Se quiera o no, el mito de Prometeo se extiende entre las ideologías surgidas de la Ilustración. La idea de progreso que encarna el más difundido de los mitos prometeicos (porque existen otros Prometeos que hablan del titán como creados del ser humano, como se cuenta en el delicioso libro de Gregorio Luri Medrano, Prometeos), está incardinada tanto en el liberalismo como en el socialismo (con su deriva socialdemócrata) o el comunismo. El robo del fuego para que la sociedad avanzase desde el estado animal, o estado de naturaleza, hacia el estado humano propio, instaura la idea de progreso ligada al devenir del ser humano. La capacidad de transformación de lo natural, la capacidad racional del ser humano para pensar y crear por sí mismo (dejando fuera a los dioses), o el establecimiento de la raza humana como la principal en el mundo, son producto del engaño que tramó el titán contra el malévolo dios Zeus.
Prometeo concedió al ser humano la posibilidad de alcanzar su propia esencia mediante el progreso. El castigo de Zeus, mediante el mito de Pandora, fue lanzar todos los males y dolores al ser humano y guardar la esperanza en la vasija (la famosa caja de Pandora, que no es caja). Ese sentido progresista de alcanzar la plenitud entre esencia y existencia (o materia) del ser humano, está en el alma de los actuales partidos liberales, socialdemócratas y/o algunos populismos. Prometeo es el símbolo de la Ilustración, del ser humano capaz de revertir lo natural, lo contingente, lo dado y crear un mundo mejor y más armónico.
Evidentemente, ese mundo mejor y más armónico se entiende desde perspectivas distintas y diferentes que son las que dan lugar a la formación de las distintas ideologías. La encarnación prometeica ha sido distinta en el liberalismo o el fascismo, en el socialismo, en la socialdemocracia o en el comunismo. Algunos comparten visiones similares y otros creen haber llegado al final de los tiempos prácticamente. Y aquí es donde la socialdemocracia parece haber confluido con el liberalismo. El tiempo de la armonía del ser humanos, la unión de esencia y materia, ha llegado. No hay más posibilidades, salvo lo dado en estos tiempos de incertidumbre. La encarnación prometeica socialdemócrata parece haberse detenido, haber aceptado el Fin de la Historia. ¿Por qué se produce ese parón en el sentido del progreso humano? Porque está sufriendo el castigo de Zeus al titán.
Como se recuerda Prometeo fue encadenado a una gran roca y un águila acudía cada mañana, enviada por Zeus, para devorar el hígado durante todo el día al pobre titán. Al caer la noche el hígado medio se recomponía hasta la mañana siguiente. Y bien que gritaba como pudo comprobar Ulises en su vuelta a Ítaca. Pues bien, a la socialdemocracia le ocurre lo mismo. El signo de los tiempos la tiene encadenada al sistema y es el águila imperial capitalista la que le picotea el hígado día tras día. Durante el picoteo el hígado pierde la capacidad de eliminar las toxinas, las cuales acaban por digerirse por todo el cuerpo. Las toxinas de lo contingente, del liberalismo, del mercado como supremo social, del capitalismo al fin y al cabo. Aunque tiene momentos de regeneración nocturnos, cuando la oscuridad de la insignificancia provoca una reacción, en cuanto llega la luz vuelve el águila liberal a picotearle el hígado y distribuir sus toxicidades por todo el cuerpo. Al final, lo que sucede es que la socialdemocracia tiene todo el hígado infectado y, por eso, por ser un órgano vital, está a punto de fenecer si no hay un trasplante (probabilidad harto complicada), o si no se libera de sus cadenas.
Los síntomas de esa toxicidad son patentes en toda la socialdemocracia. No existe una sola referencia al propio sistema liberal-capitalista como generador de las contradicciones que afectan al ser humano, tanto en el plano material como en el plano emocional. Es más, no hace mucho tiempo, gentes como Oskar Lafontaine del SPD alemán, o José Luis Rodríguez Zapatero hablaban maravillas de la globalización. El primero incluso escribió un libro, junto a Christa Müller, para no temerla, para apoyarla casi (No hay que tener miedo a la globalización, Biblioteca Nueva, 1998). Hoy ya va hablando de la globalización como problema. Otro aspecto, esta vez en el plano meramente político, es que frente a la crisis de representación, del sistema representativo, por parte de la socialdemocracia hay una defensa feroz del mismo. Recogen el lema liberal del s. XIX, nada más y nada menos, para proclamar la inviabilidad de otras formas democráticas (Felipe González defendió los comités paritarios de expertos no hace mucho tiempo como mecanismo de entrada de otras opiniones, pero parece que cayó en saco roto aquello). Como mucho, para frenar a ciertos populismos, se habla de plebiscitos como fórmulas de democracia directa y voluntad general. Unos plebiscitos no son más que una fórmula taimada, ficticia y manipuladora de una supuesta democracia directa. Mentira. Si acaso son la fórmula directa de elección entre dos opciones decidida por una élite acomodada en sus sillones cómodos y calientes.
Una socialdemocracia que dice y actúa en el mismo sentido que el liberalismo (sea neoconservador o neoliberal) al afirmar que sus propuestas sirven para generar riqueza, para crecer más económicamente, para ayudar al emprendimiento, para, al final, apoyar el proceso de expolio y acumulación. Pero si se fijan son todos conceptos de economía liberal que no cuestionan el sistema, es más lo apoyan, y además no se ponen sobre el tapete las consecuencias que generan. Al igual que Prometeo, que conservaba un alma titánide y divina, la socialdemocracia conserva dentro un alma igualitaria, gracias a la cual pretende hacer justicia mediante una leve distribución de esa riqueza generada sobre los hombros de la población. Y se aferra a un Estado como arma ejecutante, al que paradójicamente ayudan a ir desvirtuando con planteamientos supraestatales. Porque la socialdemocracia fomenta la apertura económica, al menos la Europea, y acepta la cesión de soberanía al mercado europeo y la firma de tratados comerciales transfronterizos. Así sean perjudiciales para la clase trabajadora europea.
Muchas más toxinas circulan por la sangre socialdemócrata, la cual debería librarse del águila imperial capitalista con la ayuda de algún Heracles moderno. La cura, como se dijo anteriormente, debería venir de la mano de un trasplante de hígado, lo que supondría establecer nuevas teorías que, si no entroncan con la esencia socialista, podrían generar un rechazo del cuerpo extraño y llevarla a la muerte. Una nueva mirada que persista en esa esencia crítica de la sociedad capitalista y actúe en el sentido de transformación y generación de una armonía vital entre esencia y existencia. Mas no basta con matar al águila y que el hígado se regenere o se produzca un trasplante aceptado por el corpus socialista, hay que librarse de las cadenas del sistema para lanzarse a la destrucción del núcleo sistémico. Porque el hígado puede ayudar a limpiar la teoría de impurezas y así generarse una teoría transformadora, pero encadenada a sus propios miedos, a sus propios convencimientos, a su propia ineptitud por mor del capitalismo, no hay posibilidad de acción. Unión de teoría y práctica para transformar la sociedad, para transformar al individuo, para ganar el mundo en favor de la humanidad. Una unión de teoría y acción que derrote al capitalismo y traiga la esperanza que quedó en la vasija de Pandora. La socialdemocracia debe volver al socialismo para recuperar su esencia que el águila imperial capitalista le ha ido quitando poco a poco. Volver al socialismo para volver a ser el foco del verdadero progreso humano, esto es, acabar con la explotación del ser humano por el ser humano.