Como la vida política cansa bastante, más ahora que se huele el verano, me he dedicado a revisar, en una especie de auditoría de artículos, todo lo que se ha venido publicando en España durante estos seis meses. Las cifras generales son exorbitantes. Miles de libros que a saber si tendrán lectores al otro lado de la cadena de distribución. Entre esos miles, quitando los de autoayuda, autoconocimiento o autoengaño, destacan principalmente aquellos que tratan sobre historia, asesinatos o conspiraciones varias. O lo que es lo mismo, la mayoría de libros publicados son novela histórica, negra y thrillers de todo tipo.
Se publican, más o menos, 9 o 10 títulos nuevos de novela histórica a la semana. Si hay unas diez semanas al año en las que la industria para eso supone que cada año se editan unas 400 novelas de ese tipo, tanto de autores patrios como extranjeros. Por muchos lectores que gusten de ese tipo de novela se antojan demasiadas. Cierto que cubren el hueco de tener que leer Historia para muchas personas, pero no todo lo que cuentan es verdad. En la mayoría de los casos son novelas sin más que se incrustan en cierta época para tener su hueco. Especialmente sangrantes son todas esas novelas “Lo que sea de Auschwitz”, “Lo que sea de nazis” o “Lo que sea de la Guerra Civil”. Ni historia, ni nada se puede encontrar ahí.
El historiador francés del siglo XIX Fustel de Coulanges afirmaba que la Historia debía pasar de ser mera descripción de hechos y personalidades para pasar a ser historia del alma de una época. Esto, que debería ser el corazón de cualquier novela histórica, no se suele cumplir en la mayoría de esas 400 novelas. Son, en su mayoría, proyecciones de prejuicios del autor o de la actualidad que se tratan en una atmósfera diferente. En el mejor de los casos son una réplica de Jane Austen o de Alejandro Dumas. No hay una búsqueda real del alma de época, primero, porque llevaría a cualquier escritor a estudiar demasiado y con profundidad (algunos lo hacen); segundo, escribir pensando en algo lejano a cada cual conlleva una habilidad literaria de la que muchos escritores carecen. ¿Qué sucede? Que el 80% de las novelas históricas que se publican son muy mediocres o repetitivas.
Esto mismo, aunque sin la necesidad de estudiar demasiado, ocurre con la novela negra. Se publican más que las históricas y en su mayorías o son aburridas, o son la continuación de una serie que se abrió hace años. Los de la serie es un clásico del género. Agatha Christie o Georges Simenon vendieron millones de libros con esa técnica y con bastante calidad. El problema es que hoy no hay herederos de aquellos. Ocurre, la falta de herederos, con los supuestos westerns que son la cosa más horrible de estos tiempos literarios. Hay autores con calidad y serie bajo el brazo, y hay autores sin calidad y que ya resultan cansinos. El problema son los imitadores de aquellos que han tenido cierto éxito cuyas narraciones son, en muchos casos, bastante mejorables. Se suceden las novelas de pasar decenas de capítulos de desarrollo y despiste para terminar la novela deprisa y corriendo sin entender qué ha pasado.
Y lo dicho para la novela negra sirve para los thrillers en sus diversas variantes. Existen autores muy buenos, con inteligencia, con imaginación para llevar la trama y otros que piensan que por tener algún tipo de conspiración o miedo psicológico como argumento principal ya vale. Otras quinientas al año editadas que no se sabe si engancharán a alguien o no. Y de todo ello tienen culpa los editores que publican o compran derechos en el extranjero casi cualquier cosa por tener en el catálogo algo de esos géneros.
Si ya hay pocas novelas, en el sentido clásico del término —otro día se podría hablar del abuso de la pseudobiografía y el exceso de autores hispanoamericanos—, ahora casi es imposible encontrar una novedad que resulte medio entretenida o asombrosa. Algo que le viene muy bien a las editoriales medianas y pequeñas que se dedican a la recuperación de “clásicos” y descatalogados.
Tenemos, pues, un mercado editorial lleno de novelas históricas sin alma (y con errores históricos en muchos casos); policías que ya aburren; y tramas conspirativas que no superan a la realidad como mayor oferta literaria. Salvo la novela romántica, lo extraño es que se sigan vendiendo libros. Porque la primera vez que te engañan es culpa de la publicidad o lo que te dice un amigo, la segunda es tuya sin posibilidad de excusa. Solo cabe pedir que las novelas históricas sean realmente históricas; que las novelas negras sean inteligentes; y que los thrillers estén más trabajados. ¡Ah! Y que los editores hagan su trabajo, que hay hasta faltas de ortografía en textos que cuestan más de 20 euros.