El campeón, sí. Pese a que en Movistar televisión dijesen que el Real Madrid defendía el título, quien lo hará realmente, porque es el legítimo campeón, es el Atlético de Madrid. Campeón, sí. Mal que les pese a las direcciones y demás amanuenses de la prensa del duopolio. Campeón, sí. Aunque les siente como una patada en las partes pudendas a todos esos que se quejan que la afición rojiblanca todavía esté disfrutando y celebrando el campeonato logrado la temporada anterior. Campeón, sí. Eso indica la insignia que llevarán en el brazo derecho las (feas) camisetas rojiblancas durante todo el año.
Y con su gente ¡al fin! Porque si existe un equipo en perfecta simbiosis con su gente, tanto como para levantar el ánimo de los jugadores en los malos tiempos, es el Atlético de Madrid. En las duras y las maduras han estado ahí. Infectados con un virus (ruberetalbus) que genera un estado de enajenación mental que provoca ritos extraños, reuniones previas, cábalas de todo tipo y un ímpetu desconocido en otros lares para la animación y no comer pipas o estar como en el teatro. La energía, Cholo Simeone dixit, que se sintió el año pasado pero que en este se hará carne en la grada. No estarán todos, bien por el periodo estival, bien por una incomprensible normativa del 40% en un país con la población más vacunada entre los grandes países del mundo. Ya se comentó esa estupidez, muestra de un cagómetro politiquero que impedirá, sin perjuicio de lo sanitario, que haya 60.000 almas celebrando el título y animando a su equipo.
Todas las aficiones han echado de menos acudir a su estadio para ver jugar al fútbol, eso que es lo más importante entre las cosas menos importantes, pero la atlética ha sufrido como nunca esa prohibición. En otros sitios estaban construyendo una megaimpresora y no tenían esa ansiedad, pero en la rojiblanca era necesidad vital. Como lo era para los propios jugadores que se saltaron los cordones policiales en Valladolid para celebrar junto a los suyos. Porque en el Atleti todos son los suyos, los nuestros. Con enfados y miedos, como es propio al ser humano, pero juntos, formando un todo. Al fin esa comunión podrá llevarse a cabo, pese a que no lo lleguen a entender las demás aficiones, los escépticos, los incrédulos y la clase política.
Con el pálpito perpetuo de lo que puede suceder en el mercado de fichajes que está a punto de terminar (¿Vlahovic o Cunha o los dos? ¿Saúl al Chelsea el último día?), la afición rojiblanca acudirá al páramo, al Metropolitano, a disfrutar de su equipo y quebrarse la garganta durante el partido. Se recordarán a aquellos compañeros y compañeras de grada que ya no están; volverán los abrazos con aquellos que hace demasiado tiempo que no se ven; los cánticos; los nervios; el “uy” y el “ay”; la vida misma condensada en 90 minutos (o 2.000 según tenga a bien el árbitro de turno)… Vuelve el campeón a su casa y allí estará su familia para abrazarlo. Mientras otros están con el tic-tac y las pipas, en el Metropolitano habrá un nuevo acto de transubstanciación de la vida en un terreno de juego. Ni la autoridad podrá impedir que los cuerpos y las mentes vibren al poner el primer pie en el campo. Tanto para los jugadores como para la afición.
Ya saben, hoy, el campeón se reúne con su gente.