Ha querido el destino que la reseña del libro del cardenal Robert Sarah se publique tras el fallecimiento de Benedicto XVI. No creyendo que el Espíritu Santo haya tenido algo que ver, sino que es producto de la mera casualidad –aunque vaya usted a saber–, el Catecismo de la vida espiritual, editado por Palabra, tiene cierto aroma ratzingeriano en algunos pasajes. Un libro en el que el cardenal guineano ha querido profundizar en los sacramentos de la fe católica. Un intento de explicar a católicos (y no católicos) el verdadero sentido espiritual de aquellos más allá del mero componente ritual. En suma, evitar el ritualismo vacío.
Nada más comenzar el texto Sarah pide que, para comprender, interiorizar y vivir la fe y sus sacramentos, los católicos deben acercarse al desierto. Que asuman la experiencia de la pobreza, la renuncia, la soledad y la lucha contra uno mismo y Satanás, de igual forma que Jesús hizo tras ser bautizado y cada vez que oraba. Se trata de intentar alcanzar una experiencia mística porque “únicamente un corazón inmenso y vacío como un desierto es capaz de acoger y albergar la Palabra de vida”. Hoy son muchas las alternativas a la introspección que se ofrecen desde los medios de comunicación o elementos tecnológicos para llenar los corazones y las almas de futilidades. El creyente debería quitarse de encima, dice el cardenal, el poder embaucador de ese progreso tecnológico que esclaviza, primero, y convierte en víctima, después, al ser humano.
En muchas ocasiones los fieles caen presos de las fauces amenazantes del progreso tecnológico y la ideología a él adosada, en buena medida por la carencias de los sacerdotes y los obispos. Cuando, prosigue Sarah, se pide el alimento del alma los clérigos de toda condición se dedican a los discursos sociopolíticos, los derechos postmodernos o cualquier otra novedad del mercado social. De ahí que entienda que este Catecismo sobre los sacramentos, aunque no solamente sobre ellos, hará mucho bien a laicos y seglares, pues hay que evitar que el catolicismo se convierta en una religión a la carta (guiño a Benedicto XVI). Bastante enfadado se encuentra el cardenal ya con que dentro del catolicismo se considere a la propia religión como una más, en igualdad, entre otras y no como aquella que realmente es poseedora de la Verdad.
Cada uno de los sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia y Reconciliación, Unción de los Enfermos, Orden Sagrado y Matrimonio) tiene su propio capítulo donde el cardenal Sarah va explicando el significado de cada uno desde el punto de vista de la espiritualidad. Hay muy poco del simbolismo ritual, salvo en la Eucaristía, como se verá, y mucho de lo que se debe enseñar a los católicos sobre el porqué de cada uno de ellos. Todos los sacramentos trascienden en realidad el ritual y necesitan de una reflexión e introspección profunda de cada uno.
Respecto a la Eucaristía sí hace alguna reflexión al propio rito, porque entiende el cardenal que se ha llevado demasiado lejos el pluralismo que propició el Concilio Vaticano II. Como otros teólogos, cree que se está perdiendo el sentido sacro de la presencia de Jesucristo en las misas. Existe demasiado espectáculo, demasiado ruido de la asamblea, demasiado gustarse de los oficiantes en algunas ocasiones y muy poca teología y enseñanza. Como afirma en el texto, la Palabra es fundamental: “En un mundo como el nuestro, que ha perdido todas sus referencias, la Palabra de Dios es una brújula que señala a nuestra existencia la buena dirección, es el dique capaz de frenar la decadencia moral y social”.
Insiste también en la necesidad de la Penitencia y la Reconciliación. Son ya muy pocos los fieles que se confiesan y menos aún los sacerdotes que están prestos a estar en el confesionario el tiempo que haga falta. Critica el cardenal que a los clérigos pareciese que les moleste este sacramento. Que necesiten estar a otras cosas de la parroquia o personales, cuando el sentido del pecado es fundamental, más en estas sociedades asentadas en las “estructuras del pecado”. “Reconciliarse con Dios no puede ser una actitud pasada de moda e inútil, sino un acto restaurador, recreador, regenerador”, afirma Sarah.
En el capítulo final el cardenal Sarah viene a hacer un resumen más enfocado en el contexto exterior a la Iglesia (aunque en el texto va ofreciendo algunas pinceladas en relación a los sacramentos). Se muestra triste por la pérdida de capacidad de la Iglesia de ser un elemento para la transmisión de los valores. En muchas ocasiones pareciera que es una ONG u organización filantrópica, cuando es mucho más pero no mucho menos. Esto es, ni puede quedarse solamente en los valores, ni puede ser sólo filantrópica, debe actuar en ambos sentidos, porque de quedarse en uno solo acabará atrapada en los salones de las élites de distinto pelaje. Más si esos valores son acordes a los manifestados por esas élites. La Fe debe ser expresada en toda su veracidad guste o no guste y se debe actuar, especialmente en favor de los pobres, se moleste o no.
“No recurramos a Cristo en apoyo de nuestras ideas personales o de nuestra postura política e ideológica, tratando el Evangelio como una recopilación de citas que respaldan nuestras tesis preferidas” expresa el cardenal. Tampoco adquirir esta o aquella virtud sino convertirse en alter Christus. El libro es una petición para que los católicos, todos, tengan una mayor vida espiritual en lo interior y lo exterior. Orar más. Actuar mejor. Librarse del yugo de una sociedad que acaba midiendo a las personas por lo que tienen antes que por lo que son. Un catecismo que seguramente sirva como camino a muchos católicos. Un libro para todo aquel que quiera entender los sacramentos. Un libro que ayudará a muchos sacerdotes cuando se encuentren atascados en sus meditaciones y sus sermones.