Prepotencia. Esta simple palabra viene a la mente de muchas personas cuando piensa en los Estados Unidos. Cuando menos en su forma de comportarse frente al resto del mundo. Igual no llegan al exceso del rey de Portugal encarnado por Antonio Ozores en “Cristóbal Colón de oficio descubridor”, pero no andan muy lejos. Y eso es lo que muestra el libro escrito por Stephen Walker, Más allá. La asombrosa historia del primer humano que viajó al espacio (Capitán Swing). Mucha prepotencia, tanta como para que el jefe de prensa de la NASA, advertido por un reportero de la NBC sobre la hazaña soviética, dijera «¡Vete al cuerno! ¡Aquí estamos durmiendo!». Y sí, como se refleja en el texto estaban dormidos.
Con una narración trepidante, adoptada de su trabajo como guionista, Walker va describiendo la carrera espacial entre EEUU y la URSS por ser el primer Estado en llevar un hombre al espacio. Los soviéticos ya les habían ganado por la mano con el lanzamiento del satélite Spunik, pero eso era un “cacharro metálico”, no un ser humano que trascendería, tal y como el progreso prometía, los límites naturales del ser. Yuri Gagarin fue el elegido por parte de la URSS para embarcarse en la misión, un tanto suicida como narra el autor, que le pondría como primer hombre en el espacio.
Mientras, en EEUU, los astronautas elegidos eran tratados como verdaderos héroes. Un mitologema muy de la época que encarnaba al estadounidense medio, ese gran producto de exportación ideológica. Lo que no sabían, ni sospechaban en el Nuevo Mundo es que los soviéticos estaban prestos a ser los primeros y dejar con palmo de narices al resto. Trabajando en secreto, con fracasos peliagudos que asustarían a cualquiera y un Gagarin inconsciente de que podría fallar todo y no volver a la Tierra, la URSS estaba en una carrera contrarreloj por vencer a unos estadounidenses que iban contando abiertamente su futura misión espacial.
Era la lucha entre dos concepciones del mundo; entre un jovenzuelo con muchas ansias de cambio como John F. Kennedy y un ya envejecido Nikita Jrushchov (sería su última victoria antes de ser defenestrado); entre el capitalismo y el comunismo; entre dos potencias nucleares; entre, según cómo se mire, el bien y el mal. Mientras el estadounidense Alan Shepard era portada de periódicos y se vendía como el prototipo ideal, Gagarin estaba escondido en una desconocida guarida donde se estaban ultimando los detalles que le permitirían estar en el espacio durante 108 minutos a 357 kilómetros de altitud para completar una vuelta a la Tierra.
Cuando los soviéticos solventaron el problema de la vuelta de su astronauta, en seguida le mandaron al espacio. Tenían que vencer a los estadounidenses a la par que pillarles desprevenidos. El 12 de abril de 1961, cuando en EEUU estaba previsto el viaje para el 5 de mayo, la nave rusa Vostok salía hacia el exterior del globo terráqueo en total secreto con Gagarin dentro y pudiendo volver a la Tierra (en el libro se detalla el canguelo existente). La prepotencia estadounidense se convirtió en obsesión por ser los primeros en llegar a la Luna por culpa de esta nueva derrota a manos de la URSS.
Gagarin fue elevado a los altares sociales poniendo su nombre en los libros de historia, mientras que a los héroes del otro lado casi nadie los recuerda ya. Tendrían otros héroes, pero esa es otra historia. En esta Walker cuenta con precisión la tensión, los politiqueos y la leyenda del primer ser humano en el espacio.