Mientras en el exterior lo más novedoso es el peligro de destrucción de la UE con el lío del Brexit, más el de nuestro planeta de manera vertiginosa, en nuestro país comienza la recta final, el momento de la verdad hacía las elecciones más importantes de nuestra democracia.
Aunque el vértigo de los acontecimientos a veces dificulta la reflexión, a poco que se observe con objetividad lo que está ocurriendo, lleva a la conclusión de que es una mezcla explosiva y destructiva de diferentes teorías con nombre propio.
Las de Zygmunt Bauman nos abrieron la puerta a conocer la sociedad que nos está tocando sufrir, con su propuesta de la liquidez en la que nos movemos. Su teoría de la modernidad líquida es un instrumento imprescindible para entender lo que está ocurriendo.
Probablemente todos los gurús de los que se rodean los líderes actuales les estén empapando de esa tesis, para llevar su campaña de imagen precisamente hacia esa liquidez. Les empujan hacia el individualismo feroz que según estos modernos de la nada lleva al éxito, por lo menos al electoral, o quizás sólo eso.
Moverse en una sociedad líquida, inconsistente, les obliga a convertir la praxis política también en líquida abandonando la solidez de la ideología. Ya no se trabaja para transformar la sociedad sino solamente para interpretarla, haciendo un seguidismo esterilizante, al menos en lo ideológico, de lo que está de moda, de lo que “se lleva”.
Ese terreno favorece a los partidos populistas y de extrema derecha en detrimento de las izquierdas, obligadas a jugar con unas reglas de juego contrarias a sus principios.
Lamentablemente observamos la rendición de esas izquierdas ante el avance de técnicas tacticistas, sólo con la pretensión de ganar las elecciones, que les obligan a abandonar la estrategia que va unida a su ideología. El análisis a corto plazo se impone a la visión de largo alcance, como por ejemplo se observa en el tema catalán y de ahí las reacciones ante la advertencia de Iceta.
Todo ello favorecido por la tiranía de los expertos demoscópicos y de marketing, eliminando a los pocos ideólogos que aún nos quedaban y que suponen un estorbo en el seno de esa liquidez. No existe ya nada sólido ni en la sociedad ni en la política que la sigue miméticamente.
Así las clases dominantes garantizan que gane y por tanto gobierne quien gane la izquierda o la derecha, ellos siempre resultan victoriosos. Son los que mueven los hilos.
Esta situación de liquidez fue perfectamente observada también por Steve Bannon, que aportó su particular visión de lo que estaba ocurriendo en el seno de esa sociedad empobrecida en lo ético, con pérdida absoluta de la honestidad y dominada por ese individualismo feroz.
Así lanzó su terrible teoría de que en los años 80 se necesitaban políticos como actores de teatro, probablemente de Shakespeare, formados intelectualmente, pero que ahora esa liquidez social necesita otros más cercanos a los participantes en Reality Shows.
Aunque sus teorías van siendo conocidas a partir de su asesoramiento victorioso a Donald Trump, más bien parece que en los diferentes partidos políticos ya se conocieran de antes, especialmente viendo el panorama actual de líderes que parecen todos cortados por ese mismo patrón y que todos ellos no desmerecerían participando en GH, Supervivientes, e incluso Sálvame, pero no en Pasapalabra.
Las últimas tesis que se observar en la actualidad son curiosamente las que expuso Francis Fukuyama en 1992 con su libro “El fin de la historia y el último hombre”, conocidas coloquialmente como el final de las ideologías.
Resulta curioso que en aquel instante fueron rebatidas ferozmente especialmente desde la izquierda y hoy en día parece que esas mismas izquierdas, o al menos quienes las dirigen, las hayan abrazado con entusiasmo.
Esa sociedad líquida ya no es de derechas ni de izquierdas, sino que resulta algo amorfo fácil de moldear si se abandonan esas ideas y sólo se trabaja en conseguir votos y llegar a espacios mayoritarios de la misma. Si le añadimos el imperio de la táctica y el final de la estrategia, resulta que al paradójicamente después de 27 años Fukuyama sale victorioso.
A esas tres teorías habría que aportarles una serie de ingredientes para conseguir el guiso perfecto. La posmodernidad y la posverdad consiguen ese efecto.
Así política líquida, dirigentes propios de reality shows, muerte de las ideologías, más posmodernidad y posverdad nos llevan a la lamentable situación actual.
¿Qué hacer ante esta negra situación? Pues rebelarse y luchar. Con las ideas, con las palabras dichas o escritas, intentando llegar a todos los rincones con una labor didáctica titánica. O lo que es lo mismo; al menos morir con las botas puestas.
Vivimos malos tiempos para la lírica, pero sólo vence quien resiste. Tenemos enemigos poderosos, incluso incrustados envenenando nuestros propios partidos de izquierdas, pero debemos intentarlo aunque seamos pocos y con poco eco.
Veremos…..