No se sabe a ciencia cierta a qué han ido a Bélgica Carles Puigdemont y sus consellers. Parece que una quedada de amigos ahora que están de vacaciones no es. Lluis Llach afirma que el ex-presidente se encuentra en el exilio, otros que se va a reunir con el gobierno belga a ver si le dejan exiliarse, otros que va a reunirse con las autoridades europeas. El caso es que las redes independentistas no se han tomado a bien esta escapada del ex-president. “Traidor”, “Cagón” y otros calificativos se han leído de fuentes secesionistas. Sorpresa sin duda el día que el fiscal general del Estado ha interpuesto querella contra el Govern por rebelión, sedición y malversación de fondos públicos.
Justo hoy, el ex-president de la Generalitat debía haber permanecido en Barcelona o cualquier otro lugar de Cataluña para reafirmar su compromiso con la nación. Defenderse contra las supuestas represiones del Estado. Pero no ha preferido salir corriendo hacia donde otro independentista le había puesto una alfombra roja para montar el Govern en el exilio. Theo Francken, a la sazón ministro de Exteriores belga, afirmó que le acogería sin problemas. Pero el presidente Charles Michel rápidamente desmintió a su ministro. El caso es que Puigdemont se ha escondido hoy, precisamente hoy, en Bélgica.
Parece que iba a dar una rueda de prensa o sacar un comunicado, pero no. Parodiándose a sí mismo una vez más ha cancelado la rueda de prensa. Y deja en una nebulosa el porqué de estar en Bélgica. Claro que, una vez suspendida la autonomía y con elecciones para dentro de 52 días, no parece que les importe mucho a los catalanes y las catalanas lo que haga el señor. Salvo a los muy fieles y a la prensa, por aquello del morbo, el resto de la ciudadanía se lo toma a broma y farsa. Porque Puigdemont es ya una farsa en sí mismo. No ha sabido defender sus ideas y sus acciones con firmeza traicionando a Cataluña. Al menos a esa parte de Cataluña que es secesionista y que se ilusionó cuando el Parlament proclamó al República Catalana.
Ahora, los propios instigadores de la DUI, incluyendo los que aquí se quedan, se echan para atrás y tragan con las leyes del Estado y la Constitución. Salvo el conseller Rull, que al menos ha tenido la imagen simbólica del día acudiendo a trabajar a su despacho (hasta que le han echado), los demás secesionistas se han “rajado”. De hecho todos los partidos del tripartito secesionista han salido a aceptar las elecciones autonómicas convocadas por el Gobierno. Nadie ha afirmado nada contra esta situación. Parece que sí, que tienen miedo a entrar en la cárcel o que les toquen el bolsillo. De hecho, dentro del esperpento en que se ha convertido el secesionismo catalán, Rufián y Tardá afirman que permanecen en el Congreso de los Diputados para trabajar por la “liberación” de Baleares y Valencia. Y los 100.000 euros anuales que también ayudan. Pero esto no lo dicen.
Traición al procés que los secesionistas catalanes no saben cómo vender. Y lo peor de todo es que, en el caso de Puigdemont, la traición es doble. No sólo deja abandonada a la ciudadanía nacionalista catalana, sino que se escapa al exterior para no asumir sus responsabilidades. No quiere, parece ser, mártir, ni símbolo de la opresión al pueblo catalán. Las dudas que tuvo el jueves, porque pedía inmunidad, ya que sabe que es más probable que le condenen por malversación de fondos públicos con el coste patrimonial que ello conlleva, y no se la dieron, eran producto del miedo. Porque, a diferencia de James Connolly (aunque era muy de izquierdas), Michael Collins o Eamon de Valera que dieron su vida o estuvieron en la cárcel por defender su patria, Puigdemont parece que sale huyendo. Y tampoco cuela el exilio tipo Tarradellas. Él salió perseguido por las tropas fascistas que se alzaron contra la república, aquí nadie le persigue. Igual los suyos sí para tirarle al pilón. Por cierto, algo muy hispánico.
No sólo hay traición a la nación, sino a toda la sociedad catalana. Deja una fractura social, una quiebra económica, una pérdida de credibilidad del nacionalismo catalán, al fin y al cabo, una destrucción de todo lo que catalanes y catalanas vienen construyendo desde hace años. No es que carezca de seny, sino de la más mínima racionalidad y humanidad. El esperpento total hecho político. Ni Valle Inclán hubiese imaginado un mejor personaje para Luces de Bohemia. Aunque saldrá cualquier día a decir que no se exilia sino que está logrando el reconocimiento internacional de la república catalana o cualquier otra cuestión que se les ocurra. Eso sí, seguirá siendo igualmente esperpéntica.
Haya o no exilio, es evidente que Puigdemont ha maltratado a la ciudadanía catalana, a la nación que dice representar y a la historia (aunque sea inventada) que llevaba sobre sus espaldas al dar el paso que dio. Cuando los secesionistas esperaban que acudiese a su despacho, de forma simbólico-comunicativa, desaparece de escena dejando a los demás consellers y a la presidenta del Parlament con cara de idiotas. Hay muertes políticas heroicas, otras por desgaste, en este caso, la muerte política es por estupidez máxima y cobardía. Y, lo que es peor, puede haber matado el futuro del procés a la vista de una reforma federal de España. Si una federación necesita de la lealtad al pacto ¿quién se puede fiar de estos nacionalistas que hoy dicen A y mañana B? No han destruido el Estado español, igual por desgracia, lo han reforzado. Justo ahora que la sociedad quiere cambiarlo.