El famoso cuento de Francis Scott Fitzgerald, escrito en la década de los años veinte del pasado siglo y llevado al cine hace unos años, puede servir de ejemplo de lo que no experimentará nunca la Carta Magna española, que este 6 de diciembre cumple 40 años de vigencia ininterrumpida sin más sobresalto que el 23-F y algún que otro retoque con nocturnidad. Nunca la Constitución Española podrá experimentar un proceso de rejuvenecimiento natural aunque se lo propongan a destajo los poderes públicos, que entonces establecieron sus principios fundacionales bajo el sistema de la monarquía parlamentaria, que rige desde entonces el destino de todos y cada uno de los españoles.
Cuarenta años de vida se notan, y aunque la experiencia es un grado y hay que ser educado y agradecer los servicios prestados, también hay que tener un punto de valentía para saber reconocer que este documento no necesita sólo un arduo trabajo de chapa y pintura para que reluzca como sus primeros días y años de existencia. Ni por asomo.
Cuarenta años otorgan madurez, pero también traen consigo incontables achaques aquí y allá, y tapar con meros parches todos estos escapes no sirven ni de lejos para retrasar el colapso del paciente, al que más pronto que tarde le suele dar la cara de forma inmisericorde. Qué mejor idea que poner manos a la obra para evitar lo inevitable, ¿no creen?
Los leves y puntuales cambios acometidos a la Carta Magna en diferentes momentos de la historia reciente de este país –que por cierto también se abordaron prácticamente con nocturnidad y alevosía– no pueden ocultar que ha llegado el momento, más pronto que tarde, de asumir con dignidad y arrojo la irreversibilidad de una reforma contundente y en profundidad. Ya no valen las medias tintas, porque el futuro de la democracia española así lo exige, y porque la coyuntura no es la más idónea para mantener el statu quo complaciente que hasta ahora se ha venido aplicando cuando el espinoso asunto de la reforma constitucional salta a la palestra cada cierto tiempo.
El Estado español vive una época de zozobra institucional que no puede solucionar con paños calientes sobre una norma que, abierta en canal, ya muestra fisuras considerables en su ensamblaje y consistencia estructural. De ahí que una reforma en profundidad a tiempo siempre sea mucho mejor solución y menos irreversible que una voladura incontrolada cuando ya no haya capacidad de reacción ante los envites, que no son pocos ni aislados. Es por España y los españoles, por algo de eso trata sobre todo la Carta Magna en su articulado.