Estimada señora Ortiz.
Le escribo estas líneas en primer lugar atendiendo a su condición de madre, de mujer que ha vivido más allá de los tapices del Palacio de la Zarzuela, que sabe lo que es levantarse a las 7 de la mañana para ir a trabajar y prepararse el desayuno, que conoció a la perfección lo que son los atascos matutinos o los agobios del transporte público. Me dirijo a usted en su condición de mujer que ha conocido la vida tal y como es, no como la pintan en informes o en comunicaciones oficiales.
Señora Ortiz, seguro que conoce el caso de Juana Rivas, una mujer española, una madre, que está luchando contra la injusticia, contra una decisión contraria a cualquier lógica. Juana Rivas es mujer y madre y está luchando por sus hijos enfrentándose con su rebeldía contra el propio Estado. Como dijo Mariano Rajoy, haga un ejercicio de empatía. Siga estos sencillos pasos que le indico:
- Cierre los ojos
- Piense en sus dos hijas
- Recuerde los momentos maravillosos que las niñas le dan todos los días
- Visualice la sensación calurosa que siente cada vez que le dan un beso o la acarician
- Sienta el amor de madre en su corazón
- Recuerde sus voces, recuerde un “te quiero, mamá”
Es maravilloso, ¿verdad? Pues ahora sienta que por una decisión injusta se las quieran arrebatar, le quieran robar lo que más quiere en el mundo. Es duro, ¿no es cierto?
Ahora le quiero explicar, por si no lo sabe o por si no le han pasado ningún informe al respecto, lo que realmente ha ocurrido con esta mujer que ha tenido el valor de enfrentarse al Estado para defender a sus hijos. Juana Rivas huyó porque era víctima de violencia machista por parte de su marido. No pudo aguantar más las palizas, los golpes, las vejaciones. Pero, además de por una cuestión de supervivencia personal, Juana huyó a su pueblo, a Maracena, para proteger a sus hijos porque si el maltratador era capaz de hacerle eso a ella, ¿qué frontera había para que no maltratara a los niños? El marido la denunció por secuestro y una juez, repito, UNA juez determinó que Juana tenía que devolver a sus hijos a un ser fue condenado por violencia machista, por tanto, a un criminal. Juana hizo lo que tenía que hacer, incumplir con la injusticia de la Justicia y huir.
Sé que por su condición de esposa del Jefe del Estado no debe inmiscuirse en asuntos concretos. ¡Qué injusto es eso! ¡Qué bochornoso! Sin embargo, debe saber que si a usted le ocurriera lo que le ha pasado a Juana, que fuera maltratada por su esposo (tiene suerte porque al ciudadano Felipe de Borbón no creo que le dé por eso), no podría recurrir a la justicia ni denunciarle porque está protegido por la inmunidad impune que le permite hacer lo que le dé la gana.
Sin embargo, usted, como Letizia Ortiz, como mujer, tiene la obligación moral de dejar por veinte minutos sus vacaciones y ponerse públicamente del lado de Juana Rivas. El propio Mariano Rajoy, tan poco dado a ponerse públicamente del lado de quienes sufren, lo dejó muy claro y mostró su lado humano cuando, en vez de utilizar la manida frase “hay que respetar las decisiones de la Justicia”, afirmó que había que “ponerse en la piel” de Juana Rivas.
Respecto a la institución a la que representa tenga una cosa clara: los silencios, en casos como el de Juana Rivas, son cómplices. Que usted y el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia hayan permanecido impasibles ante lo que esta mujer está sufriendo por culpa de una Justicia injusta es ponerse del lado de los malos. Recuerde una frase que dijo su suegro cuando fue proclamado Jefe del Estado: “El Rey quiere serlo de todos y de cada uno de los españoles”. Ni usted, ni su esposo, pueden inhibirse de este asunto como lo han hecho con otros gravísimos que han ocurrido en este país en los últimos años. Tienen una obligación moral con una ciudadana que está sufriendo por defender a la verdadera justicia, por salvar a sus hijos.
No hacerlo demostraría, una vez más, la inutilidad de la institución a la que representa y los españoles ya nos estamos hartando de mantener tantos adornos.
Señora Letizia Ortiz, sea valiente, sáltese todos los protocolos absurdos y póngase al lado de la justicia, de la moral y de la dignidad.