Los datos del paro son malos, nadie puede discutir los números. El desempleo subió en 49.900 personas en los tres primeros meses del año, un 1,5% más que en el trimestre anterior, según la Encuesta de Población Activa. Pablo Casado se ha agarrado a esta EPA como al último clavo ardiendo que le queda para frenar la fuga de votos del PP a Vox y el transfuguismo de sus primeros espadas a Ciudadanos. En su mitin de campaña de ayer, el líder del Partido Popular aseguró que son los “peores” datos en seis años y que “por culpa de Sánchez y su política demagógica 50.000 personas se han ido al paro”.
Por la tarde, los populares iniciaron una agresiva campaña en redes sociales para denigrar al presidente llamándolo ‘Paro Sánchez’. Fuegos de artificio para esconder la auténtica realidad: que quien hace demagogia con las cifras de desempleo es el propio Casado. Si algo demuestra esta EPA es el fracaso de la reforma laboral que puso en marcha Mariano Rajoy. Desde febrero de 2012, cuando entró en vigor la ley que supuestamente tenía el objetivo de flexibilizar el mercado laboral, apenas ha cambiado nada. Los ciclos económicos de creación y destrucción de empleo se repiten con una precisión aterradora. Por eso es necesario derogar con urgencia ese marco legal que solo ha traído empleo precario, temporalidad y salarios de miseria. Pedro Sánchez no ha podido (o no ha querido hacerlo), pese a que lo prometió en su día y pese a que Podemos, su socio de Gobierno y motor de las propuestas más progresistas, lleva meses reclamándolo con insistencia.
No basta con derogar los aspectos más lesivos de la reforma, como los minijobs, el despido libre, la reducción de las indemnizaciones por despido y la práctica liquidación de la negociación colectiva. Hay que desmantelarla por completo, de arriba abajo, para crear un nuevo marco legal que permita recuperar poder adquisitivo a los trabajadores. Solo si suben los salarios –algo que ya reclaman expertos de la UE– las familias tendrán más dinero para gastar y aumentará la producción y el empleo. La reforma laboral de Rajoy es, por tanto, el Antiguo Régimen en lo económico y hay que derrocarlo cuanto antes.
Y sin embargo, Casado sigue recurriendo al discurso de trazo grueso y a sus mentiras neoliberales de siempre. Nunca dice que el modelo productivo capitalista, tal como hoy lo conocemos, está agotado. Jamás admite que las recetas liberales del siglo pasado ya no funcionan. Él sigue con la matraca de que las políticas sociales traen crisis y desempleo. Pues no es cierto, señor Casado. Si así fuese, el incremento del salario mínimo interprofesional hasta los 900 euros, acordado por PSOE y Podemos, habría colapsado la economía española, tal como auguraban el PP y el Banco de España, y eso no ha ocurrido. De hecho es todo lo contrario: a finales de este año España va a crecer sobre la media europea, más incluso que Alemania.
Pero es que además el mundo está cambiando a una velocidad de vértigo. La OCDE advirtió ayer de que el 30 por ciento de los empleos se transformarán drásticamente a causa de la robotización y la inteligencia artificial en los próximos años. Probablemente uno de cada tres puestos de trabajo se perderá sin remedio. Es cierto que con la automatización se incrementará la producción, la gente tendrá más tiempo libre y vivirá mejor. Pero también habrá menos empleo disponible y será preciso repartirlo y distribuir mejor la riqueza que se genere en el país para que no solo revierta en los de siempre, entre las oligarquías más poderosas. Por eso las políticas sociales son más necesarias que nunca, porque millones de españoles van a necesitar una buena cobertura asistencial para afrontar la brutal revolución tecnológica que viene.
Habrá que mejorar los subsidios; aumentar la cotización de los contratos de corta duración; dotar de más recursos a los servicios públicos de empleo; lanzar planes de inversión pública con respaldo presupuestario para combatir el paro de larga duración, sobre todo entre los jóvenes y mayores de 52 años; y acometer medidas concretas para frenar la brecha salarial entre hombres y mujeres. La propuesta de Casado ya la conocemos: que el mercado, gran Leviatán, se regule por sí mismo, sin control estatal alguno; adaptarse a los ritmos cíclicos desquiciados de euforia y depresión que acaban pagando los mismos, las clases más humildes y vulnerables. Es decir, la misma historia de siempre: los corruptos llenándose los bolsillos en las etapas de bonanza y los trabajadores pagando el pato de los desmanes cuando llega la crisis. Asumir miles de desahuciados por el sistema; aceptar el sobrante humano desechado por las empresas cada vómito liberal de ocho o diez años.
No tenemos por qué aguantar durante más tiempo esa concepción darwinista, injusta y cruel de la economía. Solo un Estado fuerte, socialdemócrata, solidario, garante de los servicios públicos y humano, sobre todo humano, puede hacer frente a esa filosofía nefasta que beneficia a unos pocos. El 28A no votaremos únicamente a un Gobierno. También una forma de entender la vida: la fundada en el egoísmo voraz y engañoso del liberalismo caníbal o la que apuesta por un reparto más igualitario, sensato y racional de la riqueza. El ciudadano tiene la última palabra.