La búsqueda de la verdad, que es parte del proyecto ilustrado y de la modernidad (por mucho que ahora se esté en una postmodernidad o modernidad tardía o líquida), siempre ha estado imbricada con la racionalidad. Dar la razón a alguien, por tanto, es reconocerle que mediante la racionalidad, el análisis de la realidad y cálculo de sus afirmaciones ha llegado a esa verdad, de ahí que negarle a una persona la razón, cuando ha demostrado tenerla, es mero ejercicio de funambulismo teórico o estar en el lado del fanático o el inculto. Esto ha pasado ayer con Pedro Sánchez, que ha dicho una verdad que no se quiere aceptar por parte de aquellos a los que esa verdad desnuda. Y si tiene razón hay que dársela y aceptarlo con la mayor naturalidad. Algunos dirán que para una ve que la tiene…, pero más allá de la mala leche que se pueden gastar algunos veámos en qué tiene razón el dirigente del PSOE.
En una entrevista en Antena3, para pesar de alguno que siempre estaba allí y que ahora purga sus penas naranjas, Sánchez afirmó que tanto a los independentistas como a las derechas españolas les acaba uniendo su forma de pensar. Esto es, que ambas partes sólo conciben sus naciones como únicas e indivisibles. Esta simple afirmación, sobre la que hemos escrito largo y tendido en estas páginas (en las últimas fechas señalando a Podemos como partícipes del apoyo a una de las partes), ha causado gran malestar en el entorno catalán y en el españolista. Esa simple verdad, que ahora analizaremos, les ha dejado desnudos ante la gran mayoría de las personas. Un acierto del presidente en funciones para desenmascarar la ola de patrioterismo barato que se gastan las derechas y afines. El tema catalán, que no deja de ser el tema español, no es más que un problema de fanatismos cuasi religiosos, de historias falseadas, de encubrimientos varios y de una lucha por cuestiones muy lejanas de lo cultural (entendido como algo que va más allá de la industria del espectáculo).
Cuando el independentismo dice que Cataluña es solo una, la independentista, replica el modelo de la ultraderecha, para quien solo existe una España, la suya. Ambos comparten esa visión de sociedad.
Nosotros defendemos una España en la que quepamos todos y todas. #CaféSánchezESP pic.twitter.com/q4IROnIE8C
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) October 30, 2019
Da igual el tipo de nacionalismo al que se acojan, si más centralista o más periférico, si más cívico o más étnico, el caso es que todos los nacionalismos son iguales. Dependiendo de la coyuntura dada pueden ser más o menos beligerantes pero en el fondo están todos infectados con el mismo virus. Y hablamos de nacionalismos no de naciones en sí que en numerosas ocasiones son creadas después de la aparición del nacionalismo o por la acción del mismo. Por tanto, Sánchez tiene razón al decir que ambas posiciones, la de los independentistas y la de los “españolistas”, parten del mismo supuesto de univocidad nacional y por ende irreconciliables en ese punto de fanatismo. Además, ambas parten de un sentido nacional-católico donde se vincula la religión con la nación. Mientras unos engañan con la cruzada histórica, otros lo hacen con los derechos naturales perdidos. En ambos casos los otros no sólo son enemigos de la nación, sino que también son pecadores y traidores al sentido de la historia que el divino redentor ha marcado a sus respectivas naciones. Ambos nacionalismos reaccionarios, uno más carlista y otro más franquista.
Esto tiene consecuencias estratégicas que es lo que intentaba explicar Sánchez. Desde el momento en que ambas posiciones son frentistas y fanáticas no hay diálogo posible hasta que accedan ambas a entrar en la lógica de la racionalidad y, por tanto, el diálogo sin observar derrotas o victorias. El amaneramiento político de Sánchez se debería a intentar que los catalanes entrasen en la senda constitucional del diálogo y que las derechas quedasen señaladas como incapaces de gestionar un problema de tal calado. No hay que olvidar tampoco que detrás de ambos nacionalismos hay potentes intereses económicos de las respectivas fracciones de la burguesía, en busca de sus propios intereses económicos y que manejan la ideología nacionalista como mecanismo de ocultación de la estrategia de dominio. El presidente, no siendo consciente de esto con total seguridad, empero sí ha sabido captar que deben cambiar sus acciones y discursos unívocos si es que se quiere evitar la confrontación. Cuestión bien distinta es que ambas derechas quieran confrontar hasta el final porque, en último término, el racismo/supremacismo de ambas posiciones se lo impida.