótono en la actual temporada de Fórmula1. Pero quizá sea yo, quizá sea mi vista la que está aburrida y no es capaz de percibir el brillo.
“Cuando se deja de beber el mundo pierde colorido y brillantez”
(El largo adiós, Raymond Chandler).
Aunque lo cierto es que yo no he dejado de beber ni de vivir (sólo he reducido las dosis: más la de beber que la de vivir).
Podría ser que eche de menos a un héroe con el que identificarme. Sí, creo que eso es.
Durante años y años me olvidé de que existía la F1, y un día accidentalmente, al volverme a mirar una pantalla de televisor, vi a Fernando Alonso, que ya era campeón mundial y recuperé el interés.
Fueron magníficos, aunque no acabaran exactamente bien, los años de Ferrari y Alonso: luchando por el mundial.
Vettel enseguida me cansó y aburrió; y además ganaba a mi héroe, así que me resultaba nulamente simpático.
Luego vinieron los cambios en los motores, la F1 trata -para muchos- más de maquinitas que de almas. Y empezó el dominio de Mercedes: también aburrido por lo excesivo y repetido.
Conseguí encontrar otro héroe, alguien con el que entusiasmarme y al que seguir, cuando Rosberg se postuló seriamente como aspirante al título mundial. Se postuló y dramática y muy trabajosamente lo consiguió.
Pero esta temporada: el duelo Vettel contra Hamilton me asquea y despierta mis ganas de bostezar. Si Ricciardo o Verstappen estuviesen luchando también por el título, o incluso Vottas (que tampoco me enamora, pero bueno… puede pasar). Hasta con Raikkonen empatizaría más.
Y a ello hay que añadir lo del motor Honda, aunque Alonso -el héroe, mi héroe- aún es capaz de bellezas puntuales que vuelven a dibujar las sonrisas en sus muchísimos seguidores. Cuando hizo la vuelta rápida en uno de los grandes premios de la temporada pasada (no voy a mirar en cual, que quien tenga curiosidad y no se acuerde bucee en internet; me suena que fue en Monza 2016 por si alguien quiere una pista) y la maravilla de ser el primero en la Q1 de Silverstone. Lo mejor del fin de semana para mí: como sobrevivió sin cortarse corriendo sobre el filo de la navaja –un blade runner- y pasó por meta con tiempo para empezar la vuelta cronometrada con mucho menos de un segundo. Eso sí es bonito en la F1, que pueda cambiar la historia -la personal y la colectiva- por mucho menos de un segundo.
Me pareció injusto que Raikkonen no mantuviese al menos su segundo puesto, y por eso he titulado este texto así. Pero más injusto es que los veinte pilotos no estén en al menos una relativa igualdad de condiciones, que sólo haya dos, o a lo sumo sumísimo seis, con verdaderas posibilidades de ganar, porque la máquina manda demasiado. Y las reglas son como pimienta sintética para darle sabor a un deporte al que la muerte ya no mira con la vieja intensidad.
Es más o menos entretenido que luchen Vettel y Hamilton, pero si no hay al menos un tercero en liza, me da igual lo que suceda, quien vaya a ganar o quedar segundo en el campeonato mundial.
Lo seguiré viendo, sí. Jugando a que soy el Piloto Número 21, a que la sombra del tigre se cuela en todos, o en algunos circuitos. Creo. Es verano. Hace calor. Tengo ganas de no hacer. De no hacer nada de nada. Otro burbon por favor.