¿Qué acabará pasando en Cataluña? Todo hace pensar que nada. Que no habrá independencia. Saldrán algunas urnas del escondite, habrá manifestaciones y poco más. Tampoco es de esperar que se proclame directamente en el Parlament la República catalana porque, y esto lo saben los propios independentistas, la reacción internacional sería completamente contraria. Salvo algún iluminado tipo Nicolás Maduro o Kim Jong Um, nadie apoyará esa proclamación. Porque la reacción en favor de Kósovo se produjo mucho más por fastidiar al gobierno serbio que por la legitimidad del derecho.
Lo cierto y real, en todo este conflicto, es que la herida democrática va a estar presente por un largo tiempo. Y no sólo lo que se refiere a la región catalana, sino en todo el sistema democrático (político) español. Abrir la caja de Pandora tiene estas cosas, no sabe qué males se van a escapar y afectar al sistema. Nada volverá a ser igual tras lo que viene aconteciendo en Cataluña. La democracia ha sufrido un golpe tremendo por ambos lados y el sistema en sí queda dañado, magullado y con una infección interna que supurará o se asimilará con dificultad.
El sistema es en sí autopoiético, esto es, tiene la capacidad de autorregenerarse pero no para volver al punto inicial sino a una fase evolutiva nueva. En parte igual a lo anterior (persiste la esencia), en parte distinto. En su obcecación tanto gobierno como independentistas, con sus respectivos apoyos políticos y sociales, no han entendido que una vez comienza un cambio abrupto en una parte del sistema, todo el sistema se resiente y tiende a regenerarse. Han obviado que si tocas A, B ya se encuentra en transformación y en distinta posición a la de partida. Pensar, como hacen en gran parte de la derecha española, que inhabilitando a los promotores del conflicto todo volverá a ser igual es, cuando menos, una temeridad.
No seguir los procedimientos democráticos por parte independentista y reaccionar sin mesura y judicializando el conflicto por parte del gobierno estatal afectan por igual a la democracia. A todo el sistema democrático. O poliarquía como decía Dahl si se quiere ser más concreto. Todo el entramado poliárquico/democrático se ve afectado como sistema y que transformación que viene produciéndose conlleva algo nuevo con resultados inesperados. Podrían ser el aumento del independentismo en Cataluña, el deseo de cambio de gobierno a nivel estatal (aunque esto se desea desde hace tiempo), o vaya usted a saber qué. Mejor analizar las heridas para ver la gravedad del asunto.
Principios democráticos
Mirando alrededor y hacia atrás se puede afirmar que la democracia no ha sido el sistema político preferido por los seres humanos. Los prominentes filósofos griegos (Platón y Aristóteles) no le tenían especial simpatía. Y hasta casi finales del siglo XVIII no hay tratados y una defensa de la democracia. Tras Atenas no ha habido democracia, salvo el período republicano en Roma, en ciudades italianas y poco más. A todo ello hay que añadir el aumento geométrico de la población, lo que impide una verdadera democracia, un verdadero gobierno del pueblo ejerciendo el poder político.
Por ese motivo geográfico y demográfico, los liberales acabaron por tomar prestado el sistema representativo, que al comienzo tenía un sufragio limitado, y transformarlo con el paso del tiempo en la democracia liberal representativa. Es un sistema de parte por tanto. Y bastante pragmático. Pero no es una democracia en sí, como han destacado estudiosos liberales y socialistas, sino una poliarquía o el gobierno de los muchos, como afirmó Robert Dahl. Con la intención de comprender el tamaño de la herida que se produce en el sistema democrático (es referible el uso de este término más común que el de poliarquía) hay que presentar algunos principios del sistema de gobierno democrático.
Comenzando por lo que expuso en su momento Dahl sobre el sistema liberal representativo, cabe destacar que un sistema puede considerarse democrático, bajo el prisma liberal que es el dominante en occidente, si reúne todas las características siguientes. Presentadas con brevedad por mor del espacio y el interés central del análisis.
Según Robert Dahl se puede hablar de democracia en la actualidad siempre y cuando el sistema respete los siguientes principios y mecanismos:
- Existe un control sobre las decisiones del Gobierno por medio de los cargos electos y que está constitucionalmente establecido.
- Los cargos son elegidos y removidos pacíficamente en elecciones frecuentes, justas y libres. Además, la coerción está limitada.
- Todos los adultos tienen derecho a voto en las elecciones.
- La ciudadanía tiene derecho a la libertad de expresión, en especial lo referente a la expresión política, incluyendo la crítica a los cargos públicos, la acción del Gobierno, el sistema político, económico y social prevaleciente y a la ideología dominante.
- la ciudadanía tiene acceso a fuentes alternativas de información que no están monopolizadas por el gobierno u otro pequeño grupo.
- La ciudadanía tiene derecho a formar asociaciones autónomas, incluyendo asociaciones políticas (partidos, sindicatos, grupos de interés, etc.) que intentan influir sobre el gobierno por medios pacíficos.
- A todo ello habría que añadir la no injerencia de poderes extranjeros y que haya respeto a las divisiones de opinión y de pensamiento.
Como se observa la democracia liberal, según Dahl y otros intelectuales del liberalismo, la socialdemocracia y el conservadurismo, es procedimental, aunque los valores inherentes a esos procedimientos tienen una afectación sistémica. En términos generales, parte de esos principios democráticos se encuentran en la herida que está causando el conflicto catalán. Analicemos pues la profundidad de la misma mediante los procedimientos y valores democráticos que están en juego y que afectan a todo el sistema social español. Un problema generado por las élites pero que afecta a toda la ciudadanía. Porque, no se ha de olvidar, la democracia actual, como recuerda Mark Curtis, no es más que “un sistema en el que un pequeño grupo gobierna y la participación de las masas se limita a elegir dirigentes en elecciones dominadas por las élites que compiten”.
La herida democrática
En primer lugar, como consecuencia de la judicialización de la política, se está vulnerando la libertad de expresión. Procedimentalmente, el referéndum está plagado de vulneración de las normas democráticas. No ha habido deliberación entre todas las partes implicadas (ni Puigdemont, ni Rajoy han querido), se han saltado las normas de convivencia política (Estatut) y los independentistas no han tenido en cuenta la fractura social que se podía provocar. Sin embargo, esto no empece para que un juez de Instrucción realice detenciones “preventivas”, o que distintos magistrados impidan debates y charlas sobre el referéndum a lo largo y ancho del territorio español. Esto supone perseguir al que opina distinto y desea expresarse libremente.
No hay en el independentismo una vulneración de los Derechos Humanos, que es el límite razonable para impedir ese valor fundamental, por lo que defender el referéndum, por muy inconstitucional que sea formalmente, no debe ser motivo de prohibición o de persecución. Algo que jueces y partidos políticos conservadores vienen vulnerando en todo este proceso. En un programa de televisión el profesor Ramón Cotarelo, que defiende la secesión, temía la entrada de la Guardia Civil y salir detenido. García Margallo le dijo que exageraba, pero reflejaba el profesor perfectamente la herida democrática que se ha generado.
En segundo lugar, la forma en que se está llevando este proceso adelante, afecta a otro valor democrático de los expuestos por Dahl. Se impide poner en cuestión el sistema prevaleciente. Visto desde una perspectiva corta de la cuestión catalana, seguramente muchas y muchos entenderán esa vulneración democrática. Mas si se hace una extrapolación a todo el sistema, la actuación del poder judicial, con el Gobierno agazapado y jaleando detrás, supone que se podría prohibir cualquier opinión, movimiento o expresión que ataque al propio sistema y la ideología dominante. Por ejemplo, defender una República, o un sistema económico alternativo sería, según la propia Constitución y las disposiciones legales, ilegal. De ahí a prohibir y encarcelar a los que opinan distinto hay un paso como se ha visto en Cataluña. ¿Quién puede garantizar, después de lo visto, que la limitación de la libertad de expresión no volverá a producirse? Nadie.
Cualquier democracia se instaura sobre la deliberación y el diálogo entre las partes en conflicto. Hasta el momento se había mostrado como el mejor sistema para asimilar las demandas y asumir ciertas escisiones políticas y sociales. Desde la Asamblea de Atenas hasta cualquier parlamento europeo, el diálogo y el debate ha servido para autorregenerar el sistema. Un proceso autopoiético que ha permitido avanzar y progresar. Sin embargo, tanto el gobierno catalán como el monclovita han roto ese valor democrático. Ni diálogo, ni debate, ni deliberación, ni interés de modificación del sistema constitucional de 1978. Esto supone perder el valor máximo de una democracia que quiera considerarse así. Sin deliberación la democracia sangra y los procedimientos no sirven para suturar la herida.
La principal crítica que se ha hecho siempre a los gobiernos de mayoría absoluta es que imponían la voluntad de unos pocos a los demás. Es lo que se llama la tiranía de la mayoría. Pues bien, la mayoría catalana, al menos parlamentariamente, impone al resto su deseo de independencia y un referéndum sin garantías. Pero es que desde la capital del reino se impone esa misma tiranía mayoritaria sobre los que piensan distinto en Cataluña. Dos tiranías democráticas en confrontación y que están haciendo un gran daño a la democracia y la sociedad. Porque en el aspecto social también se daña a la democracia.
La fractura social es evidente y podría ir en aumento porque se ha olvidado la mesura y la deliberación y se apuesta por el sentimiento trágico de la política con sus antagonismos y divisiones entre buenos/malos, nosotros/ellos. Tanto desde Madrid como desde Barcelona se alienta esa diferenciación política y social que genera una quiebra social sumamente peligrosa. Que se acose a los alcaldes del PSC o se grite a por ellos, a la salida de las dotaciones de la Guardia Civil, no es más que el perfecto reflejo de esa lucha trágica donde se anima a acabar con el contrario por ser precisamente contrario. Declaraciones como las de Albert Rivera diciendo que el PSOE se está situando con los malos, como si él pudiese dar carnets de demócrata, no hacen sino alentar la división. Claro que en los conflictos trágicos y antagónicos siempre han vencido las derechas, los demagogos y los populistas. Por ello, lo animan.
Si la democracia no logra la convivencia de las partes que integran el sistema deja de cumplirse una de sus funciones principales. La herida abierta en Cataluña, donde hasta el momento nadie controla lo que está haciendo el Gobierno central, no se va a curar de la noche a la mañana. Por mucho que los buenistas azules y naranjas lo piensen. La democracia está perdiendo frente a los que prefieren el enfrentamiento antagónico. Y sólo recuperando la deliberación y el diálogo se podrá, no sin muchas dificultades volver a otra forma democrática. Lo levantado en 1978 está herido, toca levantar desde algunos de aquellos valores pero en otro sentido democrático un nuevo espacio de convivencia. Y no hay que olvidar lo que dijo John Stuart Mill: “Si toda la sociedad menos uno, tuviese una misma opinión, y sólo una persona fuera de la contraria, la humanidad no estaría justificada a callar a esa persona, del mismo modo que esa persona, si tuviese todo el poder necesario, no podría silenciar a la humanidad”.