Por todo el mundo las personas de bien rezan por la salud del papa Francisco. Cardenales, obispos, curas o diáconos hacen plegarias por el mejoramiento de esa neumonía bilateral que le tiene postrado en una cama del Hospital Gemelli. Por todo el mundo menos en España, parece ser. En la piel de toro parece que hay una gran mayoría de personas que quieren que la diñe cuanto antes para que venga otro que, supuestamente, les guste más. Como les gustaba Juan Pablo II o Benedicto XVI, aunque jamás hayan seguido el magisterio de esos pontífices, ni les hayan leído, ni les hayan prestado atención más que es sus mundanidades particulares.
Les hicieron suyos, y por tanto no de los demás católicos, porque sus propias miserias ideológicas se superponían a la santa doctrina católica. Francisco I no ha sido como los anteriores y ha apostado por una Iglesia más de campaña, más de misión, más sinodal, tal y como dijeron los padres del Concilio Vaticano II. Salvo en cuestiones como pasear a la Pachamama en las eucaristías o la bendición de parejas homosexuales, en el resto el pontífice no se ha desviado del Magisterio. Claro que, muchos de los que quieren que vaya a reunirse cuanto antes con el Padre, tampoco es que estén de acuerdo con el Magisterio. Les gusta más lo trentino o algo parecido.
Como Francisco ha limitado las misas en latín, ya tiene a una caterva de latineros pidiendo que se le haga dejar el trono de san Pedro. Lo curioso es que todos estos defensores del orden antiguo no reconocerían que el orden más antiguo celebraba la misa en la lengua propia de las comunidades de cada lugar. Los helenos en griego, los judíos en hebreo, los romanos en latín y los íberos en lo que hablasen (algo muy similar al vasco y al catúa), lo del latín fue una imposición posterior, como lo fue volver al idioma de cada país y celebrar mirando a la asamblea no ad orientem.
También le reprochan que haya hablado de cuestiones ecológicas o de la preferencia por los pobres. Eso es wokismo. El mismo wokismo que Pablo VI, Juan Pablo II o Benedicto XVI ejercieron en sus mandatos. ¡Ah! ¿Que no han leído los textos pontificios sobre el peligro ecológico, las críticas a los excesos del capitalismo o la deriva mundanizante del liberalismo de esos pontífices? Aún están a tiempo.
Francisco, seguramente, no es el romano pontífice que más simpatías puede haber despertado entre la feligresía europea. No es que se haya comportado nada bien con quienes fueran los secretarios particulares del papa Ratzinger. A monseñor Georg Gänswein le ha tenido silenciado de todos los modos posibles hasta que le ha mandado a Lituania, Letonia y Estonia como nuncio apostólico. A ver si hay suerte y Vladimir Putin la lía por allí… A monseñor Alfred Xuereb le utilizó para tapar marrones y cuando se cansó de él, a Corea y Mongolia que le mandó de nuncio. Como ya no le servía allí, por a saber qué pensamiento, para Marruecos como nuncio. Normalmente si se cambiaban los secretarios, algo normal y humano, se les daba una salida honorable. El pontífice actual ha gastado muy mala leche.
Es posible que el Espíritu Santo se equivocase durante el último cónclave, pero de ahí al sedevacantismo de muchísimos católicos, y entre ellos muchísimos curas, es de una locura y falta de misericordia increíble. “Este no es mi papa” ha afirmado alguno que otro en redes sociales. ¿Cómo? Él es Pedro y si se es católico eso se acepta sin rechistar. Criticar las debilidades humanas, sin duda, pero rechazar al pontífice porque no encaja con la propia ideología, es algo más cercano a la herejía que a la aceptación del catolicismo con todo el paquete. Algunos parece que son más de su ideología que de Cristo, algo que ya denunciaba el papa Ratzinger en esos textos que parece que nadie ha leído.
Trumpistas dentro del catolicismo se podría decir. Gentes que se aprovechan de la cierta incultura de la mayoría en cuestiones teológicas para torcer las palabras de cualquiera de los doctores de la Iglesia, especialmente lo hacen con santo Tomás —¿han leído todos los volúmenes de la Summa Theologica? Seguramente no—. Ni Von Balthasar, ni Henri de Lubac, ni Angelo Scola, ni ningún teólogo más moderno es citado por estas personas —Leonardo Boff o Hans Küng es evidente que no— y todo lo que aportan huele a evangelismo y protestantismo que apesta. Con suerte aparece un G. K. Chesterton, que no era teólogo aunque sí buen escritor, o un C. S. Lewis —cabe recordar que es anglicano y no católico—. Todo lo que intentan aportar no es más que ideología y cosas externas al magisterio y la doctrina. Lo que los delata, empero, es la carencia total de caridad y misericordia, no solo con la enfermedad del pontífice sino con cualquier otro ser humano.