En un bosque nombrado por la gran cantidad de conejos que hubo antaño, había una amplia manda de ciervos que se creían los dueños y señores de él. Con sus majestuosas cornamentas pastaban y mandaban sobre la fauna que allí vivía. Todo era suyo por decreto. Todo les pertenecía por ser ellos lo que eran. Todos debían vivir la vida según su propia forma de verla. Todos debían aceptar que no había seres más majestuosos, ni dignos de elogio continuo. Al frente de la manada había un cérvido viudo que imponía, por las buenas o las malas, sus deseos que no eran otros que el dominio completo y total de su manada. Cuando, en algún momento, alguien se descuidaba de rendir pleitesía berreaba y tejones, salamandras, insectos palo, búhos y demás seres comenzaban a criminalizar a quienes habían osado interferir en el devenir marcado por el cérvido viudo para su manada.
En algún que otro momento esa manada ha tenido sus peleas con una manada de muflones del norte que ha intentado quitarles la hegemonía. De hecho se han granjeado la amistad de un nutrido grupo de cuervos, aves que suelen intervenir en las disputas en campo abierto de las distintas manadas. Una vez un grupo de murciélagos intentó imponerse al duopolio de las cornamentas, pero les fue enviado un virus de Singapur para hacerlos casi fenecer. Pero, hete aquí, que un grupo de mapaches habita en ese mismo bosque y no tienen nada mejor que hacer que molestar a los cérvidos. Les quitan las nueces. Cuestionan su poder. Pretenden quitarles los trofeos más apetecibles. Por muchas trampas que les hacen, con ayuda de otros animales, aguantan y vuelven al ataque. Y, lo que más encanalla a los cérvidos y sus acólitos, jamás lloran por el destino que les ha sido deparado. Es más, hasta se han atrevido a hacer llorar a los cérvidos. Normal que estén berreando hasta quedar exhaustos en estos días, sin algo que tenga que ver con la época de celo.
¿No lo han entendido? Igual está escrito en un lenguaje excesivamente criptográfico o simbólico. Si alguien no tiene derecho a llorar en el mundo del fútbol es, sin duda, el Real Madrid. Llevan cometiendo asaltos a mano armada a cualquier equipo con el que se han enfrentado, llevan años controlando a los árbitros, llevan mangoneando lo que quieren. Y ahora lloran porque no les han pitado una mano en el área de un rival que los propios árbitros que trabajan en la prensa nacional-madridista han dicho que no era penalti. Gracioso escuchar a Casemiro llorar mientras comentaba, al finalizar el encuentro, que de no haberse desviado el balón él hubiese metido gol. Ciencia ficción. O a toda la prensa hablar de robo, de adulteración de la competición y demás fruslerías. El viudo con gafas no va a tener entradas al palco, ni canapés para tanto pelota como ha aparecido. Supóngase que se pita penalti ¿quién garantiza que lo marcaran? Es más, ¿quién garantiza que ese posible gol no cambiase el tono del encuentro y el Atlético de Madrid marcase dos más? Ciencia ficción.
El problema es que en su mundo la verdad es siempre la suya e intentan que los demás la asuman, no la critiquen y así seguir llenando la buchaca con títulos. Como si los títulos significasen algo importante para la tribu rojiblanca –que también les ha molestado que fueran los aficionados a recibir al equipo (no se le ocurrió a ellos, que ya saben que sólo saben copiar)-. Normal que el gestor de la cuenta de twitter del Atlético de Madrid haya subido un mensaje señalando los lloros por una jugada bien arbitrada –en vista de estado del presidente el domingo-. Ahí es cuando la manada blanca ha salido en estampida a cornear. Mientras tanto la parroquia rojiblanca pendiente del FC Barcelona que son los perseguidores más cercanos. Otros, además de llorar, deberían fijarse en el equipo que fue fundado antes de Cristo que llega por detrás. No soportan que otra manada les quite el territorio que piensan es sólo suyo. Son muy machos alfa pero se les está poniendo una cara de pupas de aúpa. Siempre podrán recurrir a Gil Manzano para que arregle el entuerto pero ni por esas dejarán de llorar. Eso sí, desde hoy Marcelino es Zagalo y el Athletic un club señor, como el Getafe un equipo que ya no da patadas sino que practica un excelso fútbol moderno. Mientras tanto, los mapaches riendo como hacía mucho tiempo no hacían… y si ganan la liga saldrán desnudos a las calles.