Cuando en las televisiones españolas aparecen esos “conocedores” de la política estadounidense no hablan de lo que cuenta Kristin Kobes du Mez en su libro Jesús y John Wayne (Capitán Swing). Cargados de prejuicios ocultan el gran movimiento que supone el evangelismo en Estados Unidos. Tanto como para determinar, para bien o mal, unas elecciones presidenciales. Gracias a este magnífico libro, el lector podrá conocer de primera mano (la escritora, además de historiadora, es evangélica) cómo se manejan algunas corrientes subterráneas de la política y cómo se trasladan de forma imperial (como verán al final).
El evangelismo fue una más de las tantas religiones que han coexistido en Estados Unidos. Cuáqueros, Testigos de Jehová, Baptistas, Anglicanos, Católicos, Luteranos, Islamistas, Servidores de las Serpientes o cualquier otra religión minoritaria o inventada. Lo que nos muestra el libro es la forma en que una formulación del evangelismo ha ido ganando terreno en detrimento de las demás manifestaciones religiosas. Un aumento de su fuerza social que ha ido de la mano de las circunstancias históricas, políticas y sociales de los últimos ochenta años. Desde el final de la II Guerra Mundial.
Una de las virtudes del texto es, precisamente, seguir dinámicamente ese continuum histórico, mientras se muestra la agregación de distintas posiciones al primer núcleo irradiador del evangelismo. Sin lugar a dudas, la Guerra Fría supuso un buen impulso para una doctrina que tenía poca presencia sociopolítica. Fue Billy Graham (durante el texto verán pasar diversos nombres de los más poderosos e influyentes evangelistas y diversos movimientos) quien, aprovechando esa lucha internacional, se convirtió en casi una estrella del rock & roll. Con un discurso sencillo pero que marcaría el devenir del evangelismo en alguno de sus aspectos: el comunismo es una religión motivada por el mismo diablo, por ello la lucha debe ser total. Y nada mejor que formar familias patriarcales que ayuden a potenciar a la nación elegida, EEUU.
Aquí es donde cobra sentido la incorporación de John Wayne al título del libro. El muy conservador actor de grandes westerns fue utilizado como símbolo de lo que definía perfectamente la masculinidad del estadounidense. Ese héroe blanco y hombre que se enfrenta al mal que serían otras razas y los extranjeros (estos últimos cambian según el momento histórico). Una masculinidad del vaquero que se convertiría en uno de los pilares del evangelismo hasta nuestros días. Una masculinidad a la que es debida la obediencia patriarcal. El jefe de la familia como garante del poderío de la nación.
Por ello no extraña que autoras evangélicas (que vendían cientos de miles de libros gracias a las redes libreras del evangelismo) como Margaret Morgan o Phyllis Schlafly afirmasen sin rubor, justo cuando en el Congreso se debatía la Ley de Igualdad de Derechos, que la mujer debe someterse al marido y obedecerle en todo. Más adelante se publicarían guías sobre cómo ser una buena esposa, sin dejar fuera, pese al supuesto puritanismo, la entrega a petición del esposo de todo cuanto quisiese sexualmente. Les ensañaban a hacer felaciones y mostrarse con ropa erótica, por ejemplo. Ese es el papel asignado a la mujer en el evangelismo que hoy persiste.
No sólo eso sino que Schlafly iba más allá al solicitar a la mujer que se opusiese a la burocracia gubernamental y al socialismo rastrero que promueve la igualdad entre los sexos, y protegiese a la familia y la grandeza de la empresa privada. ¿La empresa?, se preguntarán ustedes. Sí, los empresarios, según el dogma evangélico, posee una autoridad divina que le autoriza a comandar (dirigir) ya que el capitalismo es la mejor herramienta para la difusión del cristianismo. John Eldredge iba más allá y calificaba de pecadora a la mujer que intentaba ser independiente. Teología complementarista lo han calificado.
Lo más asombroso es la transformación de Cristo del hijo de Dios que propugnaba el amor entre los seres humanos a un Jesús belicoso y musculoso. El hombre, dirá Edwin Lewis Cole, para parecerse a Cristo el hombre deberá ser “un poco despiadado”. Debe actuar con toda la violencia admisible contra el mal, pues es misión de los evangélicos establecer el reino de Dios en la Tierra. Si la Biblia sitúa la única autoridad en la familia, la iglesia y el gobierno, ahí deben estar los hombres blancos para servir y ser obedecidos sin discusión (liderazgo servil lo llaman). Hal Lindsey, incluso, establecería que la Biblia le dice a EEUU que se debe dotar de toda la potencia armamentística posible para dominar al mal. ¿Quién o quiénes son el mal? La Unión Europea es el principal alentador del reino del mal.
Con Ronald Reagan encontraron un apoyo a sus ideas, pero el final de la guerra fría les dejó un tanto descolocados hasta que el terrorismo islamista y la llegada de “uno de los suyos” al gobierno, George W. Bush, les permitió recuperar sus escatologías y su religión de violencia. A lo que habrían de añadir el puritanismo. Esas promesas de virginidad (con anillos incluidos), esa lucha contra las distintas depravaciones de los liberales… Y, para rematarlo, un negro en la Casa Blanca. Casi se mueren del susto (aunque objetivamente Barack Obama fue tanto o más belicoso que Bush). De ahí que comenzasen, aprovechando las redes sociales, a asociarse a las falsas noticias, los bulos y demás mecanismos de propaganda.
Normal que hayan sido un apoyo fundamental de Donald Trump. No porque les gustase en sí el personaje (dentro del evangelismo había divisiones entre otros candidatos republicanos), ni porque sea su perfil muy religioso (como empresario está autorizado bíblicamente), ni por un patriotismo económico, como mostraron las encuestas postelectorales, le votaron en masa porque tenían miedo a perder su estatus racial. Después de Obama, la llegada de Trump les permitía luchar contra la “opresión” que dicen sufrir por parte de las demás razas. Era la salvación del patriarcado blanco lo que veían en la presidencia trumpista.
Al final la inerrancia bíblica, esto es, al ser divina no puede estar equivocada y los evangélicos han sido muy exegéticos, acabó en la basura por la praxis evangelista de sus jefes (esos a los que deber obediencia). El gobierno era malo pero en un año 100 asociaciones de la abstinencia sexual acabaron “mamando” 108 millones de dólares del Estado federal. En 2018 hubo 412 denuncias por abusos sexuales (incluyendo pedofilia) en 187 iglesias baptistas. En la Convención de Baptistas del Sur se han producido en 20 años más de 700 denuncias por abusos. Los muy puritanos parece que tienen la bragueta floja.
El libro muestra que, en buena medida, esto del evangelismo es un gran negocio, mueven miles de millones de dólares, y una perversión del cristianismo. Un evangélico como James K. A. Smith ha definido a esta gran rama como inventores bíblicos (por cierto existe un magnífico libro de este autor traducido al español) y tergiversadores de la Palabra. Pero si lo piensan bien ¿a qué les suena la música? Normal, las iglesias evangélicas han regado Europa con más de 50 millones de dólares para comprar voluntades y difundir su ideario. Mediante algunas asociaciones (miren en FAES y encontrarán) o mediante grupos más ocultos. ¿Saben a quién apoyan por su masculinidad los evangélicos? Sí a Vladimir Putin. Como les gustaba Éric Zemmour, escritor del libro El primer sexo.
En términos generales, el libro es sumamente divulgativo y muestra cómo puede llegar a corromperse una fe (por cierto, califican a los católicos de izquierdistas) y una nación por una interpretación personalista de la Biblia. Un libro divertido por momentos y que es una magnífica continuación, o complemento, de otro del gran crítico Harold Bloom, La religión americana (Taurus), más centrado en el siglo XIX y principios del XX. Con esto dos libros podrá cualquiera de ustedes comprender qué significa el facto de la religión en EEUU. Y podrán aprender cómo algunos grupos son mucho más evangélicos que católicos, como quieren vender.