Hace más de un año, en Febrero de 2016, un informe encargado al experto Brett Scott por Naciones Unidas trataba de rebatir los beneficios del Bitcoin en países en vías de desarrollo. Un año después, un Bitcoin se cambia en Zimbabue por 13.000 dólares y la población de los países con monedas inestables se está dando cuenta de que la criptodivisa tiene una enorme utilidad para ellos como reserva de valor, en un contexto dónde ahorrar algo es prácticamente imposible, debido a la inflación y la ausencia de estructura bancaria.
El autor, citando el informe de 2015 de Yelowitz and Wilson llamado Características de los Usuarios Bitcoin, se centra en los perfiles ultra liberales, especuladores y fetichistas tecnológicos que se muestran vehementes partidarios de las criptodivisas, pero se olvida premeditadamente de la otra cara del Bitcoin, la criptoanarquista, la de los libertarismos, y la posibilidad socialista, ya que desde estas corrientes también se identifican virtudes en este nuevo activo financiero y medio de pago que es el Bitcoin.
Es verdad que desde una perspectiva occidental y desde esos perfiles citados se puede tener una visión distorsionada de las necesidades de los países en desarrollo, el Bitcoin requiere de internet, y de electricidad, cosas que no abundan en muchos lugares del mundo, pero igualmente la tecnología blockchain permitirá a los países menos desarrollados saltar un paso evolutivo importante de la dinámica capitalista que se supone que les espera al final de su camino de explotación: el desarrollo de un poder estable que permita la creación de sistemas bancarios clásicos.
En algunos países de África, por ejemplo, se ha “popularizado” la telefonía móvil en lugares en los que nunca había existido una red de telefonía fija. Igualmente se puede desarrollar una dinámica económica alrededor de las criptodivisas como el Bitcoin. En Venezuela, ante la creciente inflación, el Bitcoin también se populariza. Así pues, no es sólo cosa de jovenzuelos australianos, o japoneses, aficionados a los videojuegos y plácidamente adocenados por todos los falsos estímulos de la vida moderna.
¿Qué va a pasar en los países con inflaciones galopantes y restricciones a los movimientos de capital cuando la gente descubra que puede operar sin bancos y con una divisa/reserva que no depende del gobierno, sino de una red global y las matemáticas? ¿Qué va a ocurrir si se siguen capitalizando las criptodivisas a la vez que el BCE o la Reserva Federal imprimen billetes como locos? Actualmente la capitalización del Bitcoin supone unos 135.000 millones de dólares, algo insignificante en la economía global, pero el ritmo de crecimiento es apabullante, más de un 700% se revalorizado el Bitcoin frente al Euro en 2017, por ejemplo.
No crean que todo esto ha pasado inadvertido en Wall Street, pronto CME Group, uno de los mayores operadores de divisas del mundo, sacará al mercado un producto de futuros sobre bitcoin, lo que abre la puerta también a otros productos cotizados, los ETFs (Exchange-Traded Fund o Fondos de Inversión Cotizados). Con ello no se pretende otra cosa que manipular con papel el precio del Bitcoin facilitando las posiciones en corto, un clásico de las herramientas de «control» financiero.
No obstante las encuestas, los movimientos de capital en las ICOs (Initial Coin Offering U Oferta Inicial de Monedas) que se financian mediante tokens, las políticas monetarias expansivas, toda una generación millenial, y la proliferación de usuarios, hacen prever que la tecnología blockchain (en la que se basa bitcoin) sólo está empezando a desarrollarse y tiene un potencial transformador enorme. Es muy posible que la estrategia de los futuros fracase con el bitcoin porque se prevé una fuerte demanda del mismo y esos instrumentos financieros podrían servir también para asegurar las inversiones de grandes capitales en las criptodivisas, haciendo el efecto contrario al que pretenden al estabilizar su actual volatilidad. De hecho Coinbase, uno de los principales proveedores de servicios sobre criptodivisas, ya está preparando Coinbase Custody para administrar grandes cantidades de fondos institucionales.
En el mundo financiero se saben intocables. Los gobiernos necesitan a la banca. Los particulares también necesitamos a la banca, hasta el punto de quitarnos de comer, el techo, o los servicios esenciales como la sanidad o la educación para rescatarla en caso de necesidad incluso en caso de mala administración. Por eso, desde los movimientos sociales y políticos de todo signo deberían empezar a estudiarse y desarrollarse las posibilidades de esta tecnología con carácter general para la consecución de fines sociales, ya que librarse del exceso de poder de los grandes grupos financieros es un objetivo compartido por muchos, y, además, estás tecnologías abren puertas a nuevas formas de economía que los postulados clásicos no se habían planteado como posibles, y que por lo tanto, bien empleadas, pueden ser conciliadoras.
Es cuestionable que queramos despojar a instituciones democráticas de la potestad soberana de imprimir moneda fiduciaria, como hasta ahora, pero es incuestionable para una mayoría de la población mundial el hecho de que la banca tiene demasiado poder real. La libertad de la gente para almacenar e intercambiar riqueza no entraba en los planes de Goldman Sachs o JP Morgan, ni está en la hoja blanca de los Estados, ellos quieren que necesites su moneda, sus aplicaciones, sus tarjetas, sus créditos, sus planes de pensiones, sus hipotecas, pero ya muchas empresas trabajan en cosas de las que casi nadie ha oído hablar, como contratos que se ejecutan solos, o préstamos colaborativos, o plantas de minería directamente asociadas a energías renovables para hacer del blockchain una tecnología que cree desarrollo sostenible. Es una guerra entre lo que había, y lo que puede venir, en la que quién más tiene que ganar es precisamente quién ahora no tiene nada.