El 2 de Marzo de hace ocho años perdimos un gran político, un gran amigo: Enrique Curiel. Una figura clave para entender nuestra historia reciente escrita con su lucha antifranquista, pasando por su militancia en el PCE primero y en el PSOE hasta su muerte. Tratado injustamente en ambos como suele pasar con las gentes brillantes y libres.
Sirvan estas breves y sentidas líneas como un recuerdo personal y político. Pretenden ser sólo un pequeño homenaje, mi reconocimiento, desde el cariño y respeto hacia quien compartí instantes diferentes de la historia de nuestro país, desde la lucha estudiantil de los 70, pasando por nuestra común militancia comunista, el tránsito hacia el PSOE y en los últimos 25 años un esfuerzo común y continuado: el intento por conseguir la paz.
Era un político de los que ya no se ven hoy en día: inteligente, reflexivo, honesto, dialogante, de izquierdas de los de verdad, pero sobre todo era una excelente persona repleta de humanidad, de sentido común. Por eso en el momento de su muerte, en su glosario, se juntaron firmas tan diversas como Beiras, Carrillo, Zabaleta, Barrena, Benegas, o Elorza. Gentes que vivieron en primera persona su esfuerzo para aportar soluciones para España, Euskadi, o Catalunya.
Quiero resaltar especialmente ese trabajo a favor de la paz, del diálogo entre diferentes e incluso entre muy diferentes, como vía de entendimiento y por tanto de solución de conflictos. Algún día se escribirá esa historia, su historia, esa que viví con él en primera persona.
Quizás sea capaz de escribir el libro, en el que ambos teníamos previsto lanzar a la opinión pública información sobre lo ocurrido en aquella época, allí aparecerán nombres como Zapatero, Borrell, Almunia, Zabaleta, Barrena y especialmente Rubalcaba, siempre Rubalcaba.
Se fue sin terminarla pero quiero y debo dejar constancia de ese esfuerzo, que espero sea reconocido algún día por quienes desde los diferentes lugares de la política tienen constancia de ello. Yo sí lo hago desde un lado y otro de las orillas de este río antes de aguas turbulentas y ahora remansadas. Porque siempre se esforzó en construir puentes por los que transitar y comunicarnos.
Nos deja su legado, especialmente sus numerosos escritos sobre el “problema vasco”, también sobre el “problema catalán” realizados con lucidez, audacia (no siempre comprendida) y generosidad, mucha generosidad, ésa que tanto necesitamos hoy. Escritos en la prensa vasca, gallega, o española, no siempre comprendidos pero sí respetados. Hoy sería feliz observando que todo ello sirvió para llegar al momento actual y probablemente ahora seguiría batallando por la convivencia.
Durante esos 25 años se empeñó en un final sin vencedores ni vencidos, consciente de que para llegar todos debíamos dejar “pelos en la gatera”, también de que lo más difícil sería la reconciliación desde el perdón, la reparación y la generosidad.
En sus innumerables viajes a Euskadi y Navarra aprendió a conocer y respetar estas tierras, sus costumbres, su gastronomía, sus fiestas y sobre todo sus gentes. Se convirtió en un embajador, que didácticamente intentaba explicar allí por donde iba el llamado “conflicto vasco”. En especial desde su militancia socialista y en su trabajo como profesor de la Facultad de Políticas de Madrid.
También el tema catalán le preocupó, en un momento en el que ya comenzaba la deriva del PP al presentar su recurso contra el Estatut ante el TC. En sus numerosos escritos sobre el tema, abogaba por buscar soluciones definitivas a las tensiones centro-periferia heredadas de una Transición, en la que él fue protagonista desde su puesto de vicesecretario del PCE.
Ya entonces defendía abrir un nuevo proceso constituyente que nos llevara a un Estado Federal Plurinacional, así como buscar encaje legal para algo que le parecía vital como el derecho a decidir. Fue así un adelantado que tuvo que sufrir como consecuencia de ello incomprensiones y desdenes, especialmente en su etapa de militancia socialista.
Fue el inventor del término “casa común de la izquierda” para referirse al PSOE, en un vano intento de hacer posible en su seno la convivencia de gentes plurales, como las que llegamos desde nuestra militancia comunista a través de su “Fundación Europa”. Fracasó en ese intento y así siempre fuimos considerados como extraños en su seno.
Gallego de nacimiento, madrileño de vivencia, vasco de adopción y catalán de análisis. Esas cuatro realidades le hicieron más comprensivo, sensato, mucho más que quien escribe estas líneas a quien achacó innumerables veces su actitud lenguaraz y libertaria. Ha sido la persona con quien más he discutido en mi larga vida, pero en esos debates, no siempre confluyentes, se fue fraguando una amistad inquebrantable que solo su muerte pudo romper.
Hoy seguro que analizaría cada paso dado por ETA feliz por su disolución, se felicitaría de los de la Izquierda Abertzale, discreparía de la parálisis del Estado en el tema de los presos y Catalunya, apostaría en el caso de los vascos por su acercamiento inmediato y probablemente, aunque esto no lo dijera públicamente, de la de nuestro partido.
También en contra de la judicialización de la política, o de que gentes como Junkeras estuvieran en la cárcel y ahora siendo juzgados. Porque Enrique pertenecía a una estirpe de políticos de otra época.
Agur Enrique, amigo y compañero, adeu de nuevo en este octavo aniversario, adiós con el recuerdo del profundo dolor y vacío que me produjo tu marcha.
Continuaré incansable como me reclamabas tu lucha, pero al mismo tiempo desde estas líneas vuelvo a alzar mi voz para reivindicar tu legado, para clamar por el reconocimiento de tu inmensa labor a favor de la paz y la convivencia, entre las diferentes naciones que conforman este país complejo. Quizás el Gobierno Vasco debiera recoger la iniciativa y subsanar este injusto olvido.
Ocho años después de tu pérdida tu bandera sigue y seguirá alzada.