En el momento de escribir esta reflexión parece que todo apunta a que la izquierda no va a ser capaz de ponerse de acuerdo y por tanto estamos abocados a repetir las elecciones el próximo 10-N.
Jugar a hacer de pitoniso es complejo en un momento especialmente líquido como el actual, aunque a diferencia de los análisis que se hacen desde los oráculos de Moncloa, parece que en esa fecha podríamos estar en plena gota fría en lo político y en lo económico.
Un temporal que probablemente pueda perjudicar de manera especial a esa izquierda, que acaba de desperdiciar una oportunidad de oro para gobernar este país los próximo cuatro años.
A veces ese convoy sólo pasa una vez por nuestra estación y o lo coges en ese instante o ya nunca más vuelve a pasar.
El empecinamiento de los dos líderes, Pedro y Pablo, o Pablo y Pedro, y sus correspondientes equipos, han conseguido hacernos perder esta gran oportunidad.
Algún día se escribirán tratados sesudos sobre los motivos de ese fracaso, aunque lo más probable es que la culpa del fiasco sea de esa nueva cultura impuesta, de tomar las decisiones basándose en encuestas demoscópicas, ignorando que éstas son fotos fijas en un momento especialmente voluble y cambiante.
Tomar decisiones desde el mes de Septiembre, mucho menos aún con encuestas realizadas durante finales de Junio y principios de Julio, o sea antes del primer fracaso, puede llevar a un diagnóstico sociológico equivocado y radicalmente diferente que hacerlo en el mes de Noviembre una vez ocurrido el segundo.
Por eso quizás esa fecha nos pueda traer la sorpresa, ya que para entonces nos podemos encontrar con una situación de desánimo y frustración del electorado de la izquierda, que se ha dado cuenta de que sus respectivos partidos son incapaces de anteponer el bien común al partidista.
Mientras que la derecha rearmada podría llegar a esa cita electoral después de demostrar que ellos sí son capaces de acordar y gobernar juntos, además de haberse diluido el efecto disuasorio del hipotético peligro de VOX.
Si además son capaces de poner en marcha la experiencia de “Navarra suma” para el Senado y algunas provincias pequeñas, eso podría dar un vuelco al panorama actual.
En esa fecha estaremos afectados por una profunda “gota fría” provocada por la fusión del efecto del Brexit, más el inicio de una nueva crisis económica y el efecto imprevisible de la sentencia del “Proces”.
Además los pensionistas, que recordemos aportan casi nueve millones a la masa electoral, estarán en pié de guerra debido a que lo no formación del gobierno les lleva a la casilla de partida del gobierno Rajoy, empezando por la subida del 0,25 % de sus pensiones para 2020.
En el caso de que los resultados permitieran a la derecha extrema gobernar la pregunta sería: ¿ese hecho sería beneficioso o perjudicial para la izquierda?
Perece que lo evidente sería contestar que perjudicial, pero quizás este análisis permita deducir que antes al contrario sería muy beneficioso.
¿Cómo es posible?
Antes de responder deberíamos analizar que de lo visto en los últimos meses cabe deducir, que la izquierda ha sufrido una profunda transformación desde que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias llegaron a la dirección de PSOE y Podemos.
Ellos y sus gurús han sido capaces en apenas unos años de convertir partidos de la izquierda clásica, en una especie de secta acrítica con cúpulas sólidas y pétreas y una base de palmeros incapaces de discutir los dogmas de fe de unos líderes inflados de ego.
Cualquier crítica a sus tesis provoca una campaña de feroz de machaques descalificadores, que para los socialistas que osan sublevarse llega en forma de acusaciones de podemización y en la orilla contraria a justo lo contrario.
Son estas nuevas condiciones las que nos podrían llevar a la catástrofe.
Esa izquierda desactivada y aborregada necesita una especie de tsunami electoral para romper con esa inercia autodestructiva.
Si PSOE y Podemos fracasan en esas nuevas elecciones, cada cual de diferente manera, y desperdician la oportunidad histórica que once millones de electores les dieron el pasado 28-M, ese tsunami puede llevarse por delante a ambos y a sus respectivos equipos.
Resulta evidente que esa ciudadanía de izquierdas cabreada y perpleja sufrirá las consecuencias de su fracaso, pero realmente será una inversión, un avance estratégico de cara al futuro.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es lo peor que le ha podido ocurrir a la izquierda en los últimos años y su desaparición fruto del arrastre que producirá esa inmensa ola será lo mejor que le podría ocurrir.
Una especie de limpieza, de purificación, que permita a otros u otras nuevos líderes conseguir lo que ellos han sido incapaces de hacer; la unidad de las diferentes izquierdas, para desde la síntesis gobernar juntos.
Será a costa de ocho años de travesía por el desierto pero a veces los cambios profundos necesitan de hechos terribles, sacrificios y tiempo.
La izquierda hoy necesita de un escarmiento que la haga reflexionar sobre los errores cometidos. El primero el excesivo seguidismo a la decisiones impuestas desde sus élites sin ninguna capacidad crítica o autocrítica.
Quizás el revulsivo de perder las próximas elecciones de esta manera tan cruel pueda ser la mejor inversión de cara al futuro.
Probablemente se necesitará tiempo y perspectiva para darse cuenta, pero resulta evidente que con lo que tenemos ahora no vamos a ningún sitio.
Bueno sí…………..vamos al abismo.
Veremos.