Estos días se ha celebrado en las Cortes el acto de conmemoración de los 40 años de la celebración de las primeras elecciones democráticas en junio de 1977, la primera vez que se convocaba a los españoles a que eligieran a sus representantes desde el 16 de febrero de 1936, fecha en que el Frente Popular ganó los comicios a la coalición de derechas CEDA.
Apenas había pasado un año y medio de la muerte del dictador Francisco Franco y el gobierno de Adolfo Suárez logró cambiar las leyes para dotar a los españoles de un régimen político democrático que les permitió en aquel año 77 elegir a sus representantes políticos. Como bien decía la portada de Diario16 de aquel día «El Poder vuelve al Pueblo», o, como bien dijo Suárez unos meses antes cuando se convocó el referéndum para la Ley de Reforma Política «Ustedes tienen el poder, ustedes tienen la palabra», un poder y una palabra que les fue hurtada a los ciudadanos durante casi 4 décadas, un poder y una palabra por la que cientos de miles de españoles fueron asesinados, torturados, represaliados, encarcelados o exiliados.
Aquel 15 de junio se formaron largas colas en los colegios electorales, mucho más largas que las que se organizaron en el citado referéndum del mes de diciembre. Los españoles querían ejercer su poder y su soberanía, y lo hicieron, se les permitió, a todos, sin ninguna restricción más allá de las establecidas por la ley. Ganó la UCD de Adolfo Suárez (165 escaños), seguido por el PSOE de Felipe González (118 escaños), por el PCE de Santiago Carrillo (20 escaños) y por la Alianza Popular de Manuel Fraga (16 escaños). Los partidos del franquismo ortodoxo no obtuvieron representación. Los españoles votaron moderación. Querían una transición en paz y que el consenso que había caracterizado el año 1977 continuara en la redacción de la prometida Constitución.
Han pasado ya 40 años de aquel día de junio de 1977, un tiempo en el que los gobiernos han cambiado, en el que ha gobernado tanto la derecha como la izquierda, en el que la corrupción históricamente sistémica de España ha destrozado gobiernos y partidos, en el que los nostálgicos del franquismo quisieron torpedear la voluntad de los españoles a través de un golpe de Estado presuntamente promocionado desde las más altas instancias del país, en el que se ha logrado vencer al terrorismo, en el que nuestra democracia se ha ido resquebrajando hasta quedar en un mero nombre que no soluciona los problemas de los españoles. Han pasado 40 años en los que nadie con poder ha devuelto la dignidad a quienes dieron su vida, a quienes fueron represaliados, a quienes fueron torturados por la dictadura por defender los valores democráticos que ahora se exaltan.
En el acto de conmemoración en el Congreso de los Diputados se volvió a despreciar y a insultar a las víctimas del franquismo. No fue un desprecio explícito —¡hasta ahí podríamos llegar!—, sino que el ultraje y el vilipendio vinieron por el silencio por parte de los representantes del Estado. El Jefe del Estado, Felipe de Borbón y Grecia, no hizo ni una mención a quienes lucharon y se sacrificaron para que la democracia llegara a nuestro país, a quienes pasaron noches y noches encerrados en los sótanos de la Dirección General de Seguridad torturados por personajes tan siniestros como Billy el Niño, a los propios abogados de Atocha fue fueron asesinados por un comando ultraderechista en enero de ese mismo 1977, siendo su muerte fundamental para afianzar el deseo del pueblo de tener una democracia plena. Hizo una merecida mención a las víctimas del terrorismo, pero se olvidó de las de la dictadura y del fascismo.
Felipe de Borbón y Grecia cometió un error de libro. El actual Jefe del Estado, cuya legitimidad democrática aún no ha sido afianzada porque aún no se ha dado la oportunidad a los ciudadanos la posibilidad de elegir el modelo de democracia que quieren, si mantener la Monarquía Parlamentaria o cambiar a una República donde tengan posibilidad de elegir a su Jefe de Estado, no puede olvidarse de quienes dieron su vida o que fueron víctimas de la dictadura, porque ese no hacer mención, ese no hacer aprecio, es un gran desprecio a la memoria de quienes aún están en las cunetas, de quienes aún sufren secuelas de las palizas o de las torturas, de quienes mueren sin saber dónde están sus familiares, de quienes están enterrados en la tumba del propio Franco, de quienes, con su sacrificio, forjaron el futuro de nuestro actual sistema.
La Casa Real tiene la obligación moral de pedir disculpas públicas por este nuevo desprecio. Si las víctimas están siendo insultadas cada dos por tres por representantes políticos conservadores, lo ocurrido en las Cortes con Felipe de Borbón y Grecia es la gota que colma el vaso. En los países civilizados se homenajea cada año a las víctimas de sus dictaduras o de regímenes como el nazi. En España no hay un día de la memoria como, por ejemplo, en Italia. En España no se homenajea a héroes como «La 9» como hace Francia cada año por su papel en la lucha contra el nazismo. En España el homenaje de las instituciones no es otra cosa que el insulto, el desprecio o el ninguneo. Así nadie podrá afirmar que nuestra democracia es madura cuando el Estado se olvida de quienes lucharon y se sacrificaron por ella.