Fuente: Atlético de Madrid

Heitinga, Demichelis, Thomas, Pato Sosa… son nombres que en la afición rojiblanca están conectados con malas experiencias del mercado de fichajes. En los días que quedan para cerrar el mercado, cuatro, se entra en esa zona de locuras sin sentido, pero con baja calidad, en que Miguel Ángel Gil se encuentra cómodo: «Los días del gilismo inilustrado». Inilustrado porque no tiene ningún tipo de racionalidad, salvo el negocio o el trapicheo puro y duro, con respecto a lo deportivo. Eso sí, el entrenador debe comerse la fruslería mercantil del mandamás.

Este proceso inilustrado es estándar. Primero, se filtra a la prensa que el Atleti es pobre, que no tiene dinero, que ha superado el límite salarial o que hay que cambiar el baño del sexto vomitorio, del cuarto anfiteatro. Todos comienzan a vender las penas y desgracias que cuenta Gil. Segundo, Gil comienza a contactar con los agentes y equipos amigos para actuar en comandita. Ora Jorge Mendes, ora FC Barcelona, ora cualquier otro equipo/actor con el que haya buena relación y no exija demasiados dinero en comisiones. Tercero, se venden jugadores (o se intentan vender porque en ocasiones no salen las jugadas) que podrían tener un peso relativamente importante en el equipo y se traen medianías, casi jubilados o algún DAO. Y cuarto, se vende a quien quiera escucharlo que ha sido todo maravilloso porque se han salvado enormes dificultades.

Este año parecía que la situación iba a cambiar. Desde el club se filtró, a quien quisiese escuchar, que se iba a hacer un esfuerzo tremendo por traer, al menos, cinco jugadores de calidad alta para cubrir los perfiles más necesarios de la plantilla. No se iba a hacer el típico «las que entran por las que salen» pero casi. Diez o doce salidas necesarias, de esas que nadie podría criticar (salvo los muy gruñones), y cinco o seis entradas para poner al Atleti en lo más alto. No había que volver a pasar calamidades y sufrimientos esta temporada.

La llegada de Robin Le Normand, Alexander Sørloth, Julián Álvarez y Conor Gallagher cumplía con esa publicidad que habían filtrado a la prensa. Por ello se dijo que Rubén Uría se iba a jugar el recuerdo de sus ancestros si no salían así las cosas (no fue el periodista independiente el único en publicitarlo), pero los que son perros viejos no podían creerse que esto fuese a ser tan ideal. En primer lugar, porque todas esas compras y ventas han sido producto de la presión de los socios financieros y propietarios, en parte, del Atlético de Madrid, como se contó aquí. Y, en segundo lugar, porque un Gil es un Gil siempre y tiene querencias, pegando un arreón de manso. Parece que el tiempo está dando la razón a quienes sospechaba.

La llegada de Clement Lenglet, que no tiene culpa de nada de estos chanchullos, ya muestra que el gilismo inilustrado comienza estar en su salsa, en esos tiempos donde la mentira convive con las medias verdades y nunca se acaba sabiendo qué pasó. El fichaje del francés no tiene ningún sentido deportivo, tampoco financiero salvo que el Barça acabe regalándote algún otro jugador, tipo Lewandosky. Lo del intercambio de porteros tampoco es normal, porque como se preguntaba Uría en su canal, si tienes estrecheces económicas te quedas con Gomis del filial (total no van a jugar salvo lesión) y abres margen. Salvo que la venta rara, el heitingazo sea Oblak.

Entramos, por tanto, en los días del gilismo por lo que hasta las 00:00 horas del sábado 31 de agosto no se puede descartar nada. Cualquier cambalache extraño, cualquier jugador con rodillas raras, cualquier filtración interesada a la prensa —como esas que se hacen desde la ¿dirección deportiva? contra el Cholo Simeone—, cualquier negocio raro y que comporte algún tipo de sufrimiento emocional y deportivo puede pasar. Los días del gilismo inilustrado han llegado… échense a temblar.

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