Lo malo de proponer algo que desconoces, tan sólo porque suena bien, porque entiendes que puede ser una solución viable, porque algún iluminado o grupo de iluminados la defiendan con insistencia en distintos medios, es que acabas por meter la pata. La España plurinacional es una realidad, no porque lo diga la Constitución o un papel oficial, sino porque así lo entienden de forma autónoma cientos de miles de personas. Unos vascos, otros gallegos, aquellos catalanes y una gran mayoría españoles. Esa es la realidad, ahora bien, no se pueden mezclar churras con merinas en una explicación política. Ni acordarse de regiones allende del océano Atlántico que nada tienen que ver con la propia cultura. Ni afirmar que la Constitución alemana dice algo sobre Baviera, cuando los bávaros se piensan tanto o más alemanes que los demás.
José Luis Ábalos cometió el pasado 28 de diciembre, salvo que fuese una inocentada que no parece, una grave error al manifestar que debían ser las Comunidades Autónomas las que determinasen si son naciones o no, quedando a resguardo la propia Constitución. Un error doble por completo desconocimiento del tema que se está tratando. Y en política cuando algo se desconoce es mejor callarse o evitar el tema. No se pide que sean intelectuales y genios, pero prudentes sí.
Primer error. No constitucionalizar la existencia de esas naciones diversas que componen España supone seguir como hasta el momento negando la propia realidad identitaria del Estado. Si la solución es la España plurinacional pero sin reconocimiento, para qué sirve proponer eso. ¿Para ganar siete votos por un lado pero perder veinte por otro por mostrarse como indefinidos? Ese juego de querer quedar bien es típico del populismo sistémico de Ciudadanos, pero ellos sí se definen cuando hace falta en los temas de apoyo al establishment o el conservadurismo social. El PSOE no es ese tipo de partido, como así demostraron sus bases al pedir un claro giro a la izquierda. Y ese giro a la izquierda se demuestra defendiendo con claridad la reforma constitucional al completo. Incluyendo las naciones en la constitución.
No es una gran lista. Realmente naciones hay cuatro. Salvo que alguien se crea la nación andaluza (más allá de cuatro o cinco), o la nación astur, o la nación murciana. Puede haber regionalismos, sentimientos de pertenencia más cercana, pero no son naciones. Salvo en la cabeza de Susana Díaz, que es otra de esas personas que demuestran tener un conocimiento bastante pobre, o los nacionalistas castellanos (que son cuatro) nadie piensa realmente que existan más naciones. Por tanto, ¿por qué no constitucionalizarlas? Parece que las palabras de Ábalos lo que quieren evitar es el cantonalismo, pero eso, por desgracia, no se evitará si el reconocimiento va acompañado de ventajas y privilegios. Que es ahí donde está el nudo gordiano.
Segundo error. Este es algo más común entre pensadores y políticos. Y consiste en determinar el territorio en sí como receptáculo único de la nación. Lo que se dice en Estado-nación. Lo que defendía Patxi López cuando dijo “Pedro ¿sabes qué es una nación?”. Más que error podría catalogarse como divergencia intelectual. Cuando Ábalos afirmó en la entrevista en RNE que debería ser cada Comunidad Autónoma la que decidiese si se cataloga como nación o no, se estaba quebrando el principio de la soberanía popular que defienden los partidos de izquierdas (o deberían defender). La soberanía reside en el pueblo, no en la nación.
Además de evitar otra serie de problemas y contingencias, esto supone que en una misma Comunidad Autónoma, o Estado federado, puede haber, como así sucede en España, una o dos naciones. No hay Estado-nación. Ni al máximo nivel como defienden los conservadores y liberales, ni hay Estados-nación a niveles menores. Hay entidades federadas que pueden o no tener una nación, dos o tres en su interior. El sujeto político es el pueblo en su diversidad identitaria, no una nación dominante o supremacista. Eso si se es un partido de izquierdas de verdad. Por ejemplo, en Cataluña existen personas que se piensan nacionalmente como catalanas, españolas o aranesas. Por tanto, el territorio Cataluña no puede definir si es nación o no. No es el territorio el que determina la existencia de una nación. Y por ende no tiene porqué ser un Estado-nación federado. Lo mismo se puede decir de Euskadi o Galicia.
El pueblo de España es diverso y por tanto debe reconocerse así, sin supremacismos, regionalismos, cantonalismos o provincialismos. Bastante estúpida fue la afirmación de José Manuel Franco, secretario general del PSOE de Madrid, al decir que Madrid podría ser una nación. A nadie en Madrid le ha dado por ahí, pero si les diese serían una nación, pero la Comunidad de Madrid no sería un Estado-nación federado que es de lo que realmente se está tratando. Y les pasa por desconocimiento o por postular cuestiones que no son de izquierdas. O ambas dos. Evidentemente, Cataluña, Euskadi, Galicia, o Valencia y Baleares, deben tener la posibilidad de cuidar de sus lenguas, pero ninguna cuestión más les debe hacer diferentes como Comunidades Autónomas o Estados federados. Porque no sirve, tampoco, negar la nación-territorio España para construir las naciones-territorios regionales, ya que allí tampoco hay una nación en sí, sino dos o tres.