Lo más destacado del campeonato mundial de fútbol es que fútbol bonito no se ha visto. El jogo bonito que impulsaron España y Alemania ha pasado a ser parte de la historia futbolística, como son parte del recuerdo el Brasil de 1970 (con cinco dieces en la delantera), la Naranja Mecánica de 1974 y 1978, o el Brasil de Zico, Sócrates, Dirceu… Ha triunfado, pese a quien le pese, el cholismo, ese jugar pragmático de entrega y unocerismo si hace falta. No es poner el autobús, para eso habría que acordarse de Maguregui o Clemente, sino manejar los partidos según el resultado sin acobardarse de defender hasta la extenuación si hace falta. La marca de Diego Pablo Simeone se ha notado en el Mundial disputado en Rusia.
Ha habido lamentables cerrojazos, como los protagonizados por Irán, por ejemplo, pero casi todos los equipos han practicado lo que algunos califican de antifútbol, pero que es otra forma de jugarlo. No es catenaccio, sino echarse para atrás si hace falta. Así, la Francia de Didier Deschamps ha logrado la gloria mundialista. Bélgica, tal vez, ha intentado jugar al otro fútbol de toque. Croacia intentó una mezcla de ambos. Pero la realidad es que el fútbol de posesión, toque y verticalidad no ha existido. “Cholismo Total” elevado a la enésima potencia es lo que ha habido en los equipos que han llegado más lejos. Argentina no supo a qué jugar, Portugal fió todo a los goles de Ronaldo, Brasil fue un desmayo como los de Neymar, Alemania está descompuesta y España sigue con tiqui-taca de lado a lado.
Venció el Cholismo futbolístico tal y como dijo Antoine Griezmann a Courtouis, “pero si tú has jugado en el Atlético”, en referencia a la forma de llegar Francia a la final. Cómo no habrá sido el fútbol desplegado que Luca Modric ha sido elegido mejor jugador (o balón de oro) del Mundial poniendo entrega y poco más. ¿Estamos en un cambio de ciclo futbolístico? A saber, no parece. Lo que sí es claro es que el estilo del Atlético de Madrid se impone en muchos lugares frente a las “hordas internacionales”, que diría Manolo Lama, del fútbol de toque. Y tal y como demuestra el equipo colchonero, también se puede ganar al fútbol de otra forma. Menos vistosa pero igual más pasional, con más entrega y emoción.
Un Mundial de fútbol demasiado largo eso sí. Casi eterno. Alargado hasta lo insoportable por cuestiones mediáticas. Eso sí, un Mundial que deja pocas imágenes salvo para los que dieron la sorpresa. Un Mundial donde los cansinos que siempre pelean por que los califiquen como mejores del mundo desaparecieron. Un Mundial donde el grupo ha sido más que las individualidades. Un Mundial que, salvo en Francia, molesta ya. Porque, reconozcámoslo, en España somos más de clubes y de Liga. Nos gusta más un Betis-Puerto Real que un Bélgica-Rusia. Y un Madrid-Barça más que cualquier partido de la propia selección.