Decía Julio Cayo César hace unos cuantos siglos que “la mujer del César no sólo debe ser honrada sino que también debe parecerlo”. Trasladado a la política actual sería más o menos, que los dirigentes políticos no sólo deben predicar la honestidad sino que también deben aplicarla en sus gestos habituales.
Un gesto corriente como la compra de un lugar para vivir, se puede convertir en una trampa mortal para quien durante años ha sido el azote de comportamientos poco éticos y presumía de comprar su ropa en Alcampo y vivir en Vallecas.
Pablo Iglesias máximo dirigente de Podemos, un partido hay que recordar nacido de ese movimiento revolucionario que fue el 15-M, y su pareja Irene Montero número dos de ese partido, han supuesto para toda una generación iconos contra el sistema, enemigos de que los políticos se alejaran del común de los mortales, de esa mayoría que tiene dificultades para llegar a final de mes, o pagar su hipoteca.
Ahora de manera absurda dilapidan su activo, metiéndose en la compra de un chalet de lujo en una zona pija de los alrededores de Madrid. Ya no van a vivir en un barrio obrero en una vivienda de VPO, sino que se desplazan a una zona VIP, a una casa de ensueño con terreno y piscina que difícilmente cuadra con su discurso político.
Ahí viene el problema, que a partir de ahora ese discurso que calaba en una parte de la sociedad, quedará vacío ante esta decisión que siendo benévolos se puede calificar de poco afortunada. Dan armas a sus enemigos ideológicos para que a partir de ahora, les expongan cada día la profunda contradicción de adoptar una praxis propia de la clase que pretenden combatir.
A veces se tiene la sensación que los políticos, nuevos o viejos, cuando llevan algún tiempo en activo pierden la noción de la realidad y parapetados en su torre de marfil acaban alejándose de sus inicios, separándose de su base social de manera suicida.
Pablo Iglesias e Irene Montero pueden comprarse, si pueden costearlo, lo que les venga en gana, faltaría más, pero antes de hacerlo deberían reflexionar si eso cuadra con su discurso, o al contrario choca frontalmente con él. En este caso el choque ha resultado brutal y las consecuencias pueden ser imprevisibles, especialmente a nivel electoral.
Lógicamente sus rivales se les han echado a la yugular ansiosos de sangre. ¿Resulta esta reacción ética? Probablemente no, pero en la política actual la ética es un bien escaso, a veces inexistente, porque ahora todo vale.
Pablo e Irene, Irene y Pablo se han equivocado y ahora intentan enmendar ese error cometiendo otro de mayor calado; involucrar a toda la organización y a sus militantes en el mismo a través de un método espurio: trasladarles la responsabilidad, a través del referéndum que pretenden impulsar para decidir si lo que han hecho es correcto o no.
Resulta curiosa esa manía de los líderes de trasladar su responsabilidad. No se dan, o no quieren darse cuenta, que dar ese paso acaba perjudicando al partido político que representan, porque con ese acto cobarde le sitúa justo debajo de los caballos.
Vivimos malos tiempos para la lírica, en un momento de nuestra historia que algunos ya definen como la II Transición. Pero a diferencia de la anterior ahora no se observan estadistas entre nuestra clase política. Nuestros dirigentes actuales, con alguna sonora excepción, no actúan con altura de miras, anteponiendo el bien común al partidista o al personal, sino que funcionan de manera cortoplacista y sin visión de futuro.
Por eso cometen torpezas de este calibre y lo que es peor una vez cometidas, una vez metida la pata, son incapaces de asumirlo y sacarla. Aquí convendría enseñarles la patética escena del anterior monarca, que por cierto le costó el trono, en la que dijo balbuceando esa frase para la historia: “lo siento mucho me he equivocado, no volverá a ocurrir”.
Alguien debiera recomendar a estos dos personajes que hicieran de manera generosa lo mismo, decirla y marcharse, quizás así recuperarían una dignidad que acaban de perder y no destrozarían al movimiento que dicen representar.
Da pena que un partido como Podemos pueda verse perjudicado por la actuación de sus dirigentes. Habría que decir volviendo a las frases históricas, en este caso referida al Cid Campeador: “¡Dios, que buen vasallo si tuviera un buen señor!”.
En un momento de especial debilidad para la izquierda torpezas como esta destrozan estrategias de recuperación. No andamos sobrados de efectivos ni en Podemos ni en el PSOE, pero produce escalofríos observar en qué manos estamos, mientras que gentes muy valiosas como Errejón en uno y Pérez Tapias en otro aparecen marginados. Así nos va.
Irene y Pablo se equivocan, van a hacer un daño irreparable a Podemos y de rebote a la izquierda en su conjunto. No han sabido dar ejemplo, ni tampoco rectificar a tiempo de manera autocrítica. Lamentablemente esto pinta muy negro.