Uno de los puntos en los que más dinero se ha invertido desde las Administraciones Públicas y desde las asociaciones de mujeres ha sido el de las campañas mediáticas. Las hemos visto de todos los tipos incidiendo, sobre todo, en el maltrato físico y en la necesidad de que las mujeres denuncien a sus agresores. Sin embargo, no están teniendo un impacto tan grande como el que se pretende dado que las mujeres siguen siendo asesinadas. Es cierto que gracias a estas campañas publicitarias, ya sean en medios de comunicación, ya sean a través de soportes físicos en ciudades o edificios públicos, las mujeres están denunciando más. En 2016 el teléfono contra la violencia machista 016 recibió en el mes de noviembre más llamadas que en todo el 2.015 y eso, en parte, es una buena noticia. Por otro lado, este incremento de denuncias demuestra que el problema está muy lejos de solucionarse.
¿Qué está fallando o qué hace que las campañas tengan una efectividad limitada? En el año 2.000, cuando el problema de las muertes en accidente de tráfico era tan apremiante porque morían en la carretera una media de 111 personas a la semana, la DGT comenzó una serie de campañas publicitarias en las que nos mostraba sin ningún tipo de tamiz la crudeza de un accidente. Esas campañas, junto con otras medidas legales adoptadas por el Gobierno (sobre todo el carnet por puntos), tuvieron un efecto real y produjeron una bajada sostenida de la mortalidad en accidentes de tráfico hasta los 32 muertos de media en 2.015. Tal vez la solución pudiera ser esa: mostrar en televisión la crudeza de un maltrato para que se conciencien tanto mujeres como hombres. Sin embargo, la complejidad de la violencia contra la mujer en el ámbito del hogar es tan grande que eso sólo podría hacer sentirse identificadas a un número concreto de mujeres que aún no han denunciado: las que están sufriendo maltrato físico.
mostrar en televisión la crudeza de un maltrato para que se conciencien tanto mujeres como hombres
No obstante, hay muchos tipos de maltrato, tal y como explicamos anteriormente y realizar una campaña cruda, cruel, casi «gore» no haría que se identificaran como la misma aquellas mujeres que son víctimas de otro tipo de violencia como, por ejemplo, la psicológica. En este caso vemos cómo se están orientando las campañas hacia los más jóvenes y, por tanto, mujeres de otras edades no se identifican con el mensaje.
Por otro lado, se está queriendo enviar un mensaje positivo: «Del maltrato se sale. Denuncia». ¿Cómo se puede intentar positivizar una de las mayores aberraciones del ser humano actual? ¿Cómo se puede querer paliar un problema con un mensaje positivo? ¿Acaso es positivo que se estén violando derechos humanos? Es como la frase que se escucha en muchos entierros: «Ahora está en un lugar mejor».
Clara Serra, de Podemos lo ve así: «Tiene que haber otra manera de hablar en las campañas. Esto de hacer campañas dirigidas solo a las mujeres en que les dices a las mujeres que salir de la violencia está en su mano yo creo que es malo, irresponsable e ineficaz. Es necesario hacer campañas dirigidas a los hombres y al resto de la sociedad. Me parece muy importante hacer campañas en las que se identifiquen todas las mujeres porque si haces una campaña con una mujer llena de moratones hay otras que no se identifican con el mensaje y no llamas la atención, por ejemplo, de una adolescente a la que su novio le controla el móvil que jamás se identificará con una mujer con un ojo morado. Se trata de identificar todas esas situaciones, todas esas condiciones en que se pueden ver muchas mujeres que no se identifican con eso: a mí no me pega, a mí eso no me pasa. Sin embargo, es donde hay que abrir los ojos y mostrar lo que les está pasando. Unas campañas bien orientadas sí que pueden dar resultados a corto plazo. También tiene que haber una campaña orientada a hombres porque el mensaje tiene que ser de hombres dirigiéndose a hombres porque es hacer ver que se trata de una lucha contra el machismo no contra los hombres».
Por su parte, Patricia Reyes, de Ciudadanos, nos dice que «habría que hacer muchas más campañas y muchas específicas hacia los jóvenes. La violencia de género no conoce de edad, está en todos lados. Quizá no se estén haciendo las campañas bien porque deberían centrarse más en el tema de la igualdad».
Las campañas deben orientarse a concienciar y a que un mayor número de mujeres se sientan identificadas con lo que están viendo, oyendo o leyendo. Por ello es necesario que se cuente para realizarlas no sólo con profesionales de la comunicación sino que se debe aportar la mirada de las propias víctimas, de las asociaciones de mujeres y de los profesionales que tratan con las mujeres maltratadas. «Yo veía los anuncios de la televisión y no me decían nada. Yo no era una de esas mujeres que veía llenas de moratones o sangrando por las narices. Cuando comenzaron los golpes fue cuando comencé a sentirme una de ellas pero antes había pasado varios años sufriendo la tortura que me estaba metiendo en la cabeza. En la televisión decían que denunciara, que no pasaba nada, que la llamada no se reflejaba en la factura del teléfono. Pero yo tenía miedo a denunciar y ese miedo sólo se me quitó después de haberlo hecho, después de haber ido al cuartel de la Guardia Civil y de que puse la denuncia. La decisión la tomé yo, no me influyeron los anuncios», nos comenta una víctima.
«Yo veía los anuncios de la televisión y no me decían nada»
Ángeles Álvarez, del PSOE, lo ve así: «Lo que no puede ser es que estemos haciendo campañas de publicidad con el mismo mensaje que hace 15 años porque hace 15 años teníamos que sensibilizar sobre la idea general de lo que era la violencia y después hemos tenido que decir que el Estado tiene recursos. En aquellos años ya se hacían campañas pidiendo a las mujeres que denuncien, pero entonces le decíamos que no se podía pedir a una víctima que haga una denuncia si no hay recursos para protegerla y se pedía desde las asociaciones que ese tipo de campaña no se hiciera. Ahora deberíamos hacer campañas para que las mujeres sean capaces de identificar señales de peligro, sobre todo las dirigidas a los adolescentes. Las campañas tienen que dar un vuelco total. A mí lo que me inquieta y me cabrea es que… si nos lo sabemos todo en materia de violencia, sabemos cómo funcionan, sabemos cómo funciona un violento desde que inicia la relación, cómo va metiendo a la víctima en la relación violenta, cómo es el proceso, cómo inutiliza su capacidad de reacción, entonces, si lo sabemos todo, ¿por qué no somos capaces de hacer campañas que les den las señales de alerta a las víctimas o a los adolescentes que aún no son víctimas?».
Marta González, del Partido Popular, hace mucho hincapié en las campañas orientadas a los jóvenes por el preocupante repunte que hay en personas que ya han crecido en una sociedad que ha ido ganando, muy poco a poco, parcelas de igualdad: «Hubo un tiempo en que pensábamos que la violencia de género era un tema de la sociedad tan machista en la que hemos vivido, una sociedad en que las mujeres estaban destinadas a trabajar en casa, a cuidar a los hijos y a las personas mayores y poco más y sorprendentemente vemos que las generaciones más jóvenes, los menores que están criados y educados en libertad, en una sociedad democrática, en que sus padres y madres trabajan, ocupan todo tipo de puestos, reproducen comportamientos que tendrían que estar completamente erradicados, entonces preocupa muchísimo la violencia de género entre los jóvenes y por eso se están poniendo en marcha iniciativas nuevas, campañas nuevas, apps de teléfono móvil con el objetivo de mandar mensajes de advertencia».
Además es fundamental que las Administraciones Públicas se coordinen para que no deje de haber campañas y para que eso se produzca es prioritario que se destinen recursos económicos para ello porque no se trata de un gasto ni de un coste para el Estado sino que es el cumplimiento del deber de protección que cualquier país tiene hacia su ciudadanía.
La dependencia de la víctima hacia su maltratador
Una de las características más comunes de los maltratadores es la de que querer aislar totalmente a la mujer para tener un control absoluto sobre ella y para que ésta dependa en exclusiva de él. Lo que se pretende es que esa dependencia sea de tal calibre que se transforme en un sometimiento total.
Por un lado tenemos la dependencia económica, un modo muy directo por el que el maltratador asume el control y somete a la mujer. En muchas ocasiones el hombre no ha asumido el papel de la mujer en el mercado de trabajo y, por tanto, intenta por todos los medios controlar la economía de la familia. «No me dejaba tener tarjeta de crédito y no tenía acceso a la cuenta del banco. Todas las mañanas me dejaba dinero antes de irse a trabajar para los gastos diarios de la casa. Me obligaba a presentarle los tickets. Yo no trabajaba, no me dejaba. Dependía de él para todo y tenía que pelearle hasta la última peseta si surgía algún gasto extraordinario», afirma una víctima. En otros casos es al revés, el maltratador no le permite tener efectivo y controla todos y cada uno de los gastos que hace la mujer a través de los movimientos de las cuentas bancarias. «Por eso me costaba tanto denunciar. Yo tenía un trabajo en una empresa pero el dinero de la nómina iba a una cuenta que él controlaba. Cada vez que veía en los extractos del banco algún movimiento que no le cuadraba o que había sacado dinero del cajero su respuesta era pegarme o atormentarme con sus sospechas de que ese dinero lo había utilizado para tal o cual cosa cuando, en realidad, lo había utilizado para gastos corrientes. Por mucho que le dijera en lo que me había gastado el dinero, él se inventaba una excusa para pegarme. Una noche me dio un golpe en la cabeza que me dejó inconsciente y cuando desperté me di cuenta de tantas cosas que me escapé de casa con los niños, saqué 600 euros del cajero y le denuncié. Y ahora estoy aquí». Esta víctima tenía suerte porque disponía de un trabajo y tenía acceso a su cuenta del banco a pesar de que fuera el maltratador quien la controlara pero muchas tienen tal dependencia económica que no ven un futuro más allá de la puerta de su casa, no se fían de la protección que el Estado les pueda dar y por eso aguantan o, por el contrario, cuando dan el paso de denunciar se arrepienten y vuelven con él.
«Cuando me pegaba me decía que la culpa era mía porque era una puta asquerosa»
Pero, quizá, la dependencia más peligrosa es la emocional, la psicológica. El maltratador va haciendo un trabajo lento de sometimiento que en muchas ocasiones provoca que la víctima se sienta culpable o que justifique las agresiones. «Cuando me pegaba me decía que la culpa era mía porque era una puta asquerosa. Luego siempre se disculpaba y me decía que había sido un pronto y que no volvería pasar, que él me quería mucho, que no sabía lo que podría hacer sin mí. Yo le creía y pensaba que tenía razón, que era culpa mía. Cuando pasaban unos días sin que me pegara yo pensaba que ya no volvería a pasar, que él me quería mucho y que lo que había hecho era accidental. Pero las palizas volvían y yo me creía otra vez lo que él me decía. Así hasta que me harté». El maltratador intenta minar la autoestima de la víctima con una mezcla de cariño y de humillación, de negación de su propia existencia, dejando claro que ella dependía en exclusiva de él. Si quería cariño, se lo tenía que dar a él. Se han dado casos, incluso, de celos respecto de los hijos.
Esta dependencia, ya sea económica o psicológica, haya o no haya violencia física, suele degenerar en lo que se ha denominado «Síndrome de la Mujer Maltratada», un trastorno psicológico que surge como consecuencia de esa violencia por el cual la mujer se siente totalmente indefensa y paralizada para salir de esa situación. La depresión consiguiente llega a tal punto que la mujer se siente incapaz de actuar de manera independiente y de tomar una decisión tan importante como la de escapar de su maltratador.