Ningún partido de la Europa civilizada hubiese soportado la inmensa cantidad de casos de corrupción que el PP ha llegado a acumular en los últimos años. Lo normal en cualquier organización política colapsada por tal número de escándalos hubiese sido cerrar el negocio, poner el cartel de traspasa y dedicarse a otra actividad, mucho más después de un batacazo electoral como el que sufrieron los populares el pasado mes de abril.
Los 66 escaños de las generales cosechados por Pablo Casado fueron un auténtico bochorno que cualquier dirigente serio hubiese pagado con una sonora e irrevocable dimisión. Sin embargo, el joven sucesor de Mariano Rajoy decidió no tirar la toalla (hay veces en la vida que esa es la única salida) y se aferró al clavo ardiendo de su pírrica victoria en Madrid. Para dar la apariencia de que el PP entraba en una nueva etapa, dejando atrás el oscuro pasado, el líder conservador buscó una cara nueva como Isabel Díaz Ayuso (en realidad no lo era, ya que había nacido y crecido políticamente a la sombra de Esperanza Aguirre, hoy imputada por corrupción) y trató de convencer a los españoles de que el partido iniciaba un proyecto renovador basado en la limpieza, la regeneración y la recuperación de la confianza perdida. Hoy ya sabemos que la operación de maquillaje ha embarrancado a las primeras de cambio, ya que Díaz Ayuso no es más que un hermoso maniquí sin capacidad alguna de decisión, un bonito producto de bisutería política de Casado que no puede ocultar la auténtica fealdad del monstruo que como en It, la estupenda novela de Stephen King, se esconde en las cloacas del inframundo, o sea en los despachos secretos del partido.
En Génova 13 se han acumulado toneladas de basura en las últimas décadas, un auténtico estercolero gigante, y hay tanta corrupción que los periódicos no van a tener problema para dar portadas con buenos titulares durante los próximos veinte años. El entramado corrupto formado por redes mafiosas como la Púnica, la Gurtel, las cajas B y otras alcantarillas es tan formidable y tan monumental, afecta tan profundamente a las estructuras internas del partido, a las personas y a las redes clientelares imbricadas con empresas corruptas, que ni siquiera derribando los cimientos del partido y volviéndolos a levantar podría Pablo Casado empezar a soñar con fabricar un nuevo proyecto.
En las últimas horas hemos asistido a más de lo mismo, una película repetida mil veces cuyo final se estaba viendo venir. Aguirre y también su sucesora, Cristina Cifuentes, tendrán que presentarse ante el juez para responder de la financiación ilegal del PP madrileño. La noticia suena a sarcasmo, a broma pesada, después de que hace apenas veinte días Díaz Ayuso anunciara a bombo y platillo “tolerancia cero contra la corrupción” durante su discurso de investidura en la Asamblea regional. Todo el mundo sabía que mientras ella soltaba la chuleta aprendida de memoria, el disco rayado con el programa de supuesto buen Gobierno del PP madrileño para los próximos cuatro años, la prensa y los juzgados seguían investigando a toda máquina al menos tres escándalos que la afectaban directamente: sus supuestas relaciones con el caso Púnica y con sus antecesoras en el cargo, Aguirre y Cifuentes (hoy flamantes imputadas); sus cinco años de supuestos impagos al Impuesto de Bienes Municipales (IBI); o el crédito de 400.000 euros de AvalMadrid para una empresa de su padre.
Pero no queda ahí el carrusel de escándalos que han seguido brotando como setas en el tumultuoso PP de la capital de España. Según se ha ido sabiendo, Ayuso, quizá por imposición de Casado, se ha ido rodeando de la vieja guardia “aguirrista”, ex altos cargos que en su momento habían salido salpicados por el “terremoto púnico” o que simplemente habían fracasado en su gestión en anteriores gobiernos y habían quedado “quemados”. Así, ayer mismo el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón citaba a declarar como imputado a Francisco Lobo, secretario general técnico de la Consejería de Sanidad de Madrid y cargo de confianza de la presidenta Díaz Ayuso. Lobo fue fulminantemente cesado a las pocas horas y un lacónico Ignacio Aguado, vicepresidente del Ejecutivo regional y portavoz del grupo Ciudadanos en la Asamblea Regional, tuvo que salir a dar la cara ante los periodistas para ofrecer explicaciones y garantizar que el compromiso de la formación naranja con la regeneración y contra la corrupción sigue intacto. Si el cese de Lobo ha sido consecuencia de las presiones del partido de Albert Rivera o idea de Díaz Ayuso es algo que aún no ha trascendido, aunque todo apunta a la primera hipótesis, ya que el cesante había sido colocado por la presidenta como cargo de confianza.
Mientras tanto, la turbina popular de fabricar desperdicios sigue trabajando a tope y soltando más y más detritus. También ayer (sin duda un día aciago para el PP) se supo que el ex consejero de Presidencia de la Comunidad de Madrid y número 2 del PP en la región, Francisco Granados, lideró una trama que entre 2002 y 2014 saqueó más de 15 millones de euros a cooperativas de profesores en la construcción de colegios concertados en municipios madrileños y otras comunidades autónomas, según el relato de los hechos que recoge el auto del juez García Castellón. Más dinamita para Génova 13, más explosivo de demolición para unos muros que milagrosamente, y sin que nadie sepa explicar cómo, todavía aguantan y se mantienen en pie, aunque quizá por poco tiempo.
Y así seguirá siendo por los siglos de los siglos. La basura saliendo y Cayetana Álvarez de Toledo mintiendo. Parece que la nueva portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados apuesta por el viejo manual para hacer frente a la crisis, es decir, negar la realidad, acusar de rojo masón al juez instructor o matar al mensajero periodista. Cualquier delirio menos aceptar la realidad de los hechos y asumir responsabilidades políticas, que sería lo lógico y sensato. Trucos retóricos los de Cayetana que en el pasado ya se vio que no funcionaron y que llevaron al desastre al Partido Popular. Mientras tanto algunos, los patriarcas de la tribu fundada por Fraga, los honestos y sensatos del partido (que también los habrá) se miran unos a otros y se preguntan estupefactos: ¿A dónde vamos por este camino?