Acabo de conocer el fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba. Desde estas líneas mi reconocimiento a su labor y mi apoyo, cariño y solidaridad para su familia.
Le conocí a través de mi amigo Enrique Curiel en 1990 y a partir de aquel instante nuestra conexión fue habitual, aunque no siempre coincidiendo en la dirección que cada uno seguía. Los tres pertenecíamos a la vieja guardia de la política, por eso hoy me siento más huérfano.
Pero quizás el instante más intenso de nuestra larga historia se desarrolló hace nada menos que 20 años, el 20 de Septiembre de 1.999, cuando se produjo un encuentro, una reunión histórica en el caserío que el entonces dirigente de la izquierda abertzale Patxi Zabaleta tenía en un bello pueblo de la montaña de Navarra, Leitza.
Por primera vez dirigentes del PSOE y de Herri Batasuna al máximo nivel, se situaron durante seis horas frente a frente en lo que fue una comida llena de debate político, de intercambio de opiniones, pero también cordial, entrañable, en la que se fraguó lo que durante años y años fue una vía de comunicación eficaz.
Allí frente a la suculenta comida preparada por Koro, la compañera de Patxi, una inmensa mujer llena de humanidad, Pernando Barrena, Joseba Permach, Santi Kiroga y Patxi Zabaleta por una parte y Alfredo Pérez Rubalcaba, Enrique Curiel y yo mismo por la otra participamos en el inicio de una manera de comprenderse entre muy diferentes, de tender puentes de comunicación, de diálogo, de intercambio de información.
La preparación fue laboriosa, compleja, hace tiempo día hablando con Carmen Sánchez Muro, otra gran mujer, la viuda de Enrique Curiel me ofrecía la posibilidad de aportarme toda la inmensa documentación que había recopilado durante 25 años de diálogo, contactos, con el mundo de Batasuna, una larga historia de la que soy con él protagonista activo, para intentar escribir un libro sobre lo que supuso ésa actividad en el devenir de un largo y curvo proceso de paz. Siempre con la larga sombra de Alfredo sobre nosotros.
Aquél día, en aquella comida sentí que esas personas participantes volvieron a sus lugares de origen conociendo mejor el conflicto, conociéndose mejor, crenado un vínculo personal lo que favoreció la posibilidad de explorar esa vía abierta. A partir de ese día la comunicación entre el PSOE y la Izquierda Abertzale sería cada instante mejor.
Y así fue, primero a través de Patxi Zabaleta con el que ya llevábamos Enrique y yo diez años de contactos, desde 1989 en aquellas comidas en Casa Antonio de la localidad soriana de Almazán. Siempre con la supervisión de Rubalcaba y después con Pernando Barrena cuando el primero fundó Aralar.
Discretamente, secretamente, las reuniones, los intercambios de pareceres se mantuvieron hasta la muerte de Curiel. A él le informábamos, de él recibíamos instrucciones y él reportaba a Rubalcaba, el hombre mejor informado sobre este tema del estado.
Veinticinco años de innumerables anécdotas que dan para ese libro pendiente que algún día escribiré a través de mi memoria y de la documentación de Enrique, que siendo como era especialmente meticuloso seguro que cubrirá mis lagunas con fechas especialmente.
Pero en aquella comida, en esas seis densas horas nació lo que él denominaba el “espíritu de Leitza”. Un espíritu que ahora más que nunca debemos recordar a la hora de afrontar los retos pendientes, para culminar un proceso de paz al que le falta las nuevas medidas a tomar con los presos y abrir vías de comunicación y reconciliación.
Un espíritu que quiero recordar a mi compañero Secretario General y Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para que tenga conocimiento de una parte de la historia, aquellas sensaciones vividas y entienda que debe ser audaz como lo fue Zapatero a la hora de enfrentarse a este reto.
El futuro aquí y allí, en España, Catalunya o Navarra y Euskadi pasa por el diálogo y el acuerdo entre las izquierdas transversales, incluso para montar gobiernos de progreso.
Sigo recordando que se necesita una labor pedagógica, especialmente en el resto del estado, esa idea salió en aquella comida, Rubalcaba la sacó en varias ocasiones: “tenéis que entender, les decía, que el PSOE es un partido que compite con la derecha en todo el estado y que cualquier movimiento aquí repercute electoralmente en Sevilla, Valencia, Burgos o Zaragoza”.
Quizás nunca debimos ocultar aquella comida de Leitza, quizás así durante estos 20 años hubiéramos sido capaces de ir convenciendo a la ciudadanía española de que el diálogo es el camino, de que ya sin ETA no existen motivos para la dispersión o para que no exista una igualdad en cuanto a normas penitenciarias.
Aquello fue un secreto de estado, pero hoy ya sin la presión de ETA es necesario que salga a luz sin tapujos. Con Bildu, antes con Batasuna, EH, HB, con la izquierda Abertzale llevamos 30 años de comunicación y diálogo, lo sabía Rubalcaba, la sabía Borrell, Almunia, Zapatero y especialmente Felipe González y ahora debe saberlo Pedro Sánchez. Ellos eran nuestros jefes a lo largo del camino que toca culminar en este momento histórico.
Rubalcaba era una de las personas que más sabía sobre estos temas y probablemente uno de los que más hizo a su manera para conseguir la paz. Hoy cuando ya nos falta quiero reconocerlo y recordarlo. Pero sinceramente no como esos recordatorios prefabricados tan de moda cuando fallece alguien.
Aún con su recuerdo y quizás en su nombre, acabo también con un llamamiento: hagamos posible un cambio de actitud. Recuperemos aquel “espíritu de Leitza” en honor de Rubalcaba y Curiel y después valoremos y reconozcamos el trabajo y esfuerzo de ambos.