En tiempos antiguos, cuando la ética y los principios socialistas eran aún cantados por los poetas, un grupo de valerosos guerreros del socialismo se enfrentaron al Prometeo español. Obtuvieron una pírrica victoria que provocó que las broncíneas lanzas de los dioses del capitalismo español quebraran los escudos de resistencia, tras lo cual situaron al titán al frente del PSOE. Prometía éste traer la modernidad a España, sin por ello lamentarse de pisotear la ética, el socialismo, el pablismo o lo que se pusiera por delante –la estética de la pana también acabó en el cubo de la basura en favor de los ropajes más cualificados de la alta moda-. Los derrotados, que supieron ver con antelación lo que aquello suponía, tomaron robustos árboles para construir un barco, aunque para los más guerreros (o ¿era guerristas?) aquellos se asemejara a un caballo de madera. Ese barco fue bautizado, sin oropeles, ni monipodios, como Izquierda Socialista.
Valerosos, aunque sufrieran casi al comienzo la baja de su Odiseo, quien prefirió quedarse en su Ítaca sindical y escolar, tuvieron los arrestos suficientes de confrontar con Prometeo en su intento de unir a las tribus españolas bajo el paraguas militar del Imperio. También pelearon en favor de devolver la democracia interna al partido. Se aliaron con sindicatos y trabajadores en la gran huelga general. Mientras Aquiles (que se haría famoso por su hermanísimo talón) vociferaba que el PSOE era la casa común de la izquierda, desde el barco de IS se pedía la “causa común de la izquierda”, algo que no gustaba al Prometeo español, pues la misión, titánica evidentemente, de traer la modernidad a España no podía ralentizarse por culpa de “tribus del pasado”. Y como la modernidad era lo importante –quien dice modernidad, dice neoliberalismo ideológico-, el titán no dudó en utilizar la razón de Estado (la mala razón, obviamente) como excusa para acabar con los enemigos internos de España. Algo que denunciaron estas valerosas huestes con sus broncíneas plumas e impetuosas voces en comités y donde no se les vetase la palabra.
El titán cayó, Aquiles fenecía, pero los prometeicos pensaban seguir dando guerra. En esto apareció un personaje llegado de las haciendas catalanas y los pocos tripulantes que quedaban en el barco de IS creyeron ver en él a un héroe de la izquierda. Gracias a las primarias que consiguieron impulsar en el seno del PSOE, se venció a las huestes del prometeico de la almunia, pero el héroe resultó no ser tal. Dio la espantada, en parte por soberbia, en parte por no tener la valentía de confrontar con la perversa ejecutiva de las federaciones socialistas. Ahí comenzó, en cierto modo, la verdadera odisea y perdieron a la diosa Diana que había llegado de Valencia, pero sin el apoyo de aquellas tribus.
Se hizo con el poder el contador de nubes leonés para crear una nueva confederación socialista. Lo hizo con taimadas artes, como los significantes vacíos, el izquierdismo panfletero, todo rociado con el nuevo elixir de los dioses: el postmodernismo del alma buena. Esto supuso la desarticulación de los odiseicos miembros de IS –tal y como lamentaba el más argento de sus miembros-. Les estaban robando las palabras para hacer lo contrario a lo que se quería decir –normal que el contador de nubes sea favorito de las tribus populistas-. No lo supieron defender y los años más oscuros y errantes comenzaron. Eran muchas las personas que habían caído en combate durante esos primeros veinte años de viaje. Unos por propia voluntad, otros por purgar internas, buena parte porque fueron cooptados para formar parte de ejércitos mejor remunerados. Quedaban pocos, aguerridos pero pocos. El desgaste de las luchas se notaba ya en los cuerpos y en el momento clave no supieron o quisieron nutrirse con sangre nueva para renovar las fuerzas de combate. La garza allí estaba sin dejar el sillón.
Pero en un giro del destino, los tres valerosos arqueros que quedaban en el Congreso pudieron hacer un último gesto ético y de defensa de los principios mínimos de cualquier tipo de socialismo. Cuando el contador de nubes entregó la soberanía del Estado al mundo financiero y al imperio alemán, hicieron lo que se debía hacer. Por ello fueron laminados de cualquier puesto de lucha a futuro. El purgador, viejo prometeico, no duró mucho. Lo justo para salvaguardar la monarquía, pero se abrían las puertas a una nueva lucha para la que decidieron ceder el mando de las tropas al guerrero bético de las tierras nazaríes. Muchas guerreras y guerreros se acercaron al barco de Izquierda Socialista para ayudar en la lucha. No se venció, pero cabía una esperanza de construir un nuevo barco. No pudo ser, fue el canto del cisne. Llegaron algunas personas que querían echar vino nuevo en los odres viejos. Otras que buscaban una plataforma personal para conseguir un cargo. Y otros, que acabarían escindiéndose, prefirieron quemar el barco antes que dejar de mangonear.
El capitán bético salió de najas y el resto de las huestes intentaron, mediante una asamblea, salir adelante con caras nuevas. Eligieron a un sevillano que duró menos que mil euros en la puerta de un banco. A él le siguieron otras y otros. Quedaron tres que se adueñaron del nombre del barco, que estaba varado, para intentar camelar al nuevo héroe del PSOE. Otro como el contador de nubes que dice A pero realmente va a hacer B. Así han penado por las regiones luchando contra sirenas, cíclopes y demás monstruos de un partido para llegar a la última Asamblea que determinará si se limpian las broncíneas lanzas del pensamiento y la izquierda o se queda en una plataforma personal de tres o cuatro. ¿Se atreverán estos guerreros a pensar y discrepar de los dioses? ¿Verán los malos augurios de las vísceras de las garzas? ¿Se atreverán a luchar frente al emperador como hicieron frente al titán? El tiempo responderá a estas preguntas, pero quedan ya pocos poetas que puedan cantar.
En su cuadragésimo aniversario nada mejor que recordar a los que dieron su vida en el barco como Luis Gómez Llorente, Francisco Cordero, Eugenio Morales, Mario Salvatierra, Koldo Méndez y tantas otras personas que lucharon sin renunciar a los principios.