Todo lo que está ocurriendo en Cataluña en el día de hoy es la consecuencia previsible del pasado más inmediato y de la ineptitud interesada de la derecha, tanto de la catalana como de la española. En este medio ya hemos indicado cómo el desafío independentista se ha convertido en la cortina de humo perfecta para tapar otros asuntos más oscuros.
Sin embargo, el asunto es aún más grave. Los intereses para provocar el choque se cruzan por mucho que parezcan enfrentados.
La derecha catalana representada por la antigua CiU, ahora PdCat, jamás se hubiese unido a la izquierda, ya fuera la republicana de ERC, ya fuera la tradicional. Ni mucho menos con la CUP. Sin embargo, la necesitaban para llevar adelante un plan en el que no creen porque jamás han sido independentistas. Nacionalistas, sí. Independentistas, jamás. Para eso ya estaba Esquerra.
La derecha españolista, representada por el Partido Popular y ahora por Ciudadanos, jamás se hubiesen unido al PSOE en un tema territorial partiendo de la base de que los conservadores son «unionistas», no creen siquiera en el sistema autonómico.
El choque de trenes les interesaba a ambos. El impedir votar les interesaba a ambas derechas, la catalana y la española. A la primera porque les afianza en su discurso de la represión del Estado español y en su vieja afirmación sobre las «Fuerzas Invasoras». A la segunda, porque les afianza su defensa de la unidad de la Patria.
En un modelo democrático real, en cuanto comenzó la reivindicación del referéndum de Cataluña, Mariano Rajoy, en vez de hacer lo que mejor sabe, es decir, nada, tuvo que actuar como un líder político democrático e iniciar conversaciones con Artur Mas, al igual que se hizo en Escocia o Quebec. Esto habría evitado males mayores porque permitir al pueblo hablar nunca hace daño a la democracia, más bien al contrario, la fortalece. Sin embargo, Mariano Rajoy prefirió dejar que el problema se arreglase solo, pero sin dar el paso de dejar hablar al pueblo. Si lo hubiese hecho, el llamado problema catalán se habría arreglado desde la democracia, la Constitucion y el respeto a los pueblos en genberal, porque la amenaza de ruptura se hubiera cauterizado en un primer momento y no se habría dado pie a una radicalización de las posiciones. Si, tras el primer órdago, el Gobierno Central hubiera cerrado una fecha legal para el referéndum, el «no» en campña huviese tenido su oprtunidad democratica con posibilidades de haber sido mayoritario en las urnas y, tras haberle dado la voz al pueblo y el veredicto democratico y legal al pueblo , nadie volvería en mucho tiempo a sacar el tema de la independencia , al igual que ha ocurrido con los ejemplos antes citados.
En referencia a la derecha catalana que, repetimos, jamás fue independentista porque siempre han sido los representantes de la burguesía y, por tanto, con intereses económicos muy fuertes con España, sus propios intereses les llevaron a aliarse con sus contrincantes políticos tradicionales: ERC quienes sí que son independentistas por tradición y por ideología. En realidad, a esta derecha catalana le interesaba tensar la cuerda aprovechándose de la más que previsible actitud de laissez faire de Mariano Rajoy y del Jefe del Estado, de las ganas de enfrentamiento de la derecha nacionalista española, de la Monarquia y la Republica.
Por estas razones el relato de todo lo ocurrido hoy no tiene texto, se alimenta del ansia de enfrentamiento de los actores. Un discurso sin texto, todo un vacío que está provocando el enfrentamiento del pueblo.
El pueblo puede equivocarse o acertar, pero en un sistema democrático siempre tiene que poder hablar y las instituciones públicas están obligadas a dar esa voz. No deberíamos dejar pasar el tiempo y con él las oportunidades de demostrar al pueblo que es cierto que se puede gobernar y utilizar el poder democrático sobreponiendo e incluso imponiendo, cuando sea necesario, la razón al miedo, porque en política no existen los milagros, pero sí la esperanza de aceptar cuantos cambios fuesen necesarios y éstos a su vez venga avalados por el pueblo.
Es el momento de soñar, es el momento de reforzar nuestras conciencias con valores democráticos y principios éticos fundamentados en la lealtad y el respeto a las ideologías y a los sentimientos desde la razon sin miedo. No todo vale en política para seguir, intentar seguir o conseguir gobernar manteniendo el poder al favor del poder, porque si así fuera estarían sobrando todas las siglas, los pensamientos, las ideologías, los sentimientos, las conciencias, las sensibilidades, las doctrinas y los valores humanistas que se esgrimen por unos y otros a favor del pueblo en ocasiones determinadas.
Los códigos éticos de comportamiento, por necesidades de Estado, no siempre pueden ser justificados con criterios de posicionamientos interesados de una determinada forma de pensar en el ejercicio de cualquier tipo de poder, incluso del de la Justicia. No podemos ni debemos aceptar caer en los mismos errores que nos han conducido desde la dictaduras publicas y privadas por caminos democráticos a la incertidumbre, cuando no a la desesperación, al seguir viendo pasar el tiempo y comprobar que todos los gobiernos terminan siendo iguales, o sea, el poder los cambia, si no es el caso de que lleguen ya cambiados y amenazando la libertad con dignidad en la que se tenía depositada la esperanza en un sistema de vida junto a los paradigmas sociales que desde la identidad habíamos dado por buenos.
Se hace necesario, de nuevo, recurrir al pensamiento en acción con el fin de construir un armazón ideológico que sostenga un nuevo orden social capaz de asegurar lealtad a las ideologías, a la historia y a lo sentimientos desde el dialogo y el arreglo. Un equilibrio para el hombre en su desarrollo y progreso humano desde la libertad y la igualdad en el marco de una justicia independiente, honesta y coherente con sus propios principios cimentados en la identidad para el pueblo y el Estado en general.
Si no comenzamos pronto a aceptar la necesidad urgente que tenemos de exigir a los poderes tanto políticos como judiciales una revolución en sus conciencias tendrá razón “aquel estoico” que en medio de los mayores dolores de gota exclamaba “¡dolor!… Por más que me atormentes nunca confesaré que tú eres algo malo”.
Si no remediamos nuestra falta de valores en nuestro sistema social con el fin de seguir desarrollando nuestro sistema social con garantía de libertad e igualdad sólo llegaremos a ser como el “estoico” que lo que realmente sentía de verdad era un inmenso dolor como delataban sus quejidos pero, sin embargo, no por eso sentía motivo para aceptar que ese dolor le estaba causando un profundo malestar, pues para él su dolor no rebajaba el “valor de su persona” sino solamente el de su estado.
¿Puede en conciencia la sociedad, y el hombre pueblo en particular, aceptar no sentir dolor al estar sufriendo en su existencia social por causa de la falta de valores de los poderes de la Justicia y del Estado? Al menos yo no lo recomiendo sin promover una revolución de las conciencias… Prefiero seguir siendo un romántico que un estúpido aceptando todo lo que nos quieran hacer ver y creer.