Hay políticos que pasan por la vida renunciando día sí, día también a parte de sus premisas ideológicas y éticas por mantenerse en el “poder”, o por saborear las mieles de la lisonja. Hay otras, cada vez menos, que deciden que el ser y actuar deben ir en consonancia. Ser socialista y actuar como socialista implica una ética que se olvida en demasiados momentos. Y Luis Gómez Llorente fue un socialista que fue y actuó como tal. Tanto como para que Felipe González, el mismo día que abandonó la secretaría general del PSOE y en una entrevista en Antena3, afirmarse a la pregunta de “¿En quién se acuerda en estos momentos?”, que se acordaba “Luis Gómez Llorente, profesor de filosofía que siempre iba con papeles en los bolsillos”. Alfonso Guerra ha comentado que “la suya era siempre una visión ética, desvinculada de intereses o banderías”.
Su acercamiento al socialismo fue ético desde un primer momento. Por familia debía haber sido burgués pero su conocimiento y profundización de los clásicos del socialismo internacional y nacional hicieron que adoptase la vía socialista para la transformación de la sociedad y el ser humano. En 1956, junto a otros compañeros de facultad como Miguel Boyer, se decidió a formar la Agrupación Socialista Universitaria (la cual aún pervive), aunque en aquellas épocas no estaba vinculada al PSOE. De ahí saldrían numerosos cuadros del PCE, el Frente de Liberación Popular (el famoso Felipe) y del PSOE, pero también esa pertenencia le costó a Gómez Llorente pasar seis meses en la cárcel de Carabanchel por socialista. Y era tal su profesión ideológica que frente al Tribunal que le juzgaba se levantó y dijo “Sí, señor presidente, soy socialista”. Todo ello en 1961.
También tendría la valentía de calificar en una reunión del sindicato franquista de estudiantes, el SEU, donde había infiltrados de todos los bandos, al sindicato como un “instrumento político de opresión en manos del Estado para mantener el orden en la universidad y conseguir la enajenación intelectual de la juventud hacia la doctrina falangista y totalitaria del régimen”. Algunos que tanto alardean de sus hazañas durante el franquismo no se atrevieron ni a la cuarte parte.
Al no entenderse con los comunistas, ni con otras fuerzas de la oposición, Gómez Llorente entendió que el mejor instrumento de transformación debía ser el PSOE, el cual estaba en el exilio bajo la mano dura de Indalecio Prieto y Rodolfo Llopis. Así, en 1960 llegó a unos cursos de verano que se realizaban en Francia por parte de la UGT. Era más una forma de reunir a los hijos de los exiliados que de formar realmente a los propios asistentes, pero Gómez Llorente impactó a algunos de aquellos jóvenes. Los hermanos Martínez Cobo rápidamente le pidieron, bajo el plácet del partido, que crease las Juventudes Socialista en Madrid. Posteriormente, sería recordado por el enfrentamiento dialéctico que mantuvo con Prieto en defensa de una acción socialista más directa y mediante una alianza con comunistas. No le hicieron caso, pero eso y haber hablado sin esconderse, como hacían otros delegados del “interior” tras una cortina, sorprendió y sería la brecha por la que posteriormente entrarían los andaluces.
Y es cuando llegaron los jóvenes andaluces el momento en que Gómez Llorente toma peso en el PSOE. Su carácter más afable y coloquial le ponía en una tesitura de colaboración con los andaluces, quienes desconfiaban tanto de Pablo Castellano (por su carácter vitriólico), como de Francisco Bustelo. Era Gómez Llorente uno de los socialistas destacados, pero hasta 1976 no sería cuando le confiaron la responsabilidad de la Formación de las bases del PSOE. Algo que le abrumó por la enorme responsabilidad que ello conllevaba y a lo que, tras consultar con su compañera de vida, accedió poniendo todo su empeño y tesón. Su vocación pedagógica fue expuesta para dar a los militantes socialistas las herramientas necesarias para ser y actuar en consonancia con los principios del socialismo. Así pasaba en sus cuadernos de Formación de la ética a Marta Harnecker sin pestañear.
Así se llegó a la transición y la elección de Gómez Llorente como diputado por Asturias. Lo curioso de esta posición cunera fue que se solicitó por parte de la propia Federación asturiana. Querían al gran secretario de Formación como número uno de sus listas. El profesor aceptó con humildad y entrega. Y a diferencia de otros cuneros, los fines de semana los dedicaba a recorrer Asturias para conocer y recabar la opinión de sus electores. Con un verbo capaz de llegar tanto a la razón como el corazón, Gómez Llorente encandiló a los astures y sus mítines aún son recordados por los más viejos del lugar. Y resultó electo tanto en 1977 como en 1979. En 1982 ya no participaría, pero no adelantemos acontecimientos. De esos años queda su implicación en los temas de Educación que debían reflejarse en la Constitución y su defensa pasional de la República en el Congreso de los diputados. Tan hermosa fue esa defensa que algún diputado socialista estuvo a punto de votar que Sí en ese voto particular, como nos contaría pasados los años.
El creador del concepto de felipismo
Existen distintas versiones sobre quien fue el padre del término felipismo para referirse a lo que sucedía en el PSOE. En un partido socialista que siempre ha tenido un gran punto ácrata, como ha reconocido González, la deriva cesarista que estaba tomando tenía que ser fuente de fricción. El 28° Congreso que es más recordado por el del debate del marxismo, concepto el cual fue eliminado realmente en 1981, supuso un cambio radical en la forma de concebir el partido como instrumento y la separación del mismo de la clase a la que decía representar para mostrarse más interclasista. Como ha recordado en más de una ocasión Gómez Llorente, la inexistencia de una verdadera burguesía homologable a la europea, porque aquí lo que había eran ricos del franquismo, hacía del PSOE el partido que debía cubrir en parte esa carencia sistémica. Esto no empece para que el PSOE debía seguir siendo el elemento vertebrador de la clase trabajadora.
Felipe González, después de que Adolfo Suárez utilizase la televisión para prevenir al pueblo de la llegada de las “hordas marxistas” al poder, en las elecciones de 1979, expresó durante una charla en Barcelona que pediría al Congreso socialista que se eliminase la definición de marxista del PSOE. Bramaron las bases y los dirigentes de muchos lugares, especialmente los más críticos. Pero esto, que tenía su parte de razón práctica para González y Guerra, también era una tapadera para evitar las críticas a la forma de actuación de la Ejecutiva y para cambiar los estatutos del PSOE y hacerlo más centralizado. Como es conocido González dimitió porque las bases votaron en favor del marxismo, aunque, curiosamente, también querían al líder socialista como dirigente máximo. Lo mismo le pasaba a Gómez Llorente que no quería perder las esencias del PSOE y veía en González a un líder muy capaz. Pero entre la ética y la estética se decidió por la primera.
Es curioso que mientras Bustelo y otros se dedicaban a hablar de marxismo y demás cuestiones, durante el transcurso entre el Congreso normal y el Extraordinario Gómez Llorente legó una análisis del felipismo que aún sigue teniendo vigencia para otros que después han venido. Decía el profesor que, primero, existía una excesiva identificación entre el hombre y las siglas, “entre la imagen del partido y la personalidad de un afiliado concreto”. Segundo, otro de los rasgos del felipismo era la excesiva personalización de las campañas electoral. Tercero, no comprendía “la exaltación sistemática de un hombre”. En cuarto lugar, criticaba Gómez Llorente la “concentración semimonopolística de la representación del partido en solitario”, lo que llevaba a la concentración de la información y la asunción de decisiones a nivel individual. A ello, quinto, había que añadir el aparato especial del líder que generaba un efecto psicológico de jerarquía. Y, sexto, esto generaba en demasiadas ocasiones la confusión entre la lealtad al partido y la lealtad al líder, “entre la confianza al líder y la confianza al líder”. Esto se puede aplicar a la mayoría de partidos actuales, incluyendo al PSOE.
La sacralización del dirigente máximo, convirtiéndolo más que en un líder en un símbolo, aterrorizaba a Gómez Llorente, no tanto por las implicaciones orgánicas, como por las implicaciones políticas. Esta sacralización genera antagonismos, perdida de las señas de identidad del partido, falta de debate y discusión dentro del partido, o perdida de democracia real (no formal). La ética socialista, marcada profundamente en el caso de Gómez Llorente por el pablismo, se perdía con ese tipo de actitudes dentro del partido. Trasladen estas reflexiones al presente y piensen en lo que sucede en los partidos de la izquierda. Se asemejan ¿verdad?
El caso es que los críticos perdieron y Gómez Llorente inició una lucha por el reconocimiento de la pluralidad de enfoques, opiniones y actuaciones en el seno del PSOE. Entendía Gómez Llorente que en el PSOE se debían debatir profundamente las políticas y los postulados ideológicos, y una vez consensuada la línea a seguir, asumir con disciplina lo acordado, pese a que no se estuviese de acuerdo. Lo que no significaba mantener un talante totalmente acrítico, sino actuar de acuerdo a la conciencia propia, a la autonomía personal o colectiva, pero sin hacer de las discrepancias un enfrentamiento perpetuo.
Fundación de Izquierda Socialista y abandono de la política
Junto a las gentes que quedaron del sector crítico como Castellano, Bustelo, Jerónimo Saavedra, Carlos López Riaño, Manuel de la Rocha, Antonio García Santesmases, Antonio Chazarra y tantos otros, fundó Izquierda Socialista. Y no cejó Gómez Llorente hasta que la corriente de opinión fue reconocida por el partido, momento en el cual terminó de abandonar la política de partido para dedicarse a la enseñanza y el sindicato. Porque para nuestro personaje, tanto el partido como el sindicato deben ser uno en la defensa de la clase trabajadora. Por tanto, da igual si en el sindicato o en el partido, en ambos lugares se podía trabajar por la transformación de la sociedad (aunque fuese de forma gradualista y reformista).
En las elecciones de 1982 advirtió a González y Guerra que no seguiría como diputado en las Cortes. Que dejaba la actividad política. Ambos dirigentes intentaron que reconsiderase su postura. Desde la federación asturiana se lo pidieron. E incluso en la Federación madrileña también le pidieron que fuese parte de su lista. Gómez Llorente era querido por todos porque sabían que su crítica, profunda y sincera, beneficiaba al partido. Porque sus aptitudes como político y su ética eran necesarias en unos momentos que se antojaban difíciles para el PSOE. Pero esos mismos momentos difíciles era los que Gómez Llorente no quería vivir para evitar tener que decidir entre lo práctico y la ética de defender el socialismo. Y cogió su pipa y se fue.
La vida al margen de lo político pero en política
Gómez Llorente dejó la primera líneo política, lo político y mediático, pero siguió haciendo política mediante sus trabajos en el sindicato UGT. También acudía a todas las charlas que le solicitaban en las distintas agrupaciones, en especial para hablar de la historian del PSOE y del laicismo. Marco éste en el que desarrollaría una enorme y brillante producción intelectual. Pero también esa retirada le permitió volver a la pedagogía, que Gómez Llorente entendía como ayudar a iniciar el camino para los jóvenes. En sus clases el profesor enseñaba los conceptos necesarios para que los alumnos se manejasen con soltura, pero les incitaba a que ellos sacasen sus propias conclusiones. Que las debatiesen y las confrontasen. Una especie de Sócrates patrio.
Aunque desconocido para el gran público actual, Gómez Llorente tuvo una presencia decisiva en la creación de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Entendía que uno de los baluartes de la educación actual era educar ciudadanos y ciudadanas para poder tener una democracia más real, más participativa, para que las personas obtuviesen una autonomía personal y no fueran pasto de los deseos de “otros” o de las élites mediáticas. El equipo de Rodríguez Zapatero en Educación tuvo muy en cuenta sus observaciones para la formación de esa asignatura de ética cívica, aunque en algunas autonomías luego se desvirtuase y derivase hacia doctrinarismo. Porque el pensamiento socialista tiene uno de sus puntos nucleares en la educación, la cual es “transformar la escuela en sistema de nivelación social, el impedir que el privilegio económico se perpetúe a través de la enseñanza”.
El otro gran tema que cultivó en estos años y que tuvo una gran repercusión, aunque no a nivel de las masas, fue el laicismo. Todos los jueves Gómez Llorente compraba el ABC para poder leer la separata Alfa y Omega y conocer el pensamiento de la clase eclesiástica española. Quería Gómez Llorente separar claramente Estado e Iglesia, algo que entendía que no se había logrado por medio de lo que supuso la transición española. Las jerarquías eclesiásticas debían quedar apartadas de la política. Esto no supone que el hecho religioso fuese malo en sí, al contrario. La aportación de valores era extraordinaria, pero debían quedar en la esfera personal. Un recogimiento, que no negaba lo social, pero sí lo político de la religión. De hecho, su féretro tuvo una cruz.
En 2012 falleció la persona pero sus ideas perdurarán y se agigantan cada vez más viendo el panorama desolador del socialismo patrio. Ya no se verá más al friolero que era capaz de ir con chaqueta y chaleco en pleno verano, no se le verá con su pipa humeante (que Fraga quiso partirle en un arrebato en la cara), pero sus ideas perduran y son parte del ideario socialista español. Deberían los socialistas españoles guiarse como hacía Gómez Llorente por la razón moral o ética en sus decisiones y luchar por la libertad y la igualdad como hizo él. Porque para Gómez Llorente “el socialismo no es sino una gran pasión por la libertad […], poniendo las condiciones económicas y políticas adecuadas para que sea real en todos los seres humanos”. Pero por noble que sea esta lucha, sin la igualdad, la libertad por sí misma es totalmente manipulable.