Desde hace varias semanas venimos denunciando el giro radical que está tomando Ciudadanos. Algo de lo que se ha hecho eco incluso Josep Ramoneda. Aquí se piensa que es realmente un florecimiento de las verdaderas raíces de los dirigentes naranjas, otros piensan que es producto de una fórmula electoralista o algo por el estilo. El caso es que Ciudadanos no es ya aquello que nos presentaron. Como las serpientes ha mudado de piel para dejar ver su verdadera esencia, que no es otra sino el partido de las élites y la derecha española. La derecha que manda de verdad. Esa derecha instalada como coalición dominante del bloque en el poder.
Dice Ramoneda que ahora están recogiendo la herencia ideológica de Aznar, frente a la desidia de Rajoy. No es desechable ese análisis y algo hay de verdad. En Ciudadanos han pasado de la política-para-todos-los-gustos, donde cabía el progresismo y el liberalismo, lo viejo y lo nuevo, lo alto y lo bajo, y que definí en su momento como cuñadismo ideológico. Daba igual lo que se propusiera y lo que se negociase, siempre era gracias a ellos y ellas. Sin Ciudadanos no habría existido el mundo tal y como lo conocemos daban a entender. Sin embargo, la crisis catalana ha hecho que Ciudadanos muestre su verdadero perfil político, la “derecha de la derecha” como ya se ha afirmado en diversas ocasiones en estas mismas páginas.
En esta ocasión no vamos a analizar el qué, sino el cómo se está produciendo esa radicalización que acerca a la formación naranja al populismo. Porque Albert Rivera, mal que le pese, es un dirigente populista. No del populismo antisistema, sino un populismo sistémico y al servicio de los intereses del poder económico. Un contra-populismo si se prefiere. O como dijo el economista francés Alain Minc de Macro, un populismo mainstream.
En un libro de reciente publicación Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán, Populismos, establecen diez puntos que explican los componentes del populismo y que se tomarán como guía de análisis. Se podían haber usado los estudios de Jorge Verstrynge (Los nuevos bárbaros o Populismo), pues el politólogo lleva desde 1994 estudiando el fenómeno, pero son menos sistemáticos para la pretensión de este breve análisis.
Primero. El populismo no es una ideología sino una “lógica de acción política”. En este sentido, pese a lo afirmado por Ramoneda, Ciudadanos sigue sin establecer un posicionamiento ideológico claro. En su Asamblea congresual retiraron cualquier atisbo de progresismo o socialdemocracia para quedarse con el término liberal. Un término sistémico. Pero no es menos cierto que, a consecuencia de la negativa del PSC de apoyarles, Rivera ha pedido a los socialistas que voten a Inés Arrimadas para hacerla presidenta de Cataluña. No hace distingos ideológicos en esta batalla. Le da igual de dónde vengan los votantes, mientras lleguen. Están en la lógica de acción política, de movilización en su favor y contra los otros.
Segundo. Responden a procesos bruscos de cambio social. Como partido proveniente de Cataluña, de la burguesía españolista, no podían más que reaccionar frente al procès cambiando sus modos. Frente a la “afrenta” secesionista, Ciudadanos ha reaccionado con ira, odio y división. “Quieren liquidar nuestro país” decía Rivera este mismo domingo en L’Hospitalet. Ante esa supuesta liquidación, aparece el rostro populista de Ciudadanos. El doppelgänger que estaba detrás de su indefinición ideológica, ese otro escondido que también forma parte de la propia esencia del partido.
Tercero. Hacen una descripción con tintes dramáticos de la realidad. Como habrán podido leer, al igual que decían sobre Venezuela (su otro mantra populista sistémico), ahora afirman y reafirman constantemente los aspectos negativos del procès. Desde hechos reales y comprobables (cuestiones económicas), hasta bulos y falsedades expresadas por los medios de comunicación afines a sus posturas (casi todos). No hace falta comprobar si es verdad, hay que doblar la realidad hasta hacerla encajar con la negatividad que se quiere expresar. Y todo ello con el fin de que el discurso de restitución del Orden perdido sea comprensible a la audiencia votante.
Un Orden, por cierto, que falsean y suponen ideal y mítico como nunca ha sido. Porque, el contra-populismo, como hace el populismo, tiene un mitologema (narración mítica) propio encargado de crear una Arcadia falsa que nunca existió. Volver a la ley no es suficiente, como defiende el PSC, por ejemplo, sino que se vuelve a un modelo idílico. Lo que ocurre es que en el caso de Ciudadanos es un Orden franquista y centralista.
Cuarto. Apelación al pueblo para esa restauración. En sí no apelan al pueblo porque esa lógica de acción la tienen tomada los independentistas. Sería mala estrategia apelar al pueblo (ese constructo de activación emocional) pero, empero, sí apelan a cierto tipo de catalanes. Como dijo Arrimadas “[Hay que] acudir en masa a votar para volver a unir a todos los catalanes con sentido común”. Ese es el pueblo de la formación naranja. Los que tienen sentido común frente a los que no lo tienen. Y ¿quiénes tienen sentido común? Los constitucionalistas. Pero, después de recibir el NO de Iceta, hablar de constitucionalistas puede ser perjudicial (lo seguirán utilizando porque les da rédito allende las fronteras catalanas), por eso toman otra alternativa lingüística como los catalanes con sentido común.
Quinto. Buscar (construir) un antagonista. En este caso es simple y sencillo. El otro, el malo, el perverso es el secesionista. El bueno queda representado en Ciudadanos. Porque el gobierno “no puede seguir generando más problemas a los catalanes” (Arrimadas dixit), así prefiguran al malo a nivel estatal, aunque se le apoya en beneficio del sistema, claro. El otro malo estatal y traidor del constitucionalismo es el PSOE: “Pedro Sánchez no se juega la nacionalidad o el pasaporte, pero yo sí, por eso no se puede pactar con separatistas” decía Rivera. No hay en Cataluña, por tanto, nadie que sea bueno salvo la formación naranja. El resto son malos (ERC, CUP, JpC, Comunes) por su propia esencia, y los otros son desviados o incapaces (PSC, PP).
Así sitúan su propia posición en un elevado nivel moral. Los «catalanes con sentido común» no es más que la descripción de un posicionamiento normativo, ético, diferenciado del mal que suponen los demás. No hay nada mejor, a nivel ético, que Ciudadanos porque responde a las verdaderas necesidades del destino histórico que se vive: “destruir el procès”. Pero no sólo eso, la criminalización se produce a todos los niveles, por eso afirmaba sin sonrojarse Rivera que “nacionalismo y populismo son dos caras de la misma moneda: quieren liquidar España y sacarnos de Europa”. Esconde, eso sí, que tan nacionalista es él como Puigdemont, o ¿es que piensa que no existe el nacionalismo español y él no lo representa? ¡Ah! Pero es que este tipo de nacionalismo es bueno. Aunque evita catalogarse de nacionalista español curiosamente.
Sexto. Reniega de la visión pluralista de la sociedad. Como han podido ir viendo, para Ciudadanos en Cataluña, hoy, no hay pluralismo sino buenos y malos. No se puede ser regionalista, secesionista, socialista, anarquista, ecologista o catalanista. Sólo cabe ser constitucionalista o no. Niega al otro, al que piensa diferente, una validez a su postura o visión de la vida. No se puede, éticamente, estar en otro lado que no sea lo monocorde, lo único que importa. Niegan la pluralidad catalana. Algo contra lo que se posiciona el PSC que quiere reconstruir a través del debate y la comprensión. A Ciudadanos le da igual lo que piensen los demás, entienden que sólo hay una forma de visualizar el mundo, que sólo existe una cosmovisión, la suya.
Séptimo. Utilización de la emocionalidad. Todas las declaraciones que se escuchan en los últimos tiempos de dirigentes de Ciudadanos utilizan lo antagónico, lo ético para generar una emoción suficiente para que se apoyen sus postulados. Como se ha visto párrafos antes, que Rivera diga que puede perder su nacionalidad transmite una emoción sobre la pérdida de la identidad propia. Como hacen los populistas cuando afirman que “Francia lo primero” o “América primero”. Es el mismo tipo de lenguaje emotivo que se dirige al inconsciente colectivo de los votantes catalanes. Juegan con la emotividad porque, como les ha recordado Iceta, carecen de programa político real. No hay nada detrás de sus palabras constitucionalistas,
Octavo. Uso de un discurso simplificador. Más simples no pueden ser en las últimas fechas. Constitucionalistas o no, acabar con el procès o no, nosotros y los otros. “Quienes quieren igualdad, libertad y solidaridad tiene en Ciudadanos su casa” decía Rivera. Y ¿quién no quiere eso sea o no secesionista? Se acogen al discurso simple del neoliberalismo, ya que son populistas sistémicos, para congregar alrededor suyo a todo el pueblo. O “la historia de España no perdonará a quienes apoyen el procés” como dijo Rivera. Como si el demiurgo histórico tuviera algo que hacer más que castigar a los malos. Ideas-fuerza de gran simpleza y emotividad.
Noveno. Guerra de representaciones. La constante presencia en medios de comunicación, en concentraciones y demás es parte de esa guerra para ganar la batalla performativa y simbólica. ¿Recuerdan a todos los dirigentes de Ciudadanos en primera fila en la manifestación de Sociedad Civil Catalana? Hasta empujaron a otros políticos por estar los primeros y hacerse selfies (rápidamente difundidos en las redes sociales), o se subieron al escenario cuando nadie les invitó. Todo ello por ganar esa batalla de la representación pisando una expresión de la sociedad civil. Les da igual ellos los primeros y con sus propias banderas distribuidas para que todo el mundo tome nota de su presencia. Y ¿qué decir de la presencia del líder en todos lados?
Décimo. Poner en cuestión la tradicional comprensión de la democracia liberal. En este caso, al contrario de lo que ocurre en otros populismos, en Ciudadanos sí defienden el sistema. Son los populistas del sistema, los populistas sistémicos, los que no quieren que algo se cambie porque, al fin y al cabo, no son más que los representantes de la élite del dinero, del establishment, de la coalición dominante. Nunca les habrá oído hablar de migrantes en cárceles, o problemas sociales reales como el hambre que pasan millones de españoles. Eso no está en su agenda porque daña el sistema. Pero lo que sucede en Cataluña hace que se enfaden (como dice Ramoneda) o que se transformen en populistas de personas que aceptan las reglas dominantes de la Modernidad. Y esta modernidad es neoliberal y excluyente. Como son ellos y ellas.