Cualquier persona que siga la prensa diaria o vea los telediarios los últimos tiempos llegará a la misma conclusión que el título de esta reflexión, que nuestro mundo se degrada, se descompone, a un ritmo vertiginoso.

Las barbaries ocurridas en El Paso y Dayton confirman que en EE.UU. algo muy profundo está fallando, ayudado por la locura de su máximo mandatario que lo anima sin descanso.

Resulta curioso que cuando se protegían blindándose de los peligros externos, descubran asombrados que realmente el enemigo lo tenían en casa, en la habitación, o el edificio de al lado. Y no son peligrosos musulmanes fanatizados sino blancos impolutos con superior grado de locura.

Ya se sabe que cuando el imperio estornuda el resto del mundo experimenta una epidemia de gripe gravísima y en esta ocasión no están siendo simples estornudos sino algo de mayor importancia.

Pero no sólo tenemos que mirar allí, en Rusia los acontecimientos se desbordan, en Hong Kong algo parecido, y los habituales conflictos en Siria, Palestina, o Sahara no acaban de resolverse.

Si además entendemos que lo que está sucediendo con el clima, obedece a señales inequívocas de que el planeta se agota por nuestra culpa, la cosa se complica aún más.

Los polos se derriten, Alaska o Groenlandia pierden a marchas forzadas su masa de hielo, Siberia arde, al igual que Portugal, o España, por no hablar de la locura de otro mandatario para ingresar en un psiquiátrico como Bolsonaro en Brasil, que nos está dejando sin el pulmón al planeta.

En lo político si a estos tres locos, Trump, Putin y Bolsonaro sumamos al recién elegido primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, y Salvini en Italia el panorama no puede ser más desolador.

La extrema derecha avanza sin prisa pero sin pausa por Europa, mientras la izquierda ni está ni se la espera y en nuestro país, todos al unísono se mantienen en una deriva suicida.

Un ejemplo de esa deriva es que el pasado 1 de Agosto en el Parlamento de Navarra la actual portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, tuvo la osadía, por definirlo de una manera suave, de enumerar los nombres de los socialistas asesinados por ETA, entre ellos el de mi compañero y amigo Juan Mari Jáuregui, que precisamente hacía unos días 19 años, el 29 de Julio de 2000, caía asesinado a manos de unos desalmados de ETA.

Resulta insultante escuchar su nombre en boca de una señora que estaría a años luz de Juan Mari si viviera y por eso que gente así esté en la cúspide de la política es otro síntoma más de esa degradación.

Mientras en la sociedad más cercana, la de nuestro país, esos síntomas de decadencia y degeneración nos invaden de N a S y de E a O. La proliferación de las “manadas”, de las agresiones sexuales, asesinatos de mujeres por sus parejas o ex parejas, o las constantes noticias de abandono de ancianos -muchos fallecen solos y abandonados- nos llevan a un paisaje terrible.

El peligro de las imágenes de la chulería de los jóvenes magrebíes de la “manada” de Bilbao al salir del juzgado, pueden fomentar el racismo que ya se anima desde algunos colectivos sociales y políticos.

Existe un debate entre quienes son partidarios de levantar muros cada vez más grandes, que eviten la entrada de emigrantes que huyen de una África desbastada por guerras, hambrunas y epidemias y quienes defienden que Europa ha sido tradicionalmente tierra de acogida y debe abrir sus puertas a estas gentes desesperadas.

Ambas posiciones tienen su coste, moral y ético la primera y de presión social la segunda. Sería más honesto evitar la utilización espuria de este debate para obtener rentabilidad electoral y conseguir un gran pacto de estado consensuado.

¿Visión de un pesimista? Suelen decir que un pesimista es un optimista bien informado. Quizás ese sea el problema, que para no caer en el desánimo y la depresión y como medida de protección lo mejor será no enterarse de lo que pasa, meter la cabeza debajo del ala como parece que hace la mayoría de la población.

Pero lamentablemente, ese acto que ayuda a poder pasar por la vida con una cierta tranquilidad, no soluciona los problemas. ¿Cómo debemos enfrentarnos a ellos entonces? Bueno, pues los políticos, especialmente los que debieran ser más sensibles ante ellos, los de izquierdas, cogiendo el toro por los cuernos, poniéndose manos a la obra para al menos solucionar los que tienen capacidad de hacerlo y al mismo tiempo sumar fuerzas para afrontar los que tienen un carácter global.

¿Están capacitados para ello? Parece que no, al menos después de los últimos acontecimientos. Porque hemos tenido la mala suerte de que esta difícil y compleja época, nos ha coincidido con la generación de políticos más inútiles y con falta de altura de nuestra reciente historia.

Alguna vez lo hemos comentado que quizás la única esperanza que nos quede sea, que mirando hacia atrás nos podemos dar cuenta de que detrás de la Edad Media vino el Renacimiento. Si la historia se repite después de esta II Edad Media que estamos viviendo casi sin enterarnos podría pasar lo mismo.

El problema es que quizás para entonces todos estemos calvos.

Veremos………

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