No se puede decir que Armando Zerolo no haya querido provocar. Desde el título del libro (Época de idiotas, Ediciones Encuentro), lo hace. Mas no es el título lo único provocativo, en el desarrollo del libro, el autor va provocando a los lectores con sutileza, unas veces, y con atrevimientos, otras. Un texto bellamente escrito. Mejor dicho, un texto bien escrito en esta época de búsqueda de frases especialmente destinadas a citas. Un libro que se subtitula “Un ensayo sobre el límite de nuestro tiempo” que contiene alguna que otra falsedad. Sí habla de nuestro tiempo, sin exceso de ejemplos. Algo innecesario cuando quien se acerca a un libro como este ya sabe por propia experiencia qué acontece día a día. Sí habla del límite aunque no como se puede pensar a priori, lo que le confiere un sentido atrevido a la propuesta. Un situarse, como la canción de La frontera, en el límite del bien y del mal. Pero no, no es un ensayo.
El libro, realmente, son unas meditaciones de una persona que posee sabiduría (o cuando menos camina hacia ella), lecturas diversas que emanan en cada párrafo, sentido común y lejos del posicionamiento partidista. De hecho se sitúa en el límite sin obviar sus orígenes e influencias. No es un texto plagado de citas, haberlas haylas, sino el desarrollo de una serie de meditaciones personales que van conjugándose y entrelazándose hasta dotar al conjunto de un sentido único. De hecho se puede estar de acuerdo con alguna meditación y no con otra, pero el sentido completo ofrece una imagen consensual y atrayente. Cada persona puede tener su propia cosmovisión pero acaba (o puede acabar) sintiendo que todo aquello que dice Zerolo es parecido o similar a lo propio. En un tiempo en que a cualquier cosa, cualquier acumulación de citas o dictados dominantes, se le llama ensayo, mucho mejor recuperar el concepto de meditaciones como forma de expresar verdades.
El texto en sí supone un ejercicio de optimismo. Influido por Romano Guardini, Zerolo entiende que confrontar este tiempo (¿postmoderno? ¿transmoderno?) no puede tener como estrategia el abandono. Dejarse caer, “desconectar” del mundo o encerrarse en identitarismos no es lo mejor. Hay que enfrentar a la época mediante el análisis a fin de ver qué hay de bueno en ella y qué hay de desechable, para desde ese límite, que no es situarse a favor o en contra sino asomarse al otro, actuar. Quejarse por quejarse, pedir volver a tiempos pretéritos, pasar el día enfurruñados no sirva para nada. De hecho, si sirve a alguien es a los “malos” para insistir en su maldad. Ante la banalidad del mal hay que actuar mediante las posibilidades que se ofrecen y caminando por la vereda de lo positivo. Sin obviar que puede ser necesario situar en el centro del debate algún tipo de finalidad o teleología.
Tiempo convulso que, dice Zerolo, por muchas dudas que genere en el ser humano, destruyendo interesadamente algunas certezas, no puede entregarse al imperio de la idea. “Cuando entra la duda y se imponen las ideas sobre las creencias, dudamos de lo que somos y, dudando, nos separamos de las cosas y las personas” (p. 56). Porque la verdad cada vez va perdiendo más su valor. En el tiempo de la mentira el ser humano necesita de la verdad siempre, pero necesita mucho más de la veracidad. Esa virtud de los seres humanos necesaria para la comunicación y, por ende, la comunión entre ellos. Es normal que las personas sientan miedo y acaben extenuadas de forma existencial. No hay alma que aguante este ritmo social. Por ello es necesario, a nivel social, la existencia y la presencia de los idiotas.
¿Quiénes son los idiotas? No es el cuñado arquetípico por mucho que usted lo piense. Más bien son otros arquetipos los que expresa Zerolo. El Quijote o el príncipe Myshkin de Dostoievski serían esos arquetipos de idiotas, esas personas “sencillas como los niños y los locos que asumen los males del mundo y la injusticia que cae sobre ellos con la misma dureza que la ley sobre los injustos”. Son aquellas personas que nos permiten ver que en las cosas pequeñas, en los detalles más nimios también hay esperanza. Los imbéciles, por el contrario, han nacido para retratarnos y llevar todo lo malo hasta el absurdo (con aviesas intenciones). En resumidas cuentas “el idiota es como un niño y el imbécil es un intelectual”. El primero “sale de sí mismo a través de su propio sacrificio, el otro implosiona reduciendo el mundo a su propia estupidez” (pp. 112 y 113). En este teatro, entre bambalinas, hay que ver al poder que intenta manejar todo.
Esta Época de idiotas es la del individualismo (el encarcelamiento en las propias preferencias), la del hombre masa (siguiendo a Ortega), la del individuo sin individualidad (Capograssi), la del infantilismo, la de la dictadura del Estado y/o las grandes corporaciones, la de querer seguir traspasando todos los límites por el hecho de ser límites… Normal que el decadentismo aparezca en las mentes de las personas. Zerolo no es spengleriano, bien al contrario, propone no aceptar lo que se nos marca y volver al asociacionismo (no en el sentido de crear más oenegés o partidos) de las personas, entender que hay ciertos límites que no pueden ser traspasados, asumir la responsabilidad para con la humanidad y caminar por senda de la humildad. Ser idiotas aceptando que lo mejor que tenemos nos ha sido concedido gratuitamente. Por ello hay que hacerse pequeño, aconseja Zerolo, para lograr lo grande, siendo conscientes de que el ser humano es necesidad de compañía.
Todo lo anterior, que no es un acto de resignación sino todo lo contrario, lo explica de mejor forma el autor en el libro. En unas ocasiones recurriendo a la alegoría, en otras señalando con humildad lo negativo. En una época extraña no hay necesidad de esconderse, ni de tener miedo a las cancelaciones, sino que hay que darse al otro (mediante la palabra, el abrazo, la lucha pequeña…) pues no hay posibilidad de encuentro entre las personas sin apertura. Ese “Yo que es un Tú” de Guardini. Deberían leer este libro ya que nada malo se obtendrá meditando junto al autor. No encontrarán adoctrinamiento. No encontrarán ortodoxia ideológica. Bien al contrario, las meditaciones son una apertura de ese “Yo” (en este caso el Zerolo) al “Tú” (los lectores) para encontrarse, dialogar y, dado el caso, actuar de manera conjunta sin caer en el colectivismo. Decía Alain Badiou, siguiendo a su maestro Louis Althusser, que cada acontecimiento en la historia genera sus propios sujetos de transformación gracias al encuentro, aunque la historia no tenga sujeto en sí. Zerolo cree que el acontecimiento, digamos, postmoderno es posibilidad de un encuentro de idiotas.