“La Transición, pensaba Juan J. Linz en 1996, es ya historia, no algo que sea objeto de debate o lucha política; es objeto científico, añadía, con el riesgo de que los que no la vivieron la ignoren, la consideren algo obvio, no problemático. […] hablar en estos últimos años de la Transición es hablar de política mucho más que de historia; o mejor: cuando se aparenta hablar de historia, lo que se hace cada vez con mayor frecuencia es un uso del pasado al servicio de intereses o proyectos políticos o culturales del presente”. Así comienza el ensayo histórico del profesor Santos Juliá, dejando claro cuál es el propio propósito del libro que el lector tiene en sus manos, liberar al concepto de cualquier utilización política y dejarlo en la Historia.
¿Lo consigue Juliá? Pues parece que no. Da la impresión de que el libro se dirige contra Podemos y demás fuerzas políticas y sociales que ponen en duda, no tanto los acontecimientos en sí, pero sí el concepto en sí. Como ha manifestado en más de una ocasión Santos Juliá, el libro intenta desmontar desde la ciencia histórica la recusación que vienen haciendo organizaciones y pensadores que “quieren cargarse el sistema”. Es pues, un libro para mantener el sistema, para mantener al establishment que utiliza ese sistema contra la ciudadanía en demasiadas ocasiones. Un establishment que está vinculado a la etapa anterior por unos cauces u otros. Por eso no es de extrañar que le hayan concedido el Premio Francisco Umbral al libro de año. Porque en una época de turbulencias políticas y sociales todo intento de legitimar lo dado tiene su premio.
Son 621 páginas de lectura tediosa y dedicada al servicio de una idea, hacer ver que la Transición no fue sino un largo camino que comienza en 1937 tras el estallido de la Guerra Civil y culmina, más o menos, en 1978 (o 1982 según el autor que analice el período). Una España en eterna transición parece ser el Espíritu absoluto que persigue a uno de los más antiguos países del orbe. Algo de lo que no puede desentenderse. Desde las conversaciones de Juan de Borbón con Indalecio Prieto, cuando se veía ya que la II Guerra Mundial la ganaban los aliados y parecía que igual Francisco Franco caería, hasta los pactos de la Moncloa todo es transición y negociaciones para la misma. Salvo que Juan de Borbón, con tal de mantener la corona en su familia, acabó donde, desde el primer minuto del levantamiento de 1936, quería, los brazos de Franco. Aunque éste le hizo la trece catorce y puso a su hijo y no a él como sucesor del dictador fascista.
Juliá pretende, de forma tediosa, aburrida, excesiva, quitar al concepto de la Transición su carácter de concepto y legitimador del sistema político para salvar a ese mismo sistema. Sin embargo, confunde lo que era la palabra en sí con el concepto que se ha creado posteriormente. Justo cuando la Transición comienza como historia, se genera la conceptualización. Como tótem político que no se puede tocar y se debe adular. Por eso es normal que tanto el autor como los que vivieron aquello estallen cuando se pone en cuestión la Transición. Pero se equivocan, como hace Juliá, porque lo que se cuestiona es el concepto, no los hechos en sí (salvo algunos políticos y/o pensadores). Porque, por ejemplo, Podemos no cuestiona el trabajo realizado en la transición histórica, poco más se podía hacer, sino el tótem Transición que niega la actividad de la ciudadanía para conseguir la democracia en España y se queda con la élites.
Por no entender eso, o por no querer entenderlo, es por lo que el libro es tedioso e insulso. No es lo mismo lo que se calificaba de transición en 1944 o 1945, lo que se hablaba en el contubernio de Múnich, que lo que ha quedado como Transición como concepto y tótem. Y Santos Juliá intenta salvar al concepto recorriendo todos los momentos en que se utiliza el sustantivo y lo que consigue, no sólo aburrir, sino dejar más claro que el tótem/concepto Transición debe ser puesto en cuestión. Es un libro, por tanto, que puede tener algún interés para historiadores del franquismo, pero es infumable como ensayo histórico con alguna pretensión legitimadora. Deja clara la posición del establishment y de su jauría intelectual y política. Totalmente prescindible, sin duda.