Alain Finkielkraut es uno de los famosos “Nuevos filósofos” franceses y el que mejor ha envejecido sin lugar a dudas. No sólo se mantiene como maître à penser sino que sus producciones literarias, en su caso ensayos, siguen teniendo fuerza interpretativa y capacidad de hacer pensar. Además no se esconde en subterfugios o añoranzas de un pasado mejor o peor. De ser un pensador del sistema, su colega Bernard Henri-Levy sigue siéndolo, ha ido siendo apartado por las mentes bien pensantes de lo políticamente correcto hacia los bordes. Después de renunciar a sus veleidades trotskistas de juventud –fue uno de los líderes principales del mayo del 68-, de abrazar con fervor el neoliberalismo económico, ha terminado siendo señalado por su defensa de lo que significa en Francia el republicanismo como ideología sustentadora del Estado. En cierto modo, algunos de los que le acompañaron en aquellas fechas de rebeldía juvenil le están haciendo pagar que haya sido considerado uno de los grandes filósofos de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Unos le critican porque siguen en posiciones similares (Alain Badiou), otros porque ven reflejado en Finkielkraut sus propias experiencias de renuncia, pero con menos calidad.
El texto que hoy presentamos En primera persona es una introspección del propio autor en su mundo de pensamiento. Sin egolatrías à la BHL, sin petulancia y mostrando la brillantez de una mente que sigue pensando el mundo pese al mundo. Por suerte el ensayo ha sido publicado por la Editorial Encuentro, una rara avis de nuestro mundo literario y que hace el continuado esfuerzo de publicar textos clásicos y actuales del pensamiento liberal-conservador (Jouvenel, Bernanos, Gambescia, Negro o Freund) y del humanismo cristiano que tanta repercusión tienen allende nuestras fronteras pero casi nada aquí. Igual Unión Editorial está a la par en publicaciones de esa cuerda del pensamiento aunque, estos últimos, más centrados en lo económico y lo individualista en su catálogo. La suerte de que sea Encuentro quien lo publique es que se sabe que el texto va a tener calidad, se compartan o no la ideas del autor, y eso es ya un buen comienzo para la lectura.
Lo que pretende en autor en este breve ensayo no es otra cosa que poner negro sobre blanco algo que le sigue acuciando: “La verdad, que yo sigo buscando todavía y siempre es la verdad de lo real; la elucidación del ser y de los acontecimientos sigue siendo, a mis ojos, prioritaria”. De eso versa el texto, de la búsqueda de la verdad de lo que acontece en el mundo, algo de lo que no se puede separar el filósofo (o el pensador de cualquier tipo) para lanzarse a una búsqueda estéril de fantasmas o a la mera publicidad. Y en ese camino buscando la verdad, o algo cercano a la misma, Finkielkraut critica a todo el movimiento deconstruccionista de las identidades deseadas para acabar con una frase clara: “Nadie será nunca capaz de vivir sólo por sí mismo la totalidad de la experiencia humana”.
Interesante también es su vuelta, tras los ardores juveniles de rebeldía, al sentimiento semítico. Es algo que le ha pasado a muchísimos intelectuales de origen judío que con el paso de los años han afrontado su propia cultura religiosa y social, unos para abrazarse al sionismo, otros, como es el caso de Finkielkraut, para defender el judaísmo y despojarle de la “cruz gamada” que les han puesto tras los acontecimientos de Palestina y el olvido del holocausto que se viene produciendo. “Andaban muy lejos de dudar que el odio a Israel llegaría a bordar la cruz gamada en el pecho de los judíos y que estos deberían ser defendidos bajo el estandarte de ‘SOS Antiracisme’” escribe. No por ello deja de lado la cuestión palestina para la cual no duda en defender, al contrario que los más radicales sionistas, la construcción de los dos Estados, con su correspondiente crítica a los colonos. Un acto valiente que le ha costado no pocos insultos.
Prosigue el texto con reflexiones sumamente sabrosas sobre el arte de escribir, sobre los peligros que acontecen en Francia con los brotes islamistas, con la desafección de los jóvenes respecto a la República, con la complejidad de las relaciones humanas en el ámbito político y social que no son solamente materialistas, pero que no por ello dejan de serlo. Una lucha contra lo que se ha denominado “el partido del Orden” que no es sólo un partido en sí, sino que es el consenso entre diversos partidos para que todo aparente cambiar mientras se van destruyendo las bases del sistema mientras se le defiende sin hacer nada. Algo que explica en referencia, como es evidente, a Francia pero que es extrapolable en algunas cuestiones a España u otros países. Especialmente crítico se muestra respecto a lo que se está haciendo con la Cultura: “lo cultivado desaparece de lo cultural” para englobar; o “no se accede a la cultura por la mediación de libros y maestros, se flota en ella, se está dentro de ella se diga lo que se diga o se haga lo que se haga”; incluso esa cultura que ahora los postmodernos catalogan de reaccionaria es defendida por Finkielkraut. Una frase que es clara respecto a lo que sucede en el mundo hoy respecto a lo cultural: “En la charca donde todo el mundo chapotea nada es superior a nada”. O lo que es lo mismo, la protección del relativismo y del dominio de la técnica que acaba con el ser humano.
Un muy buen libro, breve pero intenso, que seguramente no deje indiferente a los lectores salvo a los postmodernos y a los líquidos gatopardistas que utilizan la democracia como simple mecanismo de reemplazo de unas élites por otras o que se sentirán ofendiditos cuando afirma Finkielkraut lo siguiente: “Lo que caracteriza nuestro tiempo no es la evitación irénica o atemorizada de las querellas sino su reemplazo por la práctica feroz de la excomunión”. Un buen libro de un pensador liberal que sigue haciendo estremecer a la Francia acomodaticia y a quienes se acerquen al texto, posean la ideología que posean. Pues, se puede extraer del propio texto del autor, sólo mediante el conocimiento del Otro se puede llegar comprender, a acercase a la Verdad, de conocer y poder actuar y defender las propias ideas desde la racionalidad y no desde el misticismo o el fervor del creyente.
Datos biográficos:
Nació en París el 30 de junio de 1949, hijo único de un judío polaco deportado a Auschwitz. Catedrático de Letras Modernas, es profesor de filosofía en la Escuela Politécnica de París. A finales de los años setenta empezó a colaborar con Pascal Bruckner, con quien escribe una serie de ensayos sobre el fracaso de la aparente liberación de las costumbres. Reivindica su admiración por el pensamiento de Hannah Arendt, Emmanuel Levinas o Milan Kundera, y está actualmente considerado como uno de los más grandes filósofos contemporáneos.
¡Sorpresa. Yo pensaba que Santiago Aparicio se las daba de marxista! Y ahora resulta que es discipulo de Alain Finkielkraut. El intelectual, gran defensor de la «identidad francesa» frente a la «invasión» de los emigrantes que según él provocan la» desintegración nacional». Antifeminista y defensor incondicional del sionismo, inspirador de una extrema derecha que en estos tiempos se da a relucir es España .
En Francia, donde yo vivo desde más de 50 años, el «academico» Finkielkraut, aparece más como un filósofo reaccionario y trasnochado que como alguien capaz de extremecer a la sociedad, incluso «acomodada».