En 2012 la crisis financiera, que había entrado en una fase muy cruel, parecía que podía llevar a España al desastre por el riesgo soberano y la prima de riesgo del bono español superando los 600 puntos básicos. Luis De Guindos, víctima de su ambición desmedida, siguió al pie de la letra los designios trazados por Alemania: radical devaluación de salarios y de los precios de los inmuebles, en el que los españoles tenían depositado el 80% de su patrimonio, riqueza de la que sólo un tercio estaba hipotecada, además de la aceptación de una intervención total de los «hombres de negro» de Bruselas sobre el sistema financiero español.
Las consecuencias de esa devaluación la arrastramos hasta hoy, tanto las familias que han visto reducidas radicalmente sus percepciones, como el sistema financiero que, tras someterse a un análisis exhaustivo sin parangón en el resto de Europa (¿qué hubiese pasado con las cajas alemanas si les hubiese aplicado el mismo tratamiento?), tuvo que hacer provisiones enormes, muchas de ellas que han servido para ayudas a las entidades privadas que se las han quedado. Sólo Banco Popular y Banco Santander habían sobrevivido a la crisis sin ayudas públicas.
Aunque la presión de las autoridades europeas, encabezadas por Alemania, había sido muy fuertes, alineadas con el objetivo geoestratégico de controlar Europa a través de la imposición de duras condiciones a los europeos del sur, el propio ministro De Guindos, calificado como el peor Ministro de Economía y Finanzas de Europa, por sus propios colegas, tuvo mucha culpa en lo sucedido.
Su sed de venganza le había llevado a gestionar la crisis de Bankia sin atender más que a sus intereses personales. Improvisó soluciones sobre la marcha y sumió al país en la ansiedad, al sistema financiero en el caos y el BCE llegó a afirmar que no se podía gestionar peor una crisis.
De Guindos aceptó de buen grado la supervisión del Eurogrupo y admitió como agua de mayo el «préstamo en condiciones preferentes» de 100.000 millones de euros para reparar al sector financiero. Era un regalo envenenado para Mariano Rajoy que admitió el préstamo como un buen arreglo. De Guindos había negociado que ese préstamo sólo se recibiría previo cumplimiento de dos condiciones:
- La firma de un memorándum de entendimiento con el Eurogrupo, por el que España aceptaba la desaparición de las Cajas de Ahorro y la imposición de una serie de recortes y ajustes económicos que afectaban directamente a la soberanía española y que culminaron en la doble devaluación antes mencionada.
- La realización de un test de estrés con reglas impuestas por el Eurogrupo, el test lo ejecutaría Oliver Wyman habitual proveedor financiero de algunas entidades financieras españolas entre las que no estaba el Banco Popular.
Guindos veía cumplir sus objetivos. Se deshacía del problema de las Cajas de Ahorro, pésima solución para unas entidades que bien gestionadas podían haber seguido contribuyendo a la bancarización de familias y pequeñas empresas. Para eso contaba con el apoyo de algunos presidentes de bancos españoles, que necesitaban también a De Guindos porque sus entramados empresariales estaban sufriendo los efectos de la crisis y precisaban una operación significativa. Uno de estos presidentes le dijo al Gobierno que él, hombre con mucha influencia en España y Cataluña, apaciguaría el recién iniciado Procés si le daban el Popular. El test de estrés se desarrollaría en el verano de 2012, en mayo de ese año el presidente de banco con influencia en Cataluña comentó ante diversas personas los resultados que daría Oliver Wyman a finales de septiembre.