Todos los medios de comunicación españoles alabando el libro y uno piensa “Malo no debe ser”. Incluso algún cultural realiza una entrevista al autor donde habla sobre los miedos de la actualidad y piensas “Tiene pocas páginas pero debe ser tremendo”. Lees a Paul Auster que califica a Don DeLillo como el “novelista norteamericano que escribe mejor” –piensen que para estas gentes México no es Norteamérica o no han leído en su vida a Alejo Carpentier, por ejemplo-, a Salman Rushdie, a David Foster Wallace y piensas que debes tener ese libro en tu biblioteca. Esperas la fecha en que llegará a tu librería preferida hasta con ansia por hacer con un ejemplar. El día llega y te preparas, hasta con un portaminas con la mina de color verde para subrayar frases o pensamientos epatantes. Abres el libro y…
Te acuerdas de los parientes más cercanos de todos esos que han escrito en los medios alabándolo. Terminas el libro en hora y cuarto –no hace falta más tiempo- y te queda la sensación de que te han colocado un truño de los de época. Que el libro lo ha escrito el autor para sacarse unos cuantos milloncejos a costa de pobres lectores de todo el mundo por algo que no llega a alcanzar el rango de folletín. Una estafa literaria impresionante. Si en una novela se espera encontrar, para ser calificada como buena al menos, una buena historia y/o buenos personajes, en este libro publicado por Seix Barral –siempre hay que señalar a los culpables del atentado literario-, ni personajes, ni historia. Comenzando por la segunda, ni se sabe en todo el relato el porqué de lo que sucede –más allá de la gracieta de típico estadounidense conspiranoico-, ni se llega a saber qué pasa en realidad y, como ya habrán comprendido, no hay desenlace alguno. Aspectos novelescos que pueden faltar en alguna que otra obra pero en este caso no hay ninguno. Una historia con fallos argumentales impresionantes como provocar un aterrizaje forzoso de un avión váyase a saber por qué y si es por el apagón ese avión jamás debería haber llegado al aeropuerto.
Igual los personajes que aparecen tienen un alma lo suficiente interesante para engancharse o para que merezca la pena leerlo… Pues tampoco. Personajes planos, carentes de emotividad alguna, presos de esquizofrenias e insustanciales. Hasta a copiado a la película Un pez llamado Wanda cierta parafilia de uno de los personajes. En realidad son gentes que deberían estar en un frenopático o tan carentes de alma que te dejan como si te hubieses sentado en un banco del parque a ver pasar gente. Bueno, en el banco del parque podrías imaginar historias, personalidades o gustos que jamás encontrarán en esta obra. Normal que le hayan puesto de título El silencio porque no encontrarán el mínimo ruido que les anime a leerla. Puede que guste a instagramers y gentes que se contentan con lecturas cortas que les valgan para decir que han leído un libro en su vida. Y lo habrán hecho sin dificultad alguna.
Si a ustedes les dijesen que la novela ocurre porque todos los aparatos electrónicos, al menos de Nueva York (no se puede saber si es más allá), han dejado de funcionar esperarían en la narración algo más que soliloquios insustanciales de personajes planos. Esperarían alguna reacción, algún tipo de sentimiento humano (salvo sexo en un lavabo no encontrarán nada más) y no la más absoluta nada. Es imposible, tal y como está tecnificada la sociedad actual, que las personas no reaccionasen en algún sentido, pues DeLillo parece que piensa que sí, que la humanidad es como sus personajes: planos y sin sentimientos. Es más, personas sin vida ni alma. Tampoco es para que presente una tragedia griega pero ¿la nada?
Como sucede en otros ámbitos de la vida la propaganda sirve para colocar productos que no necesitamos en muchas ocasiones, para votar por ese político que al final nos decepciona, para comprar un truño de libro que hace pensar si es una confabulación mundial de los críticos de libros o simplemente es que ni lo han leído o están a sueldo de las editoriales. Frente a los anuncios cada persona está más o menos entrenada para defenderse del fetichismo de la mercancía, pero en el ámbito cultural se espera que cuando menos no engañen a las personas. Porque no es lo mismo que a un crítico le parezca un libro mejor o peor y de forma subjetiva un lector piense de forma diferente y otra es faltar completamente a la objetividad mínima de lo que debe ser la crítica literaria. Que me han hecho gastar 16 euros de mala forma por un libro que, aprovechando los tiempos pandémicos, parece que va a contar algo distópico que aliente a las personas a tomar conciencia de su realidad (así lo han llegado a vender) y te encuentras con el vacío más absoluto. Ni se les ocurra comprarlo, avisados están. ¡Es que ni bien escrito está leñe!