Quien fue nombrado por un programa de Radio Sevilla como “el niño más listo de Sevilla” no podía imaginar que llegaría a ser vicepresidente del Gobierno de España y uno de los personajes más odiados y amados a la vez del panorama político español. El “canijo”, como así le llamaban sus amigos, es un hombre hecho a sí mismo, de esos que tanto gustan a los analistas calvinistas. Logró estudiar en la Universidad gracias a becas y sacándose con esfuerzo y trabajo la carrera de Perito Industrial (o Ingeniero Técnico Industrial, como luego se catalogó). Una vez obtenida se pudo dedicar, gracias a que daba clases, a su verdadera pasión, el estudio de Filosofía y Letras. En especial la rama más literaria y que le llenaba (y llena) de profunda satisfacción.
Ese joven que salía de la miseria del franquismo en Sevilla se acercó al PSOE en una época en que nadie pensaba en el propio partido ni como oposición al franquismo, ni como salida natural en una futura democracia en España. Pero Alfonso Guerra, tan peculiar como era y es, se acercó al socialismo por dos motivos principales. El primero porque, leyendo a su amado Antonio Machado (siempre Machado en su memoria) le atrajo la figura de Pablo Iglesias, a quien el escritor había dedicado uno de sus poemas. Y en segundo lugar porque en el PCE existían libros prohibidos y pautas culturales definidas desde el Comité Central. Y esto a Alfonso le parecía una salvajada. Él que tanto ama la cultura no podía estar donde se prohíben lecturas y formas culturales.
En 1962 comienza junto a Alfonso Fernández Malo a recomponer las Juventudes Socialistas de Andalucía y poco a poco van contactando con otros jóvenes que se suman al proyecto socialista. Por ejemplo, a Carmen Romero, que se casaría con Felipe González, la captó Guerra en su grupo de Teatro. Así se iría creando el grupo de jóvenes sevillanos que darían lugar a la famosa foto de la tortilla. Un grupo que crecía y se extendía por Andalucía pero que no contaba con el respaldo total, siempre el miedo a los infiltrados de los socialistas del exilio, de Rodolfo Llopis. Por eso hasta finales de los años 1960s Guerra y González no comienzan a visitar los cursos de verano del PSOE en Francia. Y cuando acudieron causaron impacto.
Aunque el impacto inicial entre Guerra y González no fue tan “mítico” como se ha contado. Alfonso no confiaba mucho en Felipe cuando se conocieron. Provenía de las HOAC y de la democracia cristiana de Giménez Fernández y eso al “purista” Guerra le mosqueaba. Sin embargo, tenía coche y eso para un grupo subversivo, o al menos lo pretendían, era fundamental para trasladar pasquines y demás. Así por una casualidad el tándem González-Guerra comenzaba a funcionar.
Una vez fueron “considerados” por la ejecutiva del exterior, acudieron al XI Congreso del PSOE en el exilio (24° Congreso ordinario) en 1970 como delegados por Sevilla. González causó impacto al enfrentarse a Llopis y reclamar que parte de la Ejecutiva pasase al interior de España. Guerra también tuvo su cuota de gloria al defender las ponencias del interior con éxito y radicalismo. Tenían que mostrar una clara diferencia con unas personas que, por culpa de vivir en el exilio, habían perdido la capacidad de análisis de lo que realmente pasaba en España. De esta forma entró Guerra en la Ejecutiva del PSOE.
En 1972 había que convocar nuevo Congreso y Llopis se negaba porque sabía que, las tesis del interior, le acabarían apartando de la secretaría general. Poco antes, Alfonso Guerra había publicado en El Socialista una crítica feroz al exterior, como así lo entendieron, que acabó por encender la mecha. El famoso artículo en el mundo socialista “Los enfoques de la praxis” sirvió, en cierto modo de excusa para que los jóvenes del interior convocasen el XII Congreso en el exilio (25° Ordinario) donde salió un PSOE con una ejecutiva colegiada, y Guerra en ella. No sería hasta que, después de la labor de Pablo Castellano y Francisco López Real aseguraron que la Internacional Socialista les diese la razón a los jóvenes, se convocó el XII Congreso en el exilio (26° Ordinario) en 1974, en Suresnes. De ahí salió González como primer secretario y Guerra como secretario de Prensa.
Alfonso Guerra se encontraba en su salsa. Metido en el mundo interno del partido para recomponerlo y hacer labor de zapa. Desde ese momento, se dedicó en cuerpo y alma a recomponer el PSOE en Andalucía para, en el siguiente Congreso (donde fue elegido secretario de Organización) hacerse con el control del PSOE. Control que no dejó hasta 1997.
Muchas de las acciones que ahora se ejecutan en el PSOE fueron inventadas por Guerra, con nueva tecnología, pero ideadas por él para que el partido fuese una máquina de demolición electoral. Dirigió con gran acierto las campañas electorales de la transición poniendo al PSOE, para sorpresa de propios y extraños, por delante de un PCE que parecía que se iba a comer al mundo. Guerra y González supieron contactar mejor con la ciudadanía, entre otras cosas, porque el PSOE no parecía el geriátrico de Moscú del PCE. Y así llegaron a la creación de la Constitución.
El papel de Guerra en la Constitución y su lengua viperina
Dicen que la Constitución tuvo ocho padres, lo cual es una falsedad. Tuvo ocho ponentes hasta que los 350 diputados enmendaron el texto de la ponencia. Pero realmente el papel que jugaron tampoco es que fuese de enorme importancia. Les ha valido para ganarse lisonjas y buenas retribuciones. Sin embargo, el papel de Guerra para que tuviese España una Constitución fue más importante de lo que se suele comentar. Fue su determinación, ante el intento de la derecha de hacer una Constitución conservadora y que perpetuasen muchas instituciones sociales franquistas, la que sirvió para comenzar eso que se llamó el consenso. Se había probado en Los Pactos de la Moncloa pero realmente la salida extemporánea de Guerra de la ponencia constitucional diciendo “Nos vamos. ¡Están haciendo la Constitución más retrógrada de Europa!”, sirvió de acicate para que Adolfo Suárez entendiese que o contaban con todos o no había nada que hacer.
En ese momento Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell comenzaron a reunirse, hasta altas horas de la madrugada, en restaurantes como Miguel Ángel, en despachos de amigos, en hoteles para ir consensuando la Constitución. No es que la hiciesen ellos dos, evidentemente, pero fueron ellos los que crearon el “verdadero” consenso o el sacrosanto consenso. Mientras González se dedicaba a lo público, a lo mediático, Guerra trabajaba a destajo en lo interior. Lo mismo le pasaría en sus años en el Gobierno, donde haría mucha labor oscura y de zapa. ¿Alguien se lo ha reconocido, aunque sea dentro del PSOE? No.
También por esta época se ganó, con total merecimiento, su fama de “malo”. En la actualidad algunos partidos intentan seguir el ejemplo del dúo González-Guerra, del bueno y del malo, pero no lo consiguen. Ni tienen la capacidad de ellos en muchos aspectos, ni tienen la capacidad irónica y vitriólica, bañada con gran inteligencia, de Guerra. Da pena ver a gente como Rafael Hernando que ni tienen gracia, ni capacidad. Y eso que las cosas que soltaba Guerra serían causa de escándalo en la actualidad. Porque se ha perdido la gracia en la política y cualquier estupidez se utiliza para atacar al adversario. Que si una coca cola, que si un tuit. El nivel ha bajado mucho.
Entre las cosas que decía Guerra por aquellos años cabe recordar que: a Adolfo Suárez le dijo: “Suárez es un hombre muy hábil, que siempre está con su chistera y su bombín, del que saca rápidamente el conejo de la suerte cada vez que lo necesita. Tiene como objetivo claro solamente uno: mantenerse a toda costa en La Moncloa, residencia que regenta como una güisquería”; “Suárez es un tahúr del Mississippi con chaleco floreado, amigo de recurrir al pinochetismo y a los golpes de Estado parlamentarios”; “Suárez es un perfecto inculto procedente de las cloacas del fascismo”; o “Adolfo Suárez salió de las cloacas del fascismo y se dejó caer en manos de Carrillo para conseguir el carnet de demócrata. Ahora resulta que es incluso monárquico”. A los ministros de UCD tampoco les dejaba fuera del chispazo “Calvo Sotelo es tan poco honrado como su partido”; “Calvo Sotelo es un hombre tan soso que su papel más útil sería el de marmolillo en una calle peatonal”; “El vicepresidente Abril Martorell es un toro que dice muuu antes de empezar a hablar, y en cuanto a formación jurídica, es un patán con algo de dislexia en una parte del cerebro”; “El ministro Pérez Llorca es un ciclotímico depresivo y respecto al ministro de Cultura, el ciervo de Ricardo es un anunciante de fascículos por televisión”; “Rodríguez Sahagún es un brigada chusquero al que cortan el pelo con el casco puesto”; o “Josep Meliá es un consumidor de piensos compuestos Sanders”.
Y esa lengua viperina no la perdió cuando entró a formar parte en el Gobierno: “Carlos Garaicoechea es un vendedor de corbatas”; “Fraga es una especie de Atila que anda por ahí aplastando la hierba por los pueblos que visita”; “Xavier Arzallus ha olvidado los buenos modales que utilizaba cuando arrastraba los faldones por la sacristía”; “Gerardo Iglesias a partir de las seis de la tarde ya no articula bien las palabras”; “Anguita quiere gobernar España como lo hizo Stalin en la URSS”; “El PP está integrado por jóvenes joseantonianos trufados con alguna monja alférez”; o, casi el mejor de todos, “Hernández Mancha no merece ni tan siquiera una crítica mordaz, porque no hay donde golpear”.
Era la época en la que en los mítines del PSOE se escuchaba “¡Alfonso dales caña!”. Se construyó esa imagen de tipo malvado con los oponentes del PSOE, cuando la realidad ha demostrado que su amistad con Abril Martorell o Suárez fueron profundas y sinceras. Lo curioso es que él mismo rechazaba esa imagen que tanto hacía por mostrar: “Siempre lo hago igual, busco la cuestión gráfica-plástica, que es un poco exagerada, pero comunica tan bien lo que se quiere decir que yo sacrifico la exageración que pueda haber, en beneficio de la eficacia de la comunicación” pero negaba que aceptase el papel de malo del dúo. En una entrevista manifestó que “como esto funciona vamos a dejarlo correr. No nos vamos a pelear ¡Qué le vamos a hacer! No es así pero, en fin ¡qué le vamos a hacer!”. Aceptaba con total normalidad ese papel.
Control, siempre control
Una de las características de Alfonso Guerra era el control que ejercía sobre lo que pasaba tanto en el partido como en el Gobierno. No es que decidiese todo lo que ocurría, que en el partido estaba muy cerca de ello, sino que sabía perfectamente lo que estaba pasando en cada lugar del gobierno y el partido. Más de una vez a algún dirigente del PSOE le ha sorprendido cuando Guerra preguntaba ingenuamente y con mala leche: “Oye ¿qué hacías tú con fulanito en tal sitio?”. El cuestionado se asombraba y, a veces, acojonaba. Tanto era el control que ejercía que algunos periodistas le calificaron de Gran Hermano socialista. Aunque, se equivocaban, porque él sí podía controlar el partido, pero la doctrina del PSOE la emanaba Felipe González. El giro a la derecha de González y la ruptura con los sindicatos no sentó bien a Guerra, aunque con disciplina lo aceptó e hizo todo lo posible por el bien del gobierno. Pero controlaba y mandaba.
Cuentan siempre la anécdota de lo que le sucedió con José “Pepote” Rodríguez de la Borbolla. A fin de llevarse bien con Guerra, ya que tenía su cuello entre ceja y ceja, Pepote le preguntó a Alfonso: “¿Qué hay que hacer para merecer tu confianza?”. Guerra le respondió: “Situarse de este lado de la raya”. “¿Dónde está la raya?”, inquirió el secretario andaluz. “La raya se mueve”, replicó el vicepresidente. “¿Y cómo sabemos hacia dónde?”, preguntó con cierta inquietud De la Borbolla. “Eso lo voy decidiendo yo en cada momento”, concluyó Guerra.
Dentro del PSOE Guerra aplicaba la máxima de la fidelitas medieval. Aquellos que le rendían tributo, mediante diferentes trabajos, tenían oportunidades para entrar en las listas, los gobiernos o los cargos intermedios. Quien se oponía a él debía iniciar su andadura por el desierto socialista. Pero se enfrentó, en un momento dado, a González y ahí se acabó la santísima dualidad como los calificaba Ernest Lluch.
La separación de González y la venganza contra los barones
Llevaban tiempo sin estar bien uno con el otro. Los rumores que le llegaban a González sobre las cosas que hacía Guerra en el partido le molestaban, pero como él estaba a otras cosas, le dejaba hacer ya que le era cómodo. Pero la relación comenzó a dañarse cuando Alfonso Guerra manifestó al periódico italiano Il Messagero: “Yo soy el cocinero que prepara los platos. Y es González el que los adereza y los presenta a los comensales”. Le sonaron al, entonces, presidente del Gobierno a cuerno quemados las declaraciones. Y decidió comenzar a escuchar más a otros dirigentes que se quejaban de Guerra.
Pero el gran punto de discordia fue el “caso Juan Guerra”. Eso dividió al partido. Realmente luego no fue condenado por nada el “hermano”, pero la falta de apoyo y que le pidiesen que dejase la vicepresidencia del gobierno fue demasiado para Guerra. Lo vivió como una afrenta personal y política. Lo personal no se lo ha perdonado nunca y desde que dejaron de compartir ejecutiva, González y Guerra no se han vuelto a dirigir la palabra. Ni cuando han coincidido en actos juntos. Casi ni mirarse.
Si lo personal dolió, lo político también. Pensaba Alfonso que al irse él del Gobierno era dejar paso a todos los neoliberales que pululaban alrededor de González. Y en cierto modo así fue. Con una crisis galopante, el gobierno sin Guerra viró hacia la derecha más de lo que lo había hecho. Eso sí, no dejó de implicarse en la defensa del PSOE en todas y cada una de sus apariciones, pero siempre iba dejando alguna puya. Desde la Fundación Sistema, y las distintas revistas que editaban, siempre atacaba, por persona interpuesta, al Gobierno del PSOE.
Y se llegaba al Congreso donde González se despediría y acabó con Guerra fuera de la Ejecutiva. Su tiempo en el PSOE, como aparato, se acababa pero aún le quedaría una bala que gastar. La renovación se había hecho con el control del PSOE, Almunia era el dirigente máximo, convocaron unas primarias, las ganó Borrell (miembro originario del clan de Chamartín que ahora se vende como de izquierdas), le echaron de malas formas, hubo una muy mala campaña electoral (con el cambio de la rosa por algo que parecía más una coliflor), la primera que no dirigía Guerra y Almunia se marchó. Tocaba Congreso Ordinario y se aprovechó para hacer una especie de primarias congresuales.
Casi toda la derecha antigua del PSOE se posicionó con José Bono. Quien tiempo ha fuese “guerrista de pro” y le abandonase para unirse a las huestes de la renovación. Felipe González apostó por el dirigente manchego y eso dio la oportunidad a Guerra de vengarse. El guerrismo pedía una última batalla y Guerra aceptó darla presentando a Matilde Fernández. No contaban con que los cuadros más jóvenes se posicionarían con José Luis Rodríguez Zapatero y sabían que Rosa Díez no sacaría casi ni delegados. A día de hoy, queda gente en el PSOE que se pregunta ¿quién pudo apoyar a Díez en el PSOE?
Bono llegaba como claro aspirante a ganar. La cuenta de delegados le daba la victoria. Pero Guerra tenía otros planes. Reunió a toda la cúpula del guerrismo y les dijo claramente que había que contar cuántos delegados se prestarían a Rodríguez para ganar a Bono. Era una decisión complicada, pero en el guerrismo a algunos la baba les caía por la comisura de los labios pensando en la “dulce venganza”. Dicho y hecho. Ganó quién quiso Guerra. Había consumado su última venganza contra la renovación. A cambio, Rodríguez le dejaría hacer y le pediría consejo de vez en cuando.
La dedicación por el proyecto y la historia del socialismo y el PSOE
Siempre fue Guerra un romántico. Su pasión por Julián Besteiro le llevó a dar su primer mitin político en Carmona, al lado de la cárcel donde falleció el dirigente socialista. Era Guerra, sin lugar a dudas, un populista, el “defensor de los descamisados”, pero ese posicionamiento más la izquierda de Felipe González servía para concentrar en el PSOE a distintas formas de pensar el socialismo. Más allá de él estaba el abismo como afirmó en más de una ocasión, lo demás era “iluminismo vanguardista”. Porque para Guerra ser de izquierdas se relaciona con la propia actuación: “Porque izquierda no es el que más grita ni el que más fuerte establece unas consignas revolucionarias, ni el que más alto levanta el puño. Izquierda es el que más coherentemente se comporta con una determinada ideología. Y el comportamiento es para mí más importante que la etiqueta. Las etiquetas están gastadas. Yo conozco gente con la etiqueta de izquierda que no lo son en absoluto”.
Cierto que en Guerra había mucho de estética, aunque le ha costado reconocerlo en más de una ocasión, no se puede despreciar el esfuerzo por mantener viva la historia del partido más antiguo de España. Con la creación de la Fundación Pablo Iglesias, en la que participaron Bustelo o Gómez Llorente, Guerra pretendía recuperar la historia del PSOE para las generaciones venideras. Las gentes que allí trabajaron hicieron un esfuerzo ingente por archivar y catalogar toda documentación que sobre el PSOE les iba llegando. Hasta Alfonso marchó a Moscú para recuperar parte de los archivos del PSOE que se habían llevado las fuerzas soviéticas después al concluir la Guerra Civil. Nunca lo vieron como una fundación para presentar ideas, sino de memoria. Memoria del exilio, de los represaliados, de la historia del PSOE en España. Algo que partió, en parte, de las veces que cuando Guerra y otros dirigentes del PSOE visitaban alguna localidad o pueblo perdido, los socialistas más mayores le entregaban banderas, carnets de militancia, un libro o cualquier otra reliquia que habían guardado (en un altillo, dentro de un colchón o vaya usted a saber dónde), a costa de su propia integridad física. Guerra, que tan poco dado es a las emociones públicas, ha reconocido que se le caían las lágrimas con estas cosas en más de una ocasión.
También tuvo un papel único dentro del PSOE promoviendo el debate ideológico con vistas a poder aportar soluciones de futuro. Los Encuentros de Jávea, los seminarios de la Fundación Sistema, las revistas científicas (Sistema, Cuadernos de Alzate, Leviatán), eran un ingente esfuerzo y trabajo que no se ha reconocido lo suficiente. Incluso el “fracasado” Programa 2000 supuso un esfuerzo en recursos humanos que, por desgracia, quedó dilapidado por la renovación. Aunque, bien visto, han estado viviendo de él muchos gobiernos socialistas posteriores. Incluso, en el programa de Sánchez se ven todavía propuestas de aquel tiempo.
Podía haber hecho como la gran mayoría de los políticos y políticas y haberse ido a algún Consejo de Administración (como Borrell, por ejemplo), pero entendió que tenía una misión histórica, autoimpuesta obviamente, con el PSOE y el mantenimiento de sus esencias. Y a eso ha estado dedicándose todos estos años hasta que le han echado cual vil rata. Haberse posicionado con Susana Díaz ha provocado que el sanchismo, con los ojos hinchados en sangre, le haya quitado lo que él más apreciaba. Ahora le insultan, le vilipendian lo suyos propios. Todo el trabajo que ha hecho por el PSOE no se lo van a reconocer, salvo que fallezca (que a estas cosas se apuntan hasta los traidores). Los insultos los ha tenido siempre, aunque no desde las bases que siempre le tuvieron en gran estima, pero lo que más le habrá dolido es echarle de su gran obra de memoria del socialismo.
Guerra acabó siendo un sincero amigo de muchos a los que combatió con fiereza. Acudió a ver a su amigo Adolfo Suárez hasta cuando ya ni le reconocía, ni sabía quién era, hasta pocos días antes de fallecer. Con Abril Martorell se preocupó hasta de buscarle un trabajo cuando todo el mundo le trataba como un apestado y estuvo con él hasta el final de sus días. Ahora, los suyos propios le apedrean en las redes sociales y la dirigencia le criminaliza al señalarle con el dedo. Es verdad que su gemelo González, en esta historia política, está peor considerado, pero Guerra se ha batido el cobre de verdad. Es más, algunos de los mecanismos y diseños de campaña electoral siguen siendo los mismos que él dispuso hace más de treinta años.
Bajo la mano de hierro de Guerra, el PSOE era una máquina electoral en cada lugar de España que se presentaba y había debate sin perseguir al discrepante (a partir de 1986 más bien). Ahora, es lo que es. Un sindiós. Le llorarán cuando ya no esté y le darán el homenaje que debían haberle dado en vida. Ahora es un apestado para la mayoría de la militancia del PSOE. En especial de aquellos que le intentan imitar sin llegarle a la suela de los zapatos, ni por inteligencia, ni por capacidad de trabajo, ni por control. Alfonso Guerra está ya en los libros de historia de España y del PSOE, los que vienen igual ocuparán algún pie de página. Eso sí, lleva sin hablarse con quien fuese su amigo de luchas antifranquistas veinte años. Ni mirarse. Cosas de la política.