Conocí Almería de un modo extraño, poco habitual. Descubrí Almería de un modo extraño y poco habitual. Acababa de cumplir los veintiséis años y acababa también de aprobar una oposición. Cuando me dijeron que había superado el último examen llené una bolsa con lo imprescindible y me fui a la estación de Atocha.
-Un billete para el primer tren.
Creo recordar la incredulidad del hombre que estaba en la taquilla, pero quizá ya sea sólo mi imaginación.
Aunque en mi imaginación, con la que reconstruyo lo poco que ha quedado en mi memoria, sería así:
-¿Hacia donde va el primer tren que va a salir?
-A Almería -respondió el hombre emboscado tras el cristal.
Almería. Me pareció bien. Era cerca de medianoche y me subí al tren.
Por la mañana estaba allí; aquí. La ciudad tenía un ambiente absolutamente diferente al de Madrid. No conocía a nadie. Anduve. Sin rumbo. Hice fotos (siempre las he hecho). De algún modo llegué a la estación de autobuses y volví a comprar un billete para el primero que saliera. Me llevó a Mojacar.
¿Y luego?
Luego fui bordeando el mediterráneo, el corredor mediterráneo, pero siempre empujado por el viento, por el azar, siempre pidiendo un billete para lo primero que fuera a salir. En Barcelona iba a subirme a un barco, pero al contactar con mi familia me dijeron que tenía que regresar a Madrid para firmar la toma de posesión. Esta vez sí que dije en el aeropuerto, lo compré allí, que quería un billete para Madrid. No pude pedir ya plaza para el primer avión que fuera a salir.
Así de que de algún modo, mágico: porque yo creo en la magia, me llamó una vez Almería cuando tenía veintiséis años. Me hizo ir allí; aquí.
Como es natural he estado allí, aquí, muchas veces, la gran escritora de mi pequeña editorial, Mar Cassinello, es de allí, aquí, y tiene casa en San José. El más valiente de mis amigos del colegio, Jesús Ros Urigüen, pasa varios meses cada año en Las Negras y sus puertas nunca están cerradas para mí. El Marqués de Salamanca, protagonista de la novela El hombre que inventó Madrid publicada hace doce meses. fue juez de instrucción en Vera… y yo fui él -en la imaginación y en el corazón- mientras escribía la obra; y con él, con José de Salamanca y Mayol y en el siglo XIX, estuve allí; aquí.
Y ahora Almería me vuelve a llamar. Y para ello utiliza al «hombre de palabra» -se lo he llamado tantas veces que ya empieza a ser un sobrenombre- que me dice que mi más amado periódico, para el que estoy dictando estas palabras y en el que comencé a escribir aún antes de los veintiséis años, Diario16, va a abrir redacción en Almería y me quiere -le hace ilusión, me dice- que yo esté con él el día de la presentación, allí; aquí.
No puedo decir que no a Manuel Domínguez Moreno, mi amigo, el hombre de palabra. Así que digo sí. Y mientras lo digo pienso en que cómo ha debido crecer y cambiar Almería desde que la conocí. Ahora es una perla que brilla en Europa y en el corredor mediterráneo con luz propia. Los mejores -pienso en mi escritor francés predilecto: Michel Houellebecq- la eligen para vivir, escaparse en busca de sí mismos, para crear o escribir.
Ha crecido, pero no se ha vulgarizado. Quizá porque la clase natural jamás puede ser vulgar. Me gusta -la oposición de la que hablaba al principio era para economistas- que aún sea tan importante allí la Caja, Cajamar se llama ahora, y que no se haya plegado a trocar su nombre «abancándolo» como se ha hecho en otros lugares. La Caja es literatura y amistad y complicidad, porque una Caja -me encantan, se me nota, lo sé- está siempre cerca de ti. Sabe como te llamas y que puedes tener un mal día o diez o mil.
Supongo que también se está volviendo inevitablemente moderna: el aeropuerto, los planes para implantar la alta velocidad del ferrocarril, el puerto… pero también tengo la seguridad, la certeza absoluta, de que mantiene su esencia. Que es un lugar mágico y diferente y lleno de poder. Un lugar que me llamó, con una suerte de brujería, cuando tenía veintiséis años, y que hoy me vuelve a llamar. ¿Qué otra cosa puede hacer ante tan portentosa generosidad un humilde escritor excepto decir sí?
¿Almería? Sí.