Nuestras sociedades occidentales han convertido los derechos humanos en un fetiche. Los han transformado en el nuevo “dios” al que todos debemos pleitesía. Es más, se llega a mezclarlo con el término democracia, y ya tenemos los conceptos para construir la “santísima trinidad” del siglo XXI, junto a la panacea al que la cosmovisión burguesa reduce todo: la libertad.
En el nombre de dicha “santísima trinidad” nos permitimos disfrazar la expropiación de los pueblos y declarar “estados fallidos” a aquellos que no sirven a los intereses del capitalismo global. Y para justificar el hecho de que Occidente juega el papel de libertados de esos estados fallidos acuñamos un nuevo término: el de injerencia humanitaria.
Danilo Zolo define perfectamente el objetivo real que esconde nuestro humanismo: “Para alcanzar las metas de la seguridad global, las potencias industriales deberán dejar a un lado el clásico principio westfaliano de la no injerencia en los asuntos internos de los estados soberanos. Deberán ejercer y legitimar de hecho un derecho- deber de “injerencia humanitaria” en todos los casos en que se consideren necesaria su intervención para resolver situaciones internas en determinados países”.
1989 cae el Muro de Berlín y es derrotado el stalinismo. La Burocracia deja de ser una casta y abraza el capitalismo. Fin de la Historia! Ya no hay alternativa! Pero lo que realmente se inicia es otra historia. El lenguaje cambia y se envía a la basura de la historia las conquistas sociales [incompatibles con el capitalismo]. La desarticulación de la URSS conlleva un retroceso cultural y civilizatorio. Algo que ya profetizó León Trotsky en su Revolución traicionada. La derrota del stalinismo nos adentró en la Barbarie capitalista. Y después de un siglo volvieron las “guerras” a las puertas de Europa. De nuevo los Balcanes estallaron, la Yugoslavia de Tito desaparece y aparecen de nuevo los Estados étnicos del final de la I Guerra Mundial.
El capitalismo triunfante [neoliberalismo] es el que provoca las guerras, es el que da el zarpazo a la propiedad social y el que aplica el derecho a la autodeterminación de una manera vergonzosa y criminal. Sólo defiendo sus intereses espúreos y al asalto de las riquezas. Por otra parte, los derechos de los pueblos y de propiedad social son destruidos. Es interesante leer los textos de Catherine Samary para olvidarnos de lo que supusieron las conquistas sociales entre las que destacan los derechos de propiedad, los derechos de las nacionalidades o el nuevo significado de ciudadanía en la extinta Yugoslavia como República Confederal. Pero esto al neoliberalismo poco le interesaba. Para ellos fue más importante la “injerencia humanitaria” que les permitía conseguir sus intereses.
Además, cuando no con la violencia o la guerra, implementaron al mismo tiempo políticas económicas que llevaban al mismo resultado: el empobrecimiento de las poblaciones que suponía la vuelta de la pobreza y la miseria. El FMI y el BM basaron su ayuda en una política económica ya aplicada en Latinoamérica: el ajuste estructual. Política que consiguieron aplicar en todos los países del bloque soviético y que trajeron la guerra en algunos países como en Yugoslavia.
El comienzo de siglo, después de la derrota del stalinismo, abre la puerta a un nuevo mundo: fin de la historia, fin del trabajo, junto al “no hay alternativa” El paraíso capitalista abría su arca para asentar a los buenos. La Globalización/Mundialización [capitalista] era un sin fin de parabienes. Pero la realidad siempre aparece y acaba con lo virtual.
La barbarie de la “internacionalización del capital” nos despierta a una realidad que nos acerca al infierno. Una nueva doctrina aparece: la injerencia humanitaria, término pseudoético, que esconde la realidad que ya descubrió Rosa Luxemburgo: el militarismo, que pretende colocar al mundo bajo el imperio del capital.. Perto esta tendencia sólo es posible si el instrumeno no es otro que el de la “guerra permanente”. Una guerra con dos caras: los tratados transnacionales y la contraofensiva militar esta vez a nivel mundial, que permite recuperar la hegemonía político-militar. Ya que como dice Claudio Katz: “el sistema construido por las grandes potencias aleja el peligro de guerras interimperialistas, pero es sometido a otras tensiones. La tendencia de los Estados Unidos a transformar su supremacía en un control desmesurado constituye un factor de inestabilidad permanente”.
La década de los 90 y comienzos del siglo XXI se encontraba en su apogeo la globalización, la mudialización. Para hablar con terminlogía marxista, la internacionalización del capital. Los pensadores que defendían dicha globalización nos hablaban del “fin de las ideologías” y de que el paraíso estaba a punto de llegar. Que lejos estaban aquellas premoniciones de la barbarie capitalista actual. La realidad es que frente a la globalización nos hemos dado de bruces, al mismo tiempo, con una miseria global que ha tirado los derechos humanos al basurero de la historia. Pero este proceso ha traido como consecuencia la aparición de algo nuevo: el hombre desechable
Como dice André Tosel, esta internacionalización del capital está convirtiendo el mundo en un inmenso apartheid para la mayoría de las poblaciones basado /cuidado por una guerra permanente contra los pobres. Una internacionalización basada en una profunda acumulación por desposesión de amplias masas de la Tierra. El capital vuelve a utilizar la acumulación tal y como Rosa Luxemburgo analizó en su Acumulación del capital: “La segunda condición indispensable para la adquisición de medios de producción así como la realización de la plusvalía, es el acceso al comercio y la integración en el seno de la economía mercantil de las organizaciones sociales cuya economía natural ha sido destruida. Todas las clases y sociedades no capitalistas deben comprar las mercancías producidas por el capital y venderles sus propios productos”.
El capitalismo no puede llevar a buen puerto toda esta política económica si no es mediante el militarismo (aunque se disfrace de injerencia humanitaria). Pero para realizar esta política es necesario que se cumplan dos condiciones: tener un enemigo y “destrozar” la democracia interna de los paises occidentales. El capitalismo buscó un enemigo después de la derrota del estalinismo y lo encontró en el yidhadismo. Esta situación tiene su retrovisor en la búsqueda de leyes que amordacen la libertad en las sociedades democráticas.
Y esta política económica también tiene su “efecto boomerang”. Este capitalismo globalizado ha creado una fuerza de trabajo mundializada, un gran ejército de reserva mundial. Pero dicho proletariado global no tiene trabajo y es “desechable de la producción. El capitalismo en su constante expansión no tiene problemas en buscar nuevas formas de guerras, en destruir poblaciones, en expropiar los recursos naturales (aunque para para ello tengan que dar un golpe de Estado con la Biblia en la mano). Pero al mismo tiempo tiene que acallar a sus clases populares en las metrópolis. Y ese proletariado desechable puede convertirse en el nuevo enemigo para esas mismas clases populares. Al menos está siendo el acicate para esa nueva derecha posfascista.
Así hoy se vuelve a cumplir la tesis sobre el imperialismo de Rosa Luxemburgo:
- La violencia exterminadora sobre los pueblos y grandes masas de trabajadores
- La destrucción de la potencia revolucionaria de una parte del movimiento obrero
- La transformación radical de los cuadros políticos y la invención de instrumentos que lleven a los Estados hacia el autoritarismo y la “destrucción” de la democracia
Pero sobre todo este efecto boomerang lo vemos cuando el capitalismo senil prefiere la desaparición y/ o muerte de masas de trabajadores que huyen de las guerras (de expropiación) que les hemos llevado. Y para lo cual el capital necesita acabar con los derechos humanos y si no utilizarlos como coartada de sus actuales y futuras guerras de apropiación de los recursos naturales del planeta.