Dijo durante la presentación de su libro Alfonso Guerra que “nosotros no necesitamos relatores durante la transición”. Le daba un golpe bajo al presidente del Gobierno de su partido, el PSOE, y a la vez se pavoneaba ante una enfervorecida audiencia de sus logros pasados. Unos logros que, si desmontamos el mitologema o relato mítico en el que se asientan, demuestran que el ex-vicepresidente del Gobierno miente. Y lo hace con conciencia, sabiendo que la mentira se esconde tras sus palabras, que ese mitologema es un mecanismo de construcción social que se va descomponiendo con las investigaciones de los científicos sociales. En la Transición no sólo hubo relatores, hubo intermediarios, coordinadores y vigilantes para que todo caminase por el carril que se había marcado desde las potencias extranjeras. Luego dentro de ese marco que era inamovible, se podía ir por un camino u otro, pero lo dicho por Guerra, en sí, es una gran mentira.
Debemos preguntar a Guerra ¿qué papel jugó Henry Kissinger en sus reuniones con Alfonso Osorio, por ejemplo, y la actuación del embajador de EEUU reuniendo a altos dirigentes del PSOE para explicarles por donde había que caminar? O ¿puede explicar Guerra por qué Enrique Tierno Galván recibió una llamada de la embajada estadounidense cuando estaban a punto de hacerse con el control del PSOE en el 28° Congreso (el del marxismo) los críticos? Cierto que no son relatores, pero bien que marcaban el camino y la senda a transitar.
Tampoco la reunión entre Felipe González y Manuel Fraga el 14 de diciembre 1975 (a poco de morir el dictador) en casa de Mariano Rubio parece que contase con intermediarios. Debe ser que Fraga cogió la guía telefónica y busco Isidoro y descubrió el piso secreto del PSOE y llamó. O la que mantuvieron el 30 de abril de 1976, antes de la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno, en casa de Miguel Boyer, para ver si apoyarían el movimiento que Fraga tenía en la cabeza si le hacían presidente a él. La famosa “reunión de la pipa”. Famosa porque acudió acompañando a al primer secretario del PSOE Luis Gómez Llorente, fumador en pipa, y que tuvo cierta discusión filosófica con Fraga. Se le ocurrió decirle al ministro franquista que era “incomprensible que un universitario como usted pueda defender la pena capital cuando está demostrada su ineficacia como método coercitivo del delito y éste le espetó que “si eso me lo dice usted en público, le rompo la pipa en la cara”.
Francisco Bustelo, en aquellos años alto dirigente del PSOE, también ha recordado que, después de Suresnes, “las embajadas de Madrid empezaron a recibir entonces instrucciones de que se pusieran en contacto con nosotros. Acompañé a González a visitar a algunos embajadores, entre ellos el estadounidense, y tuve que entrevistarme con otros diplomáticos de menor categoría”. Tampoco la Internacional Socialista se estuvo quieta y realizó numerosas actividades de intermediación en favor de González y Guerra. Relatar no se sabe si relataron mucho, pero intermediar a todas horas y en todo momento. Claro que los fondos de la CIA que se recibieron en la sede socialista, a través de la CIOSL (internacional sindical), no son personas, pero llegaban por intermediación. No se quería una democracia a la italiana con un PCE y una democracia cristiana fuertes.
Y hablando del PCE, fue fundamental la intermediación y la actuación de José Mario Armero, abogado amigo de Adolfo Suárez, quien visitó en la Costa Azul y en París a Santiago Carrillo para negociar su vuelta y la legalización del partido comunista en España. Luego sería también quien propiciaría, con Carrillo ya en Madrid, algún encuentro que otro entre el dirigente comunista y el presidente del Gobierno. Como de intermediarios hicieron los embajadores alemanes y franceses, cada uno intentando llevar el ascua a su sardina, con unos grupos y otros. Y no menos importante la labor del cardenal Tarancón. En resumidas cuentas en la parte de la Transición hasta las primeras elecciones democráticas no hubo un relator, ni un intermediario, sino cientos y con la intención de que no se desviasen de la senda marcada desde las cancillerías occidentales.
Y claro ¿qué decir de la creación de la Constitución? Ya dijimos que buena parte se había negociado en restaurantes, despachos y hoteles con todas las fuerzas políticas. Ahí tenían como relatores a muchas personas que iban y venían al Hotel Palace a intentar convencer a Xavier Arzalluz, por ejemplo, y negociar con el PNV los aspectos relativos al País Vasco. Y hubo relatores e intermediarios para que ETA pm dejase las armas y pasase al ámbito político. Y hubo relatores, muchísimos periodistas, que callaron la realidad en su momento para favorecer la implementación de la poliarquía española. Se calló mucho y se taparon las vergüenzas de unos gobernantes que no se habían quitado la camisa azul a tiempo. Los sucesos de los Sanfermines, de Vitoria y la dura represión contra la clase trabajadora se callaron en los medios y se sacó del mitologema transitivo. Y esto lo sabe Guerra. Tanto como para seguir mintiendo hoy en día intentando hacernos ver que en su época eran todos casi como dioses. Aunque la hybris les haya llevado a todos a la ruina.