Desde 2012 viene denunciándose con contundencia lo que sucede con los trabajadores y trabajadoras del mármol. Corrección con los trabajadores y trabajadoras del aglomerado de cuarzo que se modifica en las distintas marmolerías andaluzas. El mármol en sí contiene un 30% de sílice, la sustancia de la muerte, mientras que las planchas de ese compuesto pueden estar entre el 70% y 90% de sílice. Son ya, según afirma la Junta de Andalucía, 255 los casos de enfermos por silicosis y 2 los muertos por el desarrollo de la enfermedad.
Las bonitas encimeras que disfrutan muchas casas españolas son parte de ese mal que está afectando a buena parte de la industria del manufacturado del mármol. Se cambió el producto del mármol normal por el aglomerado de cuarzo, pero nadie avisó que ese cambio también comportaba otros cambios en el proceso de manufactura. Así lo denuncia Ismael Aragón, presidente de la Asociación Nacional de Afectados y Enfermos de Silicosis (ANAES). El corte del aglomerado de cuarzo es distinto y los procesos de eliminación del polvo de sílice (verdadero transmisor de la enfermedad) muy distintos y mucho más caros. Pero en la época del “ladrillazo” todo valía. Ahora se ven las consecuencias.
Ya hace cinco años un estudio de Comisiones Obreras denunciaba que en España se estaban produciendo casos de silicosis en empresas del mármol y la carpintería. El polvo flotante se estaba instalando en los pulmones de las gentes que iban a desempeñar su trabajo produciéndoles un mal que, al ser una enfermedad silente, acabaría apareciendo con el transcurrir del tiempo. En algunos casos con trabajadores en paro o en otra empresa distinta a la que se desempeñó, o en otra rama de actividad. En todo ello, pese a que las empresas se quejan de los costes que les ha supuesto todo ello, los grandes perjudicados porque están dando su vida son los trabajadores. Que, además, quedan desamparados a nivel de la Seguridad Social y tienen que recurrir a la Justicia para que les sean reconocidas las incapacidades laborales de la silicosis de grado 1.
Para la Sanidad andaluza ha supuesto todo un reto el enfrentarse a esta enfermedad, la cual era casi completamente desconocida como caso real pues siempre se ha dado entre los trabajadores de la minería. Así lo reconoce el doctor Andrés Rabadán: “Para nosotros es una enfermedad nueva. La silicosis minera avanzaba muy lentamente, durante 25 o 30 años. Pero la de aquí se despierta en apenas dos o tres años de exposición continua al compacto de cuarzo. Además, no sabemos cómo evoluciona. En cada paciente las consecuencias son distintas aunque siempre hay una constante, la pérdida paulatina de la capacidad respiratoria”.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? Parece que las culpas se quieren repartir entre todos, pero la clave está en que no se produjeron los cambios necesarios en las medidas de prevención laboral. En primer lugar, los productores de los aglomerados de cuarzo no avisaron de la alta concentración de sílice. En segundo lugar, las empresas de prevención de riesgos laborales (que los pequeños empresarios están obligados a contratar) no avisaron de los cambios que se debían producir en el corte y la protección de los trabajadores. A ello se suma que las empresas medianas y grandes tampoco actuaron con excesiva celeridad. En tercer lugar, las Inspecciones de Trabajo tampoco impusieron en su momento sanciones, ni indicaron los cambios. Como recuerda Aragón “cuando había una inspección, de la que les avisaban días antes, nos decían que paráramos de trabajar y nos pusiéramos a limpiarlo todo”.
El equipo del epidemiólogo doctor Rabadán emitió un informe que exponía con total claridad dónde estaba el problema, ya que había “un evidente incumplimiento de todas las partes interesadas (fabricantes, servicios de prevención de riesgos laborales, mutuas de accidentes de trabajo y empresarios), tanto en la implementación de medidas de protección en el lugar de trabajo como en la vigilancia de la salud”. Porque, esa es otra, las mutuas se han venido lavando las manos en toda esta cuestión al no considerar la enfermedad como laboral.
Como ha pasado con el cierre de la empresa Hark Mármoles de Macael. Decidieron cerrar la empresa dejando, no sólo a trabajadores sin empleo, sino a enfermos por silicosis sin capacidad de reacción salvo la vía judicial. Las mutuas, que deberían hacerse cargo de estos trabajadores hasta la fecha de su incapacidad, no reconocen la silicosis de grado 1 como enfermedad laboral y, como mucho, reconocen que es cáncer. Quedan así los trabajadores en el limbo.
La Junta de Andalucía comenzó a interesarse por el problema realizando visitas a las empresas (100 visitas a los marmolistas de Almería el último año), pero sólo han podido realizar un Plan de choque contra la silicosis que se basa en la concienciación del problema y de las medidas que se deben adoptar en prevención. Como afirman desde la propia Junta, las competencias sancionadoras recaen en la Inspección de Trabajo y las sociales en la Seguridad Social. Y es tal el secretismo que incluso desde el CEPROS tardan en dar la información de los enfermos. Al menos desde la Junta explican que el aglomerado de mármol se debe cortar con sierras con agua y que el polvo se debe aspirar, no poner ventiladores.
Por su parte el 3 de marzo de 2016 el PSOE presentó una Proposición de Ley en el Parlamento para que la silicosis de grado 1 fuera considerada enfermedad laboral y se les diese a los enfermos la incapacidad laboral permanente. Pero el cambio de legislatura ha dejado parada aquella propuesta que deberán retomar. También los jueces de lo social han venido concediendo las incapacidades laborales por la silicosis durante todos estos períodos.
Quedan al final los trabajadores y trabajadoras, que tienen miedo porque es una enfermedad degenerativa, como suele suceder como grandes perjudicados de la evolución de un capitalismo desaforado y que sólo piensa en el beneficio económico. Esas personas tienen ante sí un futuro oscuro y que no se sabe cómo acabará. Miedo a morir por haber trabajado para llevar un sueldo a la casa. Porque ni un trasplante de pulmón les asegura la salvación al cien por cien, pues la silicosis acaba secando el pulmón y al intentar el trasplante puede deshacerse y morir en el propio quirófano como ya ha sucedido con uno de los dos fallecidos.