La guerra entre los aficionados del Atlético de Madrid carece de sentido más allá de que cada cual puede expresarse con la libertad que estime oportuno. Más que con libertad, cabría hablar de libertarismo, pero no es cuestión de filosofar cuando el artículo camina por otros senderos. Gentes que pitan al equipo siempre han existido. Desde que el primer cabreado con la vida llegó a un campo de fútbol, ya hay personas a las que no les parece bien casi nada. Gentes que han amado a unos colores por encima, incluso, de lo psicológicamente sano también. A ellos súmenles una gran mayoría de personas que van al fútbol sin estar rozando la locura y sin amargura vital, van a ver a su equipo y ya.
Todas son opciones vitales razonables pero lo que viene pasando en el Metropolitano, donde una parte de la afición se enfrenta a otra; donde una parte de la afición silba a la otra cuando se pronuncia a favor o en contra de este o aquel, es algo nunca visto. Una cuestión en la que cualquier psicólogo o vende burras del new age haría dinero analizándola y escribiendo en cualquier medio nacionalmadridista. Al final el perjudicado no es el Frente Atlético, ni el señor del lateral que se caga en Simeone, no. Al final el perjudicado es el Atlético de Madrid como equipo, no como sociedad anónima.
No va a volver el escudo
Que desde el Frente Atlético se haya programado una huelga de animación hasta que haya un referéndum sobre la vuelta del escudo o la pervivencia del logo tiene su cosa romántica… y utópica. Hasta que Miguel Ángel Gil venda su participación (esa que adquirió por el arte del hurto) ni volverá, ni permitirán que socios o aficionados voten sobre el tema. Cuestión distinta es si un nuevo propietario acepta volver al escudo. Que igual llega y pone otro logo de un oso meando el escudo del Madrid. Está bien defender ciertas tradiciones pero hacer una huelga sobre algo que el “propietario” no tiene intención de cambiar es, cuando menos, inútil porque perjudica al equipo.
Es más todo ello le está dando la oportunidad al propietario para hacer limpia en la grada de animación y llevarse por delante al Frente. Que, por otra parte, se lo tiene merecido por permitir que sinvergüenzas, macarras y soplagaitas estén manchando el nombre del Atleti cometiendo crímenes y actos de mononeuronales. Cierto que en el Frente no todos son cafres, pero parece que a los menos leídos les dan un extra por hacer el tolai. Y cierto es que no todo ese fondo son gentes del Frente sino personas a las que les gusta animar a su equipo y cantar durante todo el partido. Hooligans en el buen sentido de la palabra.
Los silbidos cómplices
Luego existe otra parte de la afición, cada día más numerosa, que se dedica a pitar al Cholo Simeone (será que prefieren a Marcelino de entrenador, porque si creen que va a venir Tuchel sin fichar es que son bastante ilusos), al equipo –hasta aquí es lógico cualquier pito fundado en resultados y juego– y cuando se señala a Gil y Enrique Cerezo. Curioso que silben cuando se pide a los usurpadores prescritos que abandonen la SAD y no les silben, ni les conminen a fichar jugadores con cierta calidad, sin chanchullos con agentes e invirtiendo algo más que 5,5 millones al año (la media de inversión en la época Simeone). Si Simeone puede ser pitado por errores, que los comete, ¿por qué no señalar al palco?
No se puede obviar que la prensa, especialmente la nacionalmadridista, lleva once años de campaña contra el entrenador del Atleti. Once años, donde se han ganado 2 ligas (algo que no se veía desde los años 1970s o 1950s), una copa, 2 Europa league, donde se ha llegado a dos finales de Champions, supercopas y donde por primera vez se está entre los tres primeros de forma seguida en más de una década. Once años que no parecen gustar a los silbadores porque esperan más (les han vendido que se puede más, ahí tienen a turrita Miró). Mejor juego, como el Betis o el Villarreal (en sus mismos puestos claro). O vayan ustedes a saber qué. Silbar porque es su forma de rebelarse ¿contra quién? ¿Contra los jugadores?
Los que están hasta las narices de los otros
Y luego está la gran masa atlética que está hasta las narices de los citados más arriba. Con unos porque parece que llevar un camiseta con el logo parece que es una ofensa o te señala como menos atlético. Quienes actúan con ese talibanismo no piensan que ya hay chavales cuya memoria es completamente del logo. Que eso del Calderón les va sonando a pasado. También hay personas que, sin gustarle el logo, se compran lo que les sale de los huevos o el coño porque demuestran así su amor por su equipo. Gentes que pueden comprar la contracamiseta (iniciativa fantástica y que hace daño) y la tercera equipación porque les gusta. Y no pasa nada.
Los repartecarnets de ambos lados al final generan una masa, por ahora silenciosa, que acaba por abstenerse de animar o de mostrar discrepancias. Cierto que sin el Frente y el resto de personas que allí se ubican habría poca animación, pero no mitifiquen el Calderón, que tampoco es que animase de continuo, tan sólo cuando hacía falta. Cierto que quienes silban al Frente por animar al Cholo deben tener algún problema psíquico. Pero es más cierto que con la guerra que han montado unos y otros el que sale perjudicado es el equipo.
Dejarse de peleas estériles
Entrenador y jugadores han pedido que se acabe esa guerra. Necesitan que el Metropolitano vibre en cada partido. Algunos dirán que para lo mal que juega el equipo… pero en peores tiempos y rachas se ha animado. Al finalizar el partido, bronca si se quiere. Y no sólo la grada de animación sino el resto del estadio. Sin necesidad de ser durante todo el partido, pero cuando el equipo necesita esa presión del público sí. Normal que los árbitros vayan al Metropolitano a liarla, sin presión se hace el negreirismo mucho mejor.
Lo que está claro es que todo esto es perjudicial y es una batalla estéril porque ni va a volver el escudo; ni se van a echar al Cholo si cumple objetivo de Gil; ni existe una pureza suprema de buen atlético. El Atleti es como la Iglesia, acepta a todos los hermanos indios sin fijarse en razas, clase social o estupidez personal, tan sólo hay que ser del equipo por encima de títulos, victorias, jugadores o entrenadores. Bastante con tener que convivir con el Satanás futbolístico en la misma ciudad para andarse con banderías de pureza mística.